La nieve del invierno te cubre las rodillas. Yo quisiera abrigarte las lágrimas que en mis oídos golpean con tan fuerte agonía, enviarte mi sonrisa más tierna, derramar vino sobre tus pies, para que puedas arrimarte al calor que era nuestro, pero la noche llega siempre con la distancia.
Aun tengo tu corazón latiendo entre mis dedos, sin embargo, escapar del reflejo lunar es lo más conveniente, antes de derramarme en la doble realidad y suicidarme de olvidos.
Abruptamente, caes por las cicatrices en las madrugadas quietas, te escondes, en mis rincones agujereado, gritando tu auxilio silencioso, y yo,
ya no puedo cubrirte de tu invierno, del rocío que se filtra por todas las puertas abiertas de tu casa derrumbada. El otoño sangra en tus costados, en la lluvia eterna que te abraza cada mañana, y yo, estoy tan lejos, tan cerca, que quisiera salvarte, cubrirte las rodillas.
Y en esta frialdad heredada de tus huesos…
No puedo.
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