Arrastro la vacuidad de los días sin ti,
Y ese añejo aroma a sábana, a beso, y a tiempo.
Arrastro el miedo hasta despertarlo.
Arrastro las horas y dudo de ellas,
de los sueños repartidos como dulces,
de la gente que no le teme a la soledad,
del amor que se apaga como una bombilla barata.
Arrastro en las manos el dolor de tu ausencia.
Me arden las cosas que regresan a preguntarme por ti:
la canción escondida en la tarde,
el niño que te recoje en su sonrisa,
la pobre magia de la luz en los cristales.
Si ves un perro en la calle, lo amas.
Si veo un perro en la calle, lo amo por que
estás ahí.
Ahora quiero apagar las cosas encendidas, quiero
apagar el mundo para salir corriendo a buscarte
y encontrarte detenida observando una flor.
En tu boca habrá una palabra sorprendida y en ella,
como en un sueño olvidado y recuperado,
posaré un beso triste y vedado a la razón.
Quiero verte en la calle vestida de Eva.
Quiero ser un botón en tu pecho,
una cosa diminuta y límpida como una quimera,
o el borde de ese vaso que besas,
y luego, sin reparo, tiras.
|