El hombre cayó muerto atravesado por la bala. De inmediato se encendió la luz y, luego, un alarido ataviado de espanto inundó la noche. El grito desgarrador y espeluznante removió los cimientos de la casa, despertando al vecindario que al instante entró en escena. Se abrieron y cerraron puertas, se mezclaron lamentos y quejas con dolor y llanto. En el ambiente, se fue formando una costra con todos los humores que exhalaba la comunidad y esta, se convirtió en el humus que sirvió para abonar los terrenos del chisme, el rumor, la duda, la impertinencia y quién sabe ¡qué más!
En efecto, mujeres y hombres de distintas edades, con sus rostros reflejando aflicción y pena, hacían respetuosa cola, para ofrecer sus más sentidas condolencias a la madre adolorida. Ninguno de ellos, entretanto, se perdió la oportunidad de comentar:
--No parece suicidio. Tiene que haber sido un crimen.
--Por supuesto, ya llegó la policía. Lo están investigando. ¿Dónde andará la mujer?
--Yo la he visto. Está destrozada la pobre.
--Qué pobre ni qué ocho cuartos, para mí esa tiene algo que ver en esto.
--Dios mío, ¡Jesús Salvador! ¿Cómo dices eso?
--Te digo, porque yo sé unas historias... para mí esta ramera es la culpable.
--Cómo vas a decir semejante cosa. Te estás tirando los crucifijos por los suelos. Esa mujer es buena. Yo pongo las manos al fuego por ella.
--¿Qué dice mujer? Le digo que por lo menos hay un hombre que la visitaba cuando el santo difunto, en vida, viajaba. Yo lo he visto entrar y salir con estos ojos. Y que me quede ciega si no es verdad lo que digo.
--Tan bueno que era el difunto. Era un amor de Dios.
--Sí, hija, para mí era un santo ¿Por qué les pasa estas cosas a los buenos?
Y la madre, envuelta en su manto negro, con el rostro humedecido, la mirada extraviada y el cansancio flotando como su alma, ni siquiera atinaba a decir gracias a quienes “compungidos” la abrazaban…
"-¡Pobre mujer, qué desgracia enterrar un hijo!
-Y aquella, la que llevan desmayada, ¿no es la mujer del difunto?
-Aquella es, sin duda, qué triste...
-Pues no parece desmayada, tan blanca...
Una comitiva de tres hombres llevaba en voladas a la mujer del muerto...toda blanquita, piel cenicienta, triste parodia de vida, como esas estatuitas de una virgen de escayola, tan clarita...
-Pues parece muerta, ¿no?