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Inicio / Cuenteros Locales / Jonh / Kirslor - Cap. 08 - Púrpura

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Caminé sumamente agotado durante más de un día, adentrándome en lo profundo del bosque; llevaba ya los labios resecos y mi estomago parecía querer devorarse; era como si algo dentro de mi abdomen estuviesen retorciéndolo todo hasta la máxima tensión posible… tenía hambre… mucha hambre. Finalmente, ya andaba caminando sin ver a donde iba, lleno de imágenes e ideas incoherentes y absurdas.

La vida aquí es trabajosa y a veces algo monótona, pocas personas vienen por acá, ni siquiera los enemigos contra los que luchamos se acercan demasiado; he ido a los otros continentes, he visto que clase pueblos tenían y sólo unos cuantos tienen que dedicarse a la agricultura y a la ganadería… Pero acá es diferente, hemos sido diferentes y excluidos, lo peor es… que la guerra parece hacer feliz a los mayores, dicen que nos beneficia; como si a aquellos monstruos les importará… ¿Es que no se dan cuenta que sólo nos dejan de lado? para el final de todo, para las sobras… Sí, lo que menos importa…
- ¡Senmhuko! Ve y saca a pastar a los tekfhit.
- Voy…

La luminosidad era muy rala, ya que los árboles se habían vuelto mucho más tupidos conforme había avanzado mi camino. Sin previo aviso la luz resplandece con fuerza, me deslumbra y sólo pienso en seguir adelante; camino cegado por la luz y atontado por el hambre y la sed, mis pies avanzan, incluso cuando dejo de sentir algo bajo ellos; mi cuerpo se desquilibra y cae pesadamente contra el suelo inclinado, me desplomo de cara y ruedo cuesta abajo, trato de cubrirme el rostro luego de haberlo estampado contra la tierra un par de veces; logro mover mis brazos sólo en el momento en que mi caída se detiene, los dejé caer sobre el suelo lleno de césped. Mirando el cielo tan azul, me pregunté en donde estaría Milagros y luego mi mente quedó en blanco y mi visión en negro.

Los tekfhis pastaban en el campo, comían libre de preocupaciones, libres de deberes más que producir lana ¡qué vida la suya! Sobre el cielo pude ver un punto blanco que se movía erráticamente, parecía estar buscando algo, era extraño ver una de sus naves cerca de aquí ¿O era que ya habían terminado con el resto del mundo? Sin más, aceleró y se perdió entre las nubes. Volví a concentrarme en los tekfhit y noté que uno de los cachorros se había perdido…
No andaba muy lejos de la zona, lo encontré cerca de una pendiente junto a una extraña cosa que parecía tener piel blanda, algo de pelo y vestía ropas extrañas; parecía inconsciente pero al ver al pequeño tekfhit trató de atraparlo por lo que me apresuré a tratar de salvarlo y empuñé el cayado.

Algo me lamió el rostro y lo continuó haciendo durante un rato. Abrí los ojos y pude ver un pequeño animal con dos ojos negros, uno a cada lado de su cabeza, con un hocico largo y orejas cortas que apuntaban hacia atrás de su cabeza, su cuerpo estaba cubierto por una espesa capa de pelo marrón que incluso le cubría las patas; parecía tierno, parecía… comestible… Logré incorporarme un poco y abalanzarme sobre el animal, al tenerlo entre mis brazos quise tratar de romperle el cuello pero, antes de poder siquiera coger bien al animal para matarlo, recibí un golpe en la cabeza y volví a quedar a oscuras.

- ¿Qué es eso?
- Es uno de esos “humanos”.

- ¿Humanos, esos que vinieron del espacio?

- ¿Crees que nos entienda?
- No sé…

- ¿Podría atacarnos?
- …
- Que yo sepa, ayudaron a los de Aunfhuas a escapar.

- ¿No estará el otro, cerca?
- Tal vez…
- Dicen que hay uno en Iutlanfhuas.

- ¿Qué hacemos con él?
- Habrá que vigilarlo…

- ¡Se despierta! ¡Se despierta!

