Ya está. Soy un hombre acabado. No hago más que caer de rodillas y pedir por favor que no quiero más mi ración de comida, mi pedazo de la torta de Dios. Porque creo en Dios aunque de la boca para afuera no me salga invocarlo, admitirlo, llamarlo, entregarme a él. Creo, y creo en su dedo aplastante poniéndome a prueba.
Pero no puedo más. No puedo más con mi parte del delirio, el papel que me toca en esta existencia. Soy tan poco y tengo los ojos tan grandes...
Siempre creí que no estaba hecho para las grandes desgracias. Y así es. Nunca me pasaron de las atrocidades que se pueden ver en la tele, ese portal a ficciones tan reales. Nunca me tocaron en carne propia los traumas de tantos desgraciados de los que sé.
No. A mí me están dando un trato más sutil. Debe ser... sí, debe ser que conmigo no puede ser de otra manera. Si puedo ver como veo, puedo sufrir como sufro. En el fondo todo tiene su coherencia. La relación entre como ven mis ojos, cómo piensa mi cabeza y cómo sufre mi corazón... es admirable. En eso, reconozco, quien sea que tiene el dominio de mis hilos es un artista, un perfeccionista. Me imagino un pintor con la coherencia exacta de un científico y la mente podrida de un criminal, dando pinceladas justas a mi vida.
Así es. Construyo mis dolores de imagenes arriba de un ómnibus de ciudad, de ausencias de ciertas palabras que esperé rato largo, sintiéndome el pecho latir fuerte. Solo hubo un chau. Yo quedé casi marginado del círculo del afecto, esperando que sencillamente me digan que me eligieron. Nunca llegó la llamada, nunca llegó el índice señalándome, diciéndome que hoy es mi día.
Todo consiste en ver más allá. No hace falta estar condenado por grandes males existenciales para saberse absolutamente acabado. Solo hace falta sentir el otoño adentro. Cómo explicar. Cómo hacerse entender.
Añoro el segundo en que mis manos toquen el cielo azul o blanco, no me importarían las nubes. Espero con impaciencia los segundos en que la realidad desafía el destino que está curiosamente escrito en mis palmas. Necesito de ese día. Quiero irrumpir al mundo, rajarle ese inmenso celofán que todo lo detiene, que solo deja pasar las balas, que me desnuda y me inmoviliza, que no me deja saber quien soy, saber porqué estoy acá si todo el tiempo sueño con lanzas que me acribillan, y estoy despierto.
Imagino ese día, imagino ese tacto, imagino abandonar la vereda y mis narices contra ella, imagino que el viento me vuelta el sombrero y yo estoy más alto. Más alto que el bullicio de la calle, más lejano que mi cabeza que no para, más sumergido en un grito que nunca... porque así no se puede más, no podemos más, no puedo más atragantarme con servilletas que no limpiaron la comida en mi boca, que no secaron un labio, que no se mancharon de rojo al despintar ése, el órgano de tu palabra articulada. |