Mi amigo Paulo, el albañil, es una persona de poco lenguaje, pero lo poco que domina lo emplea muy bien. No es alto, con una incipiente calvicie “por culpa del polvo de cemento que es tan dañino”, vestido con su eterna chomba de color indefinido, que es su uniforme de trabajo. Es entretenido el hombre y tiene cada historia que a uno lo pone en ascuas. Cuenta que se ha trenzado a los combos con verdaderos mastodontes y todos han caído tumbados por la dureza de sus puños.
Su padre, fallecido hace algunos años, era su mejor amigo. Albañil, carpintero, gásfiter y hasta ingeniero, si la situación lo ameritaba, fue quien introdujo a su cachorro en estas difíciles artes y Paulo resultó tan buen discípulo, que muy luego fue su compañero inseparable en todos los trabajos que se ofrecían. De sol a sol, preparando mezcla, tirando la lienza, trazando y luego levantando obras prodigiosas, rubricaban la faena en un bar de mala muerte, en donde conversaban hasta que la lengua se les enrevesada. A duras penas, con su viejo tumbado en la carretilla, el jovenzuelo enrumbaba a su hogar, con el corazón satisfecho y silbando una tonada cualquiera.
-La camioneta paró en seco. Yo iba a paso lento por Matucana y también me detuve, expectante. De ella descendió un tipo inmenso, que me encaró: “así te quería encontrar, tal por cual”. Era uno con el que había tenido un entuerto tiempo atrás y ahora venía a cobrármela. “¿para qué sería” pregunté yo, aunque tenía bien claro cual era el motivo que se traía el monstruo aquel. “Para esto chuchetu…” bramó furioso y se abalanzó sobre mí. Yo me puse en guardia y esquivé una avalancha de aletazos, hasta que encontré el hueco y por allí metí la mano. El puñetazo mío, seco, certero, dio de lleno en la quijada del hombrunazo y éste se conmovió. Eso lo aproveché y le metí al tiro una ñurda entre los ojos. El tipo se fue de espaldas y allí quedó tirado. La gente aplaudía y me miraba alucinada, “tan chiquito y tan bueno para los combos” decían algunos. Y yo seguí mi camino.
Yo escucho el relato con suma atención, uno de tantos que me ha contado una y mil veces y nunca dejo de asombrarme. No me lo imagino, tan pequeño y tan inofensivo en apariencia, pero después convengo que lo mismo deben haber pensado sus retadores, todos ellos, corpulentos y vociferantes, como si con eso ya tuvieran ganada media pelea.
-En otra ocasión, tumbé a seis hueo… ¡Como caían los hombres! Y yo no me la llevé pelá, me llegaron sus buenos coscachos, pero allí me di cuenta que soy duro, ni sentía los combos y arremetía como toro plagado su lomo de banderillazos. No te miento, cuando salí de allí, el lugar parecía hospital de campaña, todos los tipos tirados quejándose.
Uno a uno, han ido cayendo los contrincantes, algunos buscando revancha, otros, por meterse en terreno ajeno. Como el que se metió con su mujer “y bien caro lo pagaron los dos, a ella la eché y nunca más le hablé, pese a que me rogaba que volviéramos, que había sido una malura de cabeza. Yo, firme en mi decisión, pero con el corazón roto, me desquité con el patas negras. Y en donde lo veía, fleta que le daba, en la calle, en el bar, adonde fuera. Tanto así que el tipo me suplicó que no le pegara más, que ya estaba bien arrepentido.”
Hasta que conoció a una morenaza de buenas curvas y hablar melodioso. Comenzaron a conversar, a simpatizar, casi se enamoraron. Se acostaron y de nuevo la vida comenzó a sonreírle a mi amigo. No es que no hubiera intentado rehacerse en ese terreno, pero ninguna tenía el ángel que tenía ésta. Y lo que son las cosas: una noche en que ambos conversaban plácidamente, mi amigo supo que la mujer aquella, era la esposa del tipo que se había entreverado con su esposa. Parecía guión de alguna telenovela, tanta casualidad junta. Esa noche, se desquitó del todo de aquel pobre infeliz, que a todo esto, se había cambiado de barrio para no recibir tanto castigo físico ni tanta humillación surtida.
Ese es mi amigo Paulo. No le hace el quite a nada y a nadie, pese a que un batallón de individuos lo busca siempre para cobrar lo suyo. Sé que con esa misma serenidad con que me cuenta estas aventuras, los enfrentará y no me cabe dudas que de todos esos lances él saldrá indemne. Y surgirán nuevas historias, sabrosas historias salpimentadas con el aroma a coscacho, a bravata y sangre fría. Así es este pequeño gladiador, gran amigo mío y confidente de tantas refriegas. Yo le creo todas sus cuitas, nunca he puesto en duda sus palabras, lo escucho y me entretengo y lo erijo a las alturas que se merece. Después de todo, es un tipo valeroso y ¿a quien no le hace falta tener un héroe que adorar, una animita a la que rezarle y a un personaje ameno que le ponga palabras a esta vida, a menudo tan árida?
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