Di de puños a la puerta abandonada hasta romper -al unísono del eco- como madera seca todos los huesos de mi mano. Perdí el tren. Trastabillando en los andenes fui arando pedregullos y durmientes con los pies descalzos. El bolso remendado dejó caer los bombones que llevaba en algún punto del camino. Llegué a la estancia. Paré en la puerta y golpeé hasta cansarme y sangrar en el cantero descuidado este manojo de flores oxidadas.
Texto agregado el 29-07-2010, y leído por 163 visitantes. (3 votos)