- …

El brillo de la luz me deslumbró tanto que no quería abrir los ojos; no, el sol no estaba tan fuerte, pero tantos rostros cristalinos reunidos producían un reflejo muy intenso. Estaba sentado, apoyado sobre una pared de ¿madera? No me parecía posible y palpe la superficie con cuidado, se sentía como madera, algo áspera, pero lo suficientemente lisa para no raspar. Les debía parecer extraño cuando me vieron acariciar la madera, y mucho más cuando les hablé.
- Ho- hola – dije alzando la mano temblorosa ante tanto rostro morado (No, no me extrañaba; ya me parecía raro que sólo hubiese visto ótlanas azules). Al entenderme, un mar de murmullos y cuchicheos se desató intempestivamente; había quienes se preguntaban como era posible que hablara su idioma, si de verdad no era de Kirslor, si era inteligente, si era una especie aun sin descubrir, si tenía poderes especiales, si volaba y… hasta creo que un voz infantil mencionó las posibilidades de que sea un alimento nutritivo. Tantas voces eran abrumadoras…
El grito de una voz joven pidiendo silencio logró calmar a la multitud; abriéndose paso de entre la gente, el chico púrpura me encaró directamente.

- ¡SILENCIO! – Grité ante tanto bullicio, casi inmediatamente mis vecinos disminuyeron sus voces a casi inaudibles susurros. Estando entre la multitud me fui acercando al “humano”; me miró extrañado cuando salí de entre el gentío y aun conservaba la palma alzada, dándole un toque algo estúpido a su apariencia.
- Se supone que ayudaste a escapar a los habitantes de Aunfhuas, ¿no es así? – Le increpé mirándole a los ojos.
- S-Sí – Contestó aun extrañado ante mí.
- Pero ¿por qué? Y más importante ¿Qué relación tienes con los gris?
- Ni yo lo sé, – dijo borrando la tonta expresión de su rostro y bajando su ceño, haciéndolo parecer serio, hasta un poco enojado – tampoco tengo muy claro que hago aquí
- Pero… ¿Por qué nos apoyas a nosotros y no a los grises?
- Simplemente… – dijo sonriéndose – siento una extraña animadversión hacia los grises; además que me hospedaron al llegar, tenía que devolverles el favor.
- … – Ese gesto confianzudo me pareció algo irritante pero no parecía estar mintiendo y si lo hacía era muy bueno – No me parece que sea peligroso, en cualquier caso; yo me haré responsable de él, se quedará en mi casa y si resulta ser un problema para nosotros, bueno… yo cargaré con la culpa.
- ¿Porqué tú? – Me preguntó el humano, tan extrañado de mis palabras como mis vecinos.
- Bueno… Hasta no hace poco… Mi padre era el líder del pueblo.

Las casas estaban hechas de madera y no tenían más de un piso; por fuera recordaban bastante a las cabañas terrestres, tenían forma pentagonal, no eran más anchas de cinco metros ni eran muy altas, teniendo en cuenta la altura promedio de un ótlana, pero eran bastante largas; a diferencia de las casas de Aunfhuas no tenían un pasillo principal ni la puerta gelatinosa; sino que pasaba de una habitación a otra a través de una puerta corrediza; primero estaba el recibidor, luego la cocina y, finalmente, las habitaciones, comenzando por las del los huéspedes. El baño se encontraba en una caseta al lado de la casa que se dividía en dos partes: uno era la ducha, con una tina con igual sistema al de Aunfhuas aunque hecho con roca pulida en lugar de losetas y el otro era el inodoro, o al menos eso asumí que era. Lo primero que hice, luego de que me mostrara su hogar fue tomar un baño. Me tomé mi tiempo, me sentía bastante cansado y tenso; bajo el agua recordaba lo sucedido hace unas cuantas noches y aquel sentimiento de culpabilidad; era como si yo hubiese hecho algo para que los grises sean así, pero era imposible, a menos que Jonh Rey… ¿Pero cómo? ¿Por qué? … Salí del agua con un fuerte picor en el ojo derecho. Apartando mis reflexiones me vestí con prendas de los ótlanas (felizmente tenían, en Okonanfhuas, una prenda de vestir similar al pantalón) y me dirigí a comer
- Mi padre… desapareció un día, había salido a investigar el porque de cierta contaminación en el agua del río cercano y no volvió más. En ese entonces no sabíamos lo que era el fenómeno de luces que veíamos en el cielo.
Me contaba Senmhuko mientras yo comía con gusto; al desaparecer su padre él se quedó viviendo sólo con su madre por lo que ambos tuvieron que encargarse del ganado y las plantaciones de los que disponían. Su madre se sorprendió cuando me llevó a la casa, era una señora alta y de un morado profundo; aunque discutió un poco con Senmhuko por tomar tal decisión por su cuenta, me trató con bastante amabilidad e incluso me preparó un almuerzo.
- ¿No hubo luces en el cielo por esos días? – le pregunté luego de pasar una buena cantidad de carne y vegetales.
- Ya sé lo que insinúas y sí, mientras el río estuvo contaminado las luces eran un factor constante, cuando el río dejó de tener tantas toxinas las luces desaparecieron sin más…
- ¿Llegaron a saber que hacían allí?
- Sólo yo, nadie del pueblo quiso acompañarme, tenían miedo… bueno yo también temía, pero la curiosidad me apremiaba demasiado.
- Y… ¿qué descubriste?
- Excavaciones mineras en la ladera de una montaña contigua al río, al parecer, extrajeron una buena cantidad de karoi, no sé de que les pueda servir…
- ¿Karoi?
- Sí es un mineral de color amarillo brillante; suele ser usado para hacer adornos de bajo costo, hay mucho en este continente, pero no entiendo porque si tanto lo quieren no nos atacan primero y fin de la historia… Bueno, ya que te diste un baño, cambiaste tus ropas y terminaste de comer, reposa un rato que en media hora salimos a trabajar.
- …

