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Inicio / Cuenteros Locales / Jeve_et_Ruma / La habitación íntima

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-Hortensia, ¿la señora?
-En la habitación íntima, señor.
Tío Eduardo murmuró y fue hacia su dormitorio.

Priscila y yo nos miramos abriendo bien los ojos, no era la primera vez que escuchábamos hablar de ese cuarto, nos intrigaba. Recuerdo que antes de entrar a la casa, solíamos mirar por las rendijas de sus postigones cerrados, pero nunca tuvimos éxito.
-Marito, ¿qué hay ahí?
Nuestro primo pareció disgustado con la pregunta:
-Yo qué sé…
Detuvo el cubilete, como si quisiera guardar el tiempo dentro de ese vaso.
-Tirá, dale –dijo Priscila.

Con mi hermana habíamos descubierto que si uno de los tíos estaba allí, el otro no entraba, ni siquiera golpeaba a la puerta. Hicimos toda clase de conjeturas sobre la enigmática habitación. Los años fueron evolucionando estas suposiciones. Al principio pensábamos que tía Elena hacía manualidades y no quería que nadie las viera hasta que estuvieran listas, o que tío Eduardo armaba barcos dentro de botellas –necesitaría silencio y concentración-. Como jamás vimos ni manualidades ni barcos en botellas elegimos otras opciones no menos ridículas, por ejemplo, que tía Elena cantaba sin público porque su voz era espantosa pero le fascinaba cantar, o que tío Eduardo se depilaba los vellos del pecho con una pincita, uno por uno, frente al espejo. Nunca escuchamos cantar a tía Elena, no supimos si tenía buena voz, y tío Eduardo lucía un pecho absolutamente velludo. Ya en la adolescencia nuestra idea más concreta, en la que desgastábamos las noches agregándole todo tipo de detalles era que ambos tenían amantes. Claro estaba que sabían del amante del otro, por eso no entraban a la habitación. Hortensia oficiaría de nexo, la pregunta necesitaría una respuesta en código, por supuesto y nada mejor que “habitación íntima”.
De adultas, otras actividades tomaron peso y este racimo de locas suposiciones quedó a la espera de momentos menos tempestuosos, pero de vez en cuando nos preguntábamos qué habría allí adentro. ¿A qué olería aquel cuarto, a toallas húmedas, cigarros, perfumes orientales?

Los tíos murieron, Mario, único hijo, cerró la habitación en nuestra presencia y me dio la llave, poniendo como única condición que la utilizara cuando ya “todo hubiera terminado”. Continuó viviendo en la casa paterna hasta su muerte, hace un mes. Sin descendencia directa, las herederas fuimos Priscila y yo. Mientras nuestro primo estuvo con vida –postrado en los últimos tiempos- nos ocupamos de ayudarlo en todo lo que pudimos, desde cuidar de su salud hasta la limpieza de la casa. La habitación siempre estuvo bajo llave, una promesa intrínseca. Para ese entonces, cansadas de su apatía por contestarnos, ya habíamos dejado nuestras preguntas de lado. Recuerdo que una tarde nos dijo:
-A veces hasta el tic tac de los relojes molesta al silencio, lo aturde. El tiempo debería estar hecho de silencio. Es mejor no saber lo que no es conveniente. Cerrar las puertas sin haber entrado nunca. Dejar así al silencio. Morir sin saber. Como yo.
Quizá fuera otro de sus delirios, la medicación no estaba haciendo efecto.

Ayer, en el mismo living que nos vio jugar tantas veces, esperé a Priscila para decidir qué haríamos con la casa; en mi mano, la llave. Mentiría si dijera que no estuve ansiosa al extremo, me llegaban imágenes y recuerdos de la infancia, esa inquietud, esa intriga, la exasperada necesidad de enterarnos de lo que imaginamos prohibido.
Cuando el timbre anunció la llegada de mi hermana, quise incorporarme en un movimiento pero la artrosis exigió que lo hiciera en varios. Los años no sólo aportan secretos.
Juntas subimos la imponente escalera. Priscila luchó con la cerradura hasta que, por fin, ésta cedió. Volvimos a mirarnos con los ojos bien abiertos, llegábamos al fin de todas las historias. Entramos despacio, sintiéndonos ladronas. La puerta lamentó tantos años de clausura, un aroma a noche se escapó, las tablas del piso crujieron el dolor de volver a sentir peso humano.
Tardamos en acostumbrarnos a la oscuridad. Al encender la luz pudimos ver la habitación íntima. Nada, ni una silla; la ventana, tapiada.


Texto agregado el 27-07-2010, y leído por 438 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
27-02-2011 Me encantó leerte. El relato corto y el suspenso te atrapan hasta el final. Muy bueno. boogie
14-01-2011 Y así seguirá, íntima, por toda la eternidad... mariaclaudina
13-09-2010 Sorprendete texto y sorprendente final, entiendo que el primo no se atrevió a develar el secreto y nunca entró y las primas se encontraron que lo único que el cuarto íntimo tendría era un lugar silencioso y oscuro dónde quizás descargar las tensiones diarias. Bah, es lo que imagino. Intrigante historia, me gustó. Un besito y mis estrellitas. Magda gmmagdalena
10-09-2010 ¡Cuanta intriga! muy buen texto, me dejó pensando, atrapantee******* silvimar-
03-09-2010 No es una idea descabellada disponer de un espacio propio que no pueda ser "violado" por nadie, un lugar en el que desconectar del rutinario vivir, un rincón en el que sentarse a "mirarse" sin nada que distraiga.A buen seguro que de poseerlo, aunque fuese a "tiempo compartido", saldríamos de él algo más "sanos" de lo que entramos.Se me ocurre a mi, Secre, que tengo uno parecido, aunque debo decir que con ventana, jeje.Beso oscuro, a medias. naju
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