Se llamaba como las flores, como la primavera, como el vino en el olfato. Su piel era suave y olía a fruta fresca. La musa era poesía, una palabra desconocida que aparece al alba, que acaricia el viento de la mañana mientras sueño que mis manos son aire. Unos ojos dando vueltas en mi mente cuando ella no está, una mente dando vueltas en mis ojos cuando quiere saber más.
Habla el artista, solitario, escondido tras la arista de la distancia, sencillo, fingiendo parecer humano, fingiendo ser humo.
Duele cuando la musa marcha, a la que le apasiona meterse en la boca del lobo, que jamás encontraste tu artista, quien te llene la mirada, ante quien poses desnuda tu alma.
Musa que, dice el artista, jamás estuvo enamorada. Musa que jamás le faltó amor, pero amor, ¿qué era para ella? Amor era, solo, casi nada.
Porque ¿qué saben los artistas de la musa, de su alma? Si solo supieron intentar interpretarla.
Alma a mitad del descubierto, que poco a poco se lee entre estos renglones, gracias a mi artista. |