Resultó que el humano, Alberto, era un ser bastante curioso, constantemente me anduvo preguntando de las diferentes criaturas que criábamos y de las que aparecían rondando por los alrededores, también anduvo preguntando por las plantas, por cada cultivo que le mostraba; me dijo que los itslhallas se parecían a algo llamado “machiz” y los lhumathus a lo que llamaba “thomhate”, incluso tuve que decirle el nombre de algunos árboles y arbustos. Por otro lado, se mostró muy alegre al ver que en Okonanfhuas había una prenda de vestir que se parecía a un “panthalhon”, la usamos cuando tenemos que trasquilar tekfhis o cosechar para que las pequeñas partes no lleguen a las articulaciones y causen picazón. En cuanto a su trabajo, era muy empeñoso aunque algo falto de talento, quizá sea que los humanos no viven en el campo ¿Puede haber una sociedad totalmente urbanizada? Me parece imposible, me parece muy… caóticamente organizado, pero no soy humano para saber como viven.

Tuve que ayudar a Senmhuko en sus labores del campo, él se encarga principalmente de los animales y algun trabajo pesado con la plantas, como el arado y la cosecha. En este pueblo cada casa tiene cerca de un kilómetro cuadrado (200 kallfhais, para los ótlanas) para cultivo y comparten todo un campo para pastar a los animales. La parcela de Senmhuko y su madre está dedicada al cultivo de itslhalla, una planta de color verdoso con espigas que se parecen al maíz pero mucho más largas. Tuvimos que revisar el cultivo en búsqueda de algún iwuqtothin; cuando lo explicaron no supe que era, cuando mi anfitrión me lo mostró no pude evitar pensar en un cuy súper-desarrollado, eran bolas marrones y robustas con dos dientes de roedor (uno arriba y otro abajo) con patas cortas y chatas pero que movía compulsivamente al ser sujetado del cogote, teníamos que juntarlos en jaulas para llevarlos a alguien que vivía varias parcelas más adelante que se encargaba de cuidarlos, sí, también eran comestibles.
Luego tuvimos que traer a los tekfhis del campo, los había dejado al cuidado de otro pastor en lo que se encargaba de mi asunto; estos animales comían un arbusto de hojas largas de un color púrpura azulado, bastante parecidos a unos arbustos que había visto en Aunfhuas; cuando se lo comenté a Senmhuko este comenzó a aclararme las diferencias entre los arbusto de Aunfhuas y Okonanfhuas, siendo el akhyu (azul) una mutación de el aulphi (púrpura) se extendió hasta la diferencia entre sus césped, el maythal azul es una mutación del soykhu, y sus árboles, koparsirkhy sufrió varias mutaciones para llegar a ser un texomhun como los que había visto conformando todo un bosque; además de que, junto de otras tres especies más de vegetación, formaban la pobrísima diversidad de la flora, aunque su cantidad lo contradiga mucho; incluso comenzó a enumerar varias plantas que solo había en Okonanfhuas, parecía muy entusiasmado en hablar bien de su continente. Mientras caminábamos de regreso a su hogar me fue hablando también de la fauna.

