Buscaba esa tarde algo de paz, huir del mundanal ruido y reencontrarme con mi ser más interno, y entonces acudí a ese lugar que mi padre siempre me recomendaba, el cementerio...Sin duda esta visita me llenaba de temor y nervios.
En la puerta de entrada vacilé un momento pero entonces, surgió con más fuerza las ganas de explorar ese lugar.
Caminando muy despacio, un rayo de luz tocó mi rostro, al querer huir de éste y observar esos lugares, me detuve un momento y me senté en una piedra junto a una sepultura.
Quedé asombrada cuando ví la foto de esa persona que descansaba en ese lugar, estaba tan contento en esa imagen, que pensé lo fuerte que debe haber sido para su familia despedirse de él.
Quisé comprender en profundidad el tema de la muerte, se habla de que las almas van a la ciudad de la luz, que allá existe el amor, la generosidad jamás vivida acá en la tierra y entonces por una necesidad de creer que es así, tratamos de conformarnos y aliviar la pérdida, sin embargo, aún nos falta mucho por comprender y vivimos con la pena profunda.
Pero ese lugar efectivamente me llenaba de mucha paz, evoqué situaciones de niñez, juventud y adultez, entre tanto, sin darme cuenta me quedé dormida.
Aparece en mis sueños un jóven lleno de vida que amaba la realidad que construía. Alegre, entusiasta, culto, con mucho talento, excelente hijo, nieto, compañero, amigo; aquel hombre era tan bueno, que esta tierra ya no le completaba, necesitaba tocar el cielo, abrazar lo sagrado, tener nuevos roles y desde arriba colaborar en la humanización de la tierra...Entonces un día decide partir.
Una brisa suave tocó mi rostro y despierto. Ese ambiente me resultó tan mágico y amable, registré una verdadera felicidad que huibiera querido transmitir a viva voz. Una vez sosegada de mi experiencia, quise ver en detalle aquella morada que además, tenía hermosas flores adornando el lugar, ahí leí en la lápída, escrito con letras doradas el epitafio: "Aquel que recuerdas, esta contigo"...
Partí del lugar con la firme convicción que no es el cuerpo el que importa, es el alma que puede perfectamente vivir en distintos lugares, anidandose en los corazones de todos los que nos han conocido. Es el alma la que no muere y con ese aprendizaje volví al mundo rutinario a seguir intentando que mis obras sean buenas para que pueda algún día también trascender...
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Dedicado a un gran hombre y amigo que hoy 28 de Julio cumple un año de su partida. (Juan Eduardo Trujillo Jara). |