El cuerpo desnudo reposa sobre una camilla semi inclinada. EL sujeto desliza lentamente el cuchillo desde la base del cuello hasta la zona pélvica, a unos centímetros bajo el ombligo, cortando la piel con facilidad. La grasa blanca, que asoma de inmediato tras el paso de la navaja, lentamente se va tiñendo de rojo. Limpia algunos hilos de sangre que se escurren por los costados - tenía que hacer un trabajo impecable, su vida dependía de ello.
Toma la sierra eléctrica y empieza a cortar los huesos pectorales. El ruido de la máquina es angustiante y su chirrido monocorde inunda todo el lugar. Está nervioso y respira con dificultad, sabe que esta vez es diferente, esta vez hay muchas cosas en juego; a pesar de la tremenda presión, la cortada es perfecta. Mete sus dedos por la abertura y empuja con fuerza para abrir las costillas. Después de un par de intentos un crac espantoso anuncia el desmembramiento. La caja toráxica de la víctima está totalmente abierta y, por vez primera, los órganos interiores en contacto con el aire y expuestos al ojo humano.
Todo su cuerpo suda por el esfuerzo y la ropa mojada se le adhiere a la piel incomodando sus movimientos; no obstante, ignora esta molestia, tiene poco tiempo. En dos pasos llega a la cabeza, la rasura y dibuja sobre las cejas una línea punteada que rodea el cráneo de manera horizontal. Toma nuevamente la hoja y rebana. Casi no sale sangre y el tajo no es difícil, el duro hueso actúa como tope al hundimiento del afilado metal. Hace otra incisión desde la frente hacia atrás, dividiendo el semicírculo recién hecho en dos hemisferios, así es más fácil despegar el cuero cabelludo. Mientras separa la piel del hueso (el sonido de la rasgadura es espeluznante) no puede evitar sentirse como un carnicero quitándole el pellejo a un cerdo; sin embargo, continúa con su macabra pero necesaria tarea. Arranca las dos tiras de piel y procede rápidamente a limpiar. Toma nuevamente la sierra. Antes de empezar a seccionar se detiene un segundo y suspira, esta parte es complicada, pues el cálculo de la profundidad del corte tiene que ser muy preciso, si se pasa en sólo un par de milímetros estropeará el cerebro, y ahí se acaba todo. Con mucha precaución inicia la delicada maniobra, afirma los codos en sus costillas para tener mejor pulso y, metiendo poco a poco la sierra circular en el hueso, después de varios giros sobre la cabeza, la operación está hecha. Ase con ambas manos la mitad cercenada y muy despacio empieza a retirarla de su base, dejando ver la masa encefálica en pleno cubierta por esa mucosidad rojiza. Coloca el pedazo de cráneo sobre una bandeja, luego camina hacia el centro de la sala, baja los brazos y espera. Poco a poco el silencio sepulcral se empieza a llenar de aplausos y manifestaciones de apoyo, su demostración fué todo un éxito, sus colegas y, sobre todo, sus estudiantes, han aprendido mucho. Es otro pequeño avance para la medicina y la ciencia.
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