- No entiendo, cuando anocheció dijiste que estabas bastante cansado y ahora subes al techo en plena madrugada…
- Sí, parece que se me quitó el sueño. Me sorprendió que tuvieran casas hechas de madera, incluso se parecen un poco a las de la Tierra.
- ¿La Thierha”?
- Sí, es el planeta de donde vengo, pero ni siquiera se a donde mirar para ubicarla en este cielo…
- Cierto ¿Cómo fue que viniste? ¿Qué hiciste para venir hasta acá?
- Ya te dije que no lo sé, pero no creo que me creerías si te dijera las circunstancias antes de mi llegada.
- Quizá, si me dices que eres un enviado de Kustor o algo así puede que no te crea.
- No sé si me envió o me envié, pero tiene que ver con ese mundo.
- Solo falta que digas que eres un kripstol.
- Algo parecido, creo; pero aun así no recuerdo nada antes de mi simple vida de humano… bueno, casi nada.
- ¿Casi?
- La única imagen que tengo de antes, que hace poco recordé, fue de haber estado combatiendo con los grises, estaba desesperado… aterrado y… comencé a “destruirlos” a todos.
- ¿No dirás matar?
- Sí, también, ellos morían, pero yo los destruía, no sé cómo explicarlo, eran sombras de pensamientos que tengo en la cabeza.
- Aun así no sé que tiene que ver con ser un kripstol.
- Bueno… Digamos que fui un kripstol de varios que ayudó en un combate contra… ¿Cómo llaman al contrario de Kustor?
- ¿Contrario, de que hablas?
- Ya sabes, Kustor es el bueno y hay alguien que es el malo ¿no?
- Kustor es Kustor, es el equilibrio de fuerzas ¿Cómo te haces llamar un kripstol del Soliajan?
- No exactamente…
- No importa, lo que sea que seas, he de deducir que luchas en nombre de Kustor, que él existe y que por ende hay que adorarle…
- No sé, a veces creo que puede que esté actuando por mi cuenta…
- A mi no me gustan las religiones, ni la de Kustor con sus decenas de variantes ni la de nadie.
- Pareciera que el ateismo es muy popular en este planeta…
- No lo sé, pero… ¿Te molesta?
- Bueno, sé que fui algo antes y que lo volveré a ser pero ahora soy un humano, que ha visto, quizá, cosas extrañas y extraterrestres pero humano; lo que hago lo hago como un ser vivo y por seres vivos… Me preocuparé por lo que halla más allá de mi vida cuando esté allí… ¿Vale la pena preguntarse por lo que haga un Dios en el cielo cuando se está en la Tierra?
- No entendí eso último…
- Mm… ¿Vale la pena preguntarse por lo que haga un Kustor en el Soliajan cuando se está en Kirslor?
- Muchos te matarían si te escuchasen…
- Pues, parece que a ti te causa mucha gracia.
- Supongo… en el cielo.
- ¿Qué pasa…?
- Las luces, como en esta mañana.
- ¿Las luces…? ¡Las naves!

Senmhuko insistió en que me llevara comida, frutas secas, principalmente, aunque también alisté frutas frescas y un poco de carne, al menos para el primer día. Volví a ponerme el traje marrón, cogí mi arma y un bolso con todos los víveres que me habían dado; así partí en medio de la noche, pude ver a Senmhuko afuera de su casa hasta que lo perdí de vista, le di un “gracias” antes de irme y el se limitó a arquear su boca en un gesto sarcástico y me mandó a correr de un empujón. Seguí corriendo durante horas viendo hacía atrás en el cielo cada cierto tiempo, asegurándome que las luces me seguían.


