Con pasos dudosos, comenzó a retroceder sintiendo su cuerpo a la defensiva. Su conciencia vaciló entre lo real y lo letargo, como si todo lo que estuviese viviendo fuese un limbo entre la cordura y la locura.
La prioridad la tenía su mentalidad y olvidó por completo su cuerpo. Tras este estado de trance, tropezó con un pedazo con lo que quedaba de alfombra cayendo de espaldas al piso sin utilizar una gota de lucidez. Justo dos segundos antes de caer, puso sus manos para que actuasen como soporte y amortiguaran la caída pero, el dolor que provocaron los filamentos restantes de vidrio de la mesa de centro al introducirse en sus palmas, fue agónico.
Sandy produjo sonidos de agudo dolor pero aquel incidente no significaba nada en comparación con todo lo que estaba ocurriendo. Al remover un pedazo de vidrio la sangre comenzó a brotar excesivamente manchando todo alrededor. Corrió inmediatamente devuelta a la cocina por un trapo para detener la hemorragia.
Con aspecto devastador, Sandy cayó derrotada al piso frío sobre sus rodillas y comenzó a lloriquear con toda la energía que aún quedaba en su alma. “¿Por qué a mí?, ¿Quién me está torturando?, ¿Acaso me merezco esto?”.
Mientras el cielo desataba su furia a través de la tormenta allá afuera, Sandy, sentada en un rincón de la cocina abrazando sus piernas como si necesitara reducir el espacio que utilizaba su cuerpo, miraba alrededor tratando de despertar de esta horrible pesadilla; pero no estaba soñando. Todo era real y vívido, incluso mucho más que eso, era doloroso. “Al menos paró de sangrar…” – pensó.
De repente, comenzó a recodar imágenes de su infancia. Recordó una fiesta de cumpleaños donde habían asistido todos, sus abuelos, tíos, primos, todos. Aquello hizo que su cuerpo se relajara (solo un poco) así que siguió haciéndolo. Recordó a su perro Jack cuando solía robarse sus zapatos para despedazarlos por completo. Su mente viajó a los días de campo donde iba de picnic con sus abuelos y la mayor atracción era bañarse en el río. Mientras viajaba en la memoria, su cuerpo se sosegó de igual manera en que alguien está a punto de dormirse. Sus brazos y piernas comenzaron a desistir contra la amenaza y sus manos se distendieron poco a poco.
En ese instante, un sonido ensordecedor proveniente del patio comenzó a tensar el cuerpo de Sandy una vez más. Era como un leve martilleo que definitivamente no era parte de la tormenta. Esta vez, no reaccionó pero comenzó a emprender viaje nuevamente al registro de imágenes en su cabeza. Al principio pensó que era solo su imaginación pero luego se percató que eran recuerdos propios. Sintió como si le hubiesen borrado la memoria pero que algo había fallado. Podía verse a ella misma jugando en el bosque; recordó aquel bosque familiar como aquel que se situaba detrás de la casa del abuelo. Lo más extraño de todo, sin duda, era que definitivamente se trataba de un recuerdo pero, ¿Por qué podía mirar a la niña jugando en las hojas secas si se trataba de ella misma? . De pronto, la niña se le acercó y le pidió que jugaran juntas. La pequeña Sandy lucía feliz jugando en aquel lugar pero la Sandy que estaba mirando reviviendo la escena sentía que la odiaba, que no merecía ser feliz, que jamás debería haber venido a este mundo.
No entendía qué estaba recordando, no comprendía por qué recordaba aquella escena viéndose a sí misma, no tenía sentido. En ese preciso instante, su cuerpo se paralizó, comenzó a sentir mucho frío. Luego, volvió al bosque y observó a la pequeña Sandy jugando y saltando en las hojas secas con un vestido azul y zapatos de charol. Acercó sus brazos a la niña y le grito sin compasión: “¡Muérete, inmunda!” empujándola. La niña cayó cerca de un tronco viejo y lleno de musgo. Su vestido se manchó con barro y su cabeza se azotó en el tronco al caer. Mirando cómo la niña yacía tendida con una herida en la cabeza, Sandy sintió que la atrapó un sentimiento de odio y ganas de asesinar a la niña quemándola mientras estaba inconciente pero desistió al creer que aún no había llegado su hora.
Despertándose de aquella alucinación, Sandy comenzó a llorar nuevamente pero esta vez con más dolor que la vez anterior. No comprendía aún cómo podía recordar aquel capítulo de su niñez siendo otra persona. No comprendía por qué su “otro recuerdo” odiaba a la niña del vestido azul a tal punto de desearle la muerte. Era imposible. Todo era irreal. Era incomprensible que, tratándose del recuerdo de otra persona, pudiese sentir todo aquel odio y esa sensación de venganza tan fuertes, especialmente si se trataba solo de niños.
Al volver, Sandy se dio cuenta de que el martilleo no era tan sutil y que cada vez se acercaba brutalmente…
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