En el extremo estoy yo como una marioneta.
Duermo dos minutos y tropiezo con tu voz.
Hay hilos de gangorra en mis extremidades,
se mueven con tu mirada, con tus labios,
y con esa arcana etimología de cinco letras que
me abarca el alma, que el corazón me aprieta.
Si cantas en la mañana, tu melodía trasciende
los elementos, hay lluvia en tus labios,
relámpagos violentos en cada nota, en cada tiempo.
Si cantas en mis oídos, el mundo es un piano
pequeño haciendo lindos y tiernos sonidos.
Y yo soy la marioneta de nuevo, dormido entre
ruidos y silencios conocidos.

En el extremo habito como un péndulo,
solo, aguardando en esa especie
de ofidia calma que precede a la pasión.
Si agotas un paso frente a mi puerta,
desdoblo las páginas que la vida dobló,
y me hago tuyo de nuevo, tuyo en una
burbuja de silencio, tuyo en una balanza
en cuyos extremos están tu sombra y mi hoy.
Este hoy recurrente en cada luna y en cada sol.
Este hoy que se aletarga hasta el Génesis
del hastío, preñado de desesperanza,
hueco de ti.

En el extremo colindo con las cosas vencidas,
y se desnudan, una a una, las lágrimas que no
quise derramar. Si miro tu foto, aquella que
nos dió un viejo enamorado del crepúsculo,
donde parecemos niños, y tu belleza es una
oración infinita en un poema que Dios escribió
algún domingo de ocio, puedo sentirte aquí en mi
pecho, alterando mi cordura, buscándote a ti misma
en mis sienes, reviviendo aquel amor incorruptible
que alguna vez me dieron tu voz, tu mirada, y tu sonrisa.