*****


- Señor, le están esperando para la junta… – le dijo su secretario al ótlana que se encontraba en el balcón del palacio de la capital de de Okonanfhuas.
- El dirigente de Aunfhuas y Iutlanfhuas llegaron más rápido de lo que esperaba – dijo el ótlana, dirigente de Okonanfhuas.
- En realidad, sólo está el dirigente de Aunfhuas, quien quiere hablar antes de que llegue el dirigente de Iutlanfhuas.
- ¿No puede esperarse?
- Asegura que no es para incomodarlo y que también conoció a los humanos, hace tiempo…
- Ya veo, así que no habrá tantos problemas como yo pensé; dile que voy en camino.
El ótlana, dirigente de Okonanfhuas, Senmhuko, miró al cielo libre de luces erráticas y recordó a aquel humano de hace quince años.


*****


Ya van tres meses desde que comencé con mi nomadismo, procuro no pasar cerca de los pueblos a no ser que necesite víveres o haya perdido el camino; trabajo por comida, ya sea en las cosechas, el cultivo o alejando a las alimañas del alimento; en un principio se me hizo bastante duro, ahora solo un poco, creo que me voy acostumbrando. Algunas veces me invitan a comer y otras sólo me dan los víveres para que me marche, una que otra vez me han invitado a pasar la noche, pero tengo que negarme, sí, no he dormido en algo que se pueda llamar “cama” en todo este tiempo, ya me acostumbre al frío de la noche y el poco calor que puede dar el follaje. El hecho de que los grises me sigan no me a permitido parar en mi camino, ya me he topado con ocho de sus grupos, tres de los cuales iban dirigidos por un general gris; me he vuelto mejor en las peleas, ando bastante más atento y creo que mi oído se ha vuelto más sensible, desde el tercer ataque no he vuelto a ser sorprendido, incluso logré hacerme con una de sus armas.
Ocasionalmente sueño con Milagros, son sueños cortos de los que nunca sé el final, andar así me resta mucho tiempo para el ocio y también para las fantasías románticas que solía tener en secundaria… supongo que si vuelvo a la Tierra tendría que ponerme al día en mis estudios, que fastidio… Por lo pronto estoy tratando de encontrar a Milagros, he oído varios rumores que afirman que está viviendo en Iutlanfhuas, pienso aprovechar una reciente elevación de tierra que a formado un especie de puente entre este continente y Iutlanfhuas, a lo mucho me mojaré un poco las pantorrillas en la parte más profunda pero llevo aun los pantalones que me dio Senmhuko como muda de ropa provisional.

Crucé el paso descalzo y con el pantalón remangado, el terreno era más elevado de lo que me habían contado, quizá por el reciente terremoto, incluso había zonas que sobresalían del agua, las que aprovechaba para secar y descansar los pies. Era una vista curiosa, el continente de Okonanfhuas se veías bastante lejano e Iutlanfhuas era una mota negra en el horizonte, a mis lados el agua se extendía hasta donde mi vista llegaba y podían verse las siluetas de los barcos navegando en la lejanía, no eran muchos, sólo unos tres por mi derecha; era extrañamente relajante ver tanta agua verde, tan calma y estar en esa versión de isla desierta; me pasé varios minutos admirando el paisaje que me circundaba antes de reanudar mi camino.
Demoré casi todo un día hasta llegar a la otra orilla, terminé demasiado cansado, con los pies y las piernas ardiéndome y sin pensarlo mucho me dormí luego de adentrarme lo suficiente para evitar el alza de la marea. Fui recogido y atendido por unos pescadores locales, insistieron en que pasar allí una noche más pero me negué y partí en la tarde, esa noche tuve otro encuentro con un grupo de grises; seguí mi camino, preguntando y trabajando ahora para ótlanas verdes, aunque en algunos pueblos habían algunos azules, incluso llegaron a reconocerme, así viví otros siete meses antes de volver a encontrarme con Milagros.


