Algunas veces, los ojos frente al espejo miran hacia otro lado, son esos días lluviosos, que nos llueven adentro, supuran putrefactos rencores. Entonces, nos enjuagamos la cara con agua fría y dejamos que el reflejo se diluya, pero ya no podemos afirmar si lo real quedó atrapado en el mundo de Alicia y de los sueños, o si por el contrario nosotros somos un sueño ajeno.
Algunas veces, pegamos los talones a las cornisas de nuestro desconsuelo, y vamos sin latidos acunando nuestro corazón moribundo, ensuciando las calles
con la carne envenenada de culpa; refugiados en un caparazón de olvidos y con la muerte tragándonos, en el círculo intoxicado de nuestra memoria traicionera.
Pecado de los ahogados en las cavernas del ser.
Algunas veces, el ruido del abismo es tan intenso que, a nuestro paso se abren mundos subterráneo, el Diablo nos da la bienvenida con una copa de ajenjo y un contrato para firmar con sangre.
El ladrido de un perro a lo lejos nos distrae y en la confusa bruma perfumada de azufre, calcamos nuestros nombres en el libro de las tinieblas, y él riendo nos traga.
Algunas veces, los huesos de nuestra espalda son tan débiles, que se doblan hacia el suelo sucio, obligándonos a mirar nuestra fatalidad desde arriba. Nuestras acciones flotan como globos desordenados en un torbellino rabiosamente negro. Son esos días en que nos llueve desde adentro; hasta que ya no somos más que agua, y un remordimiento que gotea...
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