La mosca
Por Armando Córdova Olivieri
Se acercaba zumbándome al oído y a veces lograba pararse en el lóbulo de mi oreja izquierda, obligándome a sacudirme electrizado para espantarla, pero al cabo de unos segundos volvía a posarse nuevamente sobre mi oreja. Me cubrí la cabeza con la almohada, pero me faltaba el aire. Deje un pequeño orificio para sacar la nariz, sin embargo, la maldita mosca se posó sobre la punta desnuda. Me sacudía y nada, allí volvía a posarse. Me descubrí la cara y la observe revolotear en la habitación hasta pararse en la estantería como queriendo observarme y esperar que me tranquilizara o que me olvidara de ella para volver a molestarme. La imaginé riéndose de mi. Lentamente me fui quedando dormido, pero cuando ya casi lo había logrado, el detestable insecto se paró sobre mi hipersensible labio inferior produciéndome un insoportable cosquilleo. De un salto me puse de pie dispuesto a montarle cacería hasta aplastarla de una vez por todas...
Ella traslado su espacio aéreo hacia las esquinas superiores de mi cuarto cruzándolo oblicuamente de ida y vuelta, sin ninguna trayectoria definida para evitar que pudiera alcanzarla. Fuí a la cocina y tomé el paño de secar los platos. Le anudé una de sus puntas y mojé el nudo para darle mayor peso y consistencia mientras enrollaba la otra punta del paño alrededor de los dedos índice y medio de mi mano derecha, sujetando el nudo con la izquierda. Probé mi puntería con una cucharilla que estaba sobre el fregadero haciéndola saltar por el aire para caer luego al piso. Regresé al campo de batalla, buscando alguna pista que delatara el paradero de mi encarnizada enemiga, quien debía haberse escondido al verme regresar tan peligrosamente armado. Hice algunos movimientos bruscos para tratar de asustarla y obligarla a volar para que saliera de su escondite pero fue inútil: ni rastro de ella. Esperé unos minutos y de pronto me sorprendí parado como un idiota, nudo en mano y paño tenso, con la punta de la lengua ligeramente asomada entre los labios como señal de aguda concentración. Me eché de nuevo sobre la cama en posición de alerta sin soltar el paño muy atento a un ataque sorpresa. Pero el tiempo pasaba y la mosca no aparecía. Me quedé dormido nuevamente... y al despertar, tenía los dedos de la mano derecha hinchados y rojos por haberlos tenido enrollados en el paño de cocina. Me levanté de la cama y me fui a la cocina para colgar el paño del gancho del fregadero. Vi la cucharilla en el suelo, la recogí y... ahí estaba ella, aplastada por la cucharilla.
Fin
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