*****


La música llegaba hasta ellos, les era extraña pero agradable, allá en la plaza los ótlanas festejaban antes una antorcha de casi diez metros de alto, la luces, de la luna y del fuego, iluminaban parte de los rostros de los humanos, estaban mudos, inexpresivos, mientras parte de los cabellos de Alberto van cayendo tras los chasquidos de las rudimentarias tijeras azules con las que Milagros acaricia sus mechones enredados y disparejos. Cada uno escuchaba la respiración del otro con cierto nerviosismo. Cuando Alberto, sentado sobre una roca, pensaba que el silencio se estaba alargando demasiado, escuchó la voz de Milagros llegando a sus oídos.
- Sabes, tuve que aprender a cortarme la punta de los cabellos al tacto; aunque primero tuve que aprender a hacer estas tijeras, es muy difícil trabajar con este material.
- …
- Fue difícil, pero al menos tienen espejos aunque no los usan mucho, no cambian mucho físicamente con la edad.
- …
- Ya casi… sí, creo que ya está, es el corte que solías llevar, no largo pero no lo suficientemente corto para la escuela, recuerdo que te escapabas cuando hacían revisión del uniforme.
- …
- Oye, Alberto… – dijo ella dejando las tijeras a un lado de la roca – no sé cuanto te ha costado llegar hasta acá, estoy segura que he vivido más cómoda durante ese tiempo; pero, pese a que he sido bien atendida, no… no he podido evitar extrañarte, no sólo por que eres el único humano en este planeta además de mí, quizá también por el tempo que hemos convivido o… algo más… Alberto… – tras ir hacia el otro lado de la roca, Milagros se acuclilló frente al cabizbajo Alberto, quien levantó la mirada y la vio a los ojos – Cuando te vi pelear contra los grises aquel día te veías tan diferente, tan fuera de ti… ni tu rostro parecía el tuyo. Durante mucho tiempo tuve miedo de enfrentarme a los grises y hoy, cuando apareciste estabas tan calmado después de haber matado a un general gris; también me pregunto eso… ¿cuánto ha cambiado de ti?, dime… – dijo mirándolo con unos ojos vidriosos de los que ella no se había dado cuenta – ¿Cuántas cosas van a seguir cambiando? Desde aquel día que se apareció aquel ángel y nos llevaron a El Infiernillo, no hemos podido volver a nuestra vida normal, no sé ya que más podría suceder. Alberto d…
La besó.
Fue intempestivo y casi un reflejo, las diminutas lagrimas que se habían juntado en sus ojos saltaron y quedaron expectantes al tener tan cerca los ojos adormilados y entrecerrados de Alberto; fue sólo unos segundos que sintió esos labios cálidos y algo secos rozando con los blandos bordes de su boca, cuando tenía la diestra en su hombro e iba a abrazarlo, él se separó y se la quedó viendo con alegría y jocosidad en su mirada, ella estaba bastante sonrojada.
- Oye… – dijo Alberto poniendo su zurda sobre el hombro de Milagros, sin poder evitar acariciar su piel y su vello cual pelusilla – No importa. Cuando estábamos en la escuela me destemplaba ante tu mirada y me hacía feliz el sólo saber que vivías un día más; han pasado muchas cosas desde entonces, demonios, peleas, extraterrestres… ¡Una locura incesante que haría a cualquiera perder rastro alguno de inocencia y ánimo! Pero no he podido evitar perderme en esa mirada tan triste que pusiste ante mi, ni pude evitar dejarme llevar, no sé me ocurrió otra cosa que hacer, perdona… Y perdona también por el mal rato que pasaste al poco de llegar aquí, le tengo mucho miedo a los grises, pero ya puedo controlarme, no volverá a pasar… – su mano se separó del hombro de la chica, deslizándose con cierto titubeo; se puso de pie y comenzó a caminar hacia donde estaban las casas – Mientras estemos juntos estará bien, no pido lugar o momento; ahorita solo pido la persona, la compañía… – dijo él volteando sonriente a verla, ella lo veía aun algo sonrojada, con la mirada saltona y la boca empequeñecida – voy yendo a la fiesta ¡No tardes!
Milagros se sentó sobre la roca al ver a Alberto desaparecer entre las casas, lanzó un fuerte suspiro mientras aun trataba de reconstruir lo pasado unos minutos atrás, lo recordó con una sonrisa. Su boca brillaba ante la luz lunar y sus dedos la rozaban con cierta duda, como queriendo asegurarse que estaban allí, mientras recordando aquel beso.

Texto agregado el 31-07-2010, y leído por 135 visitantes. (0 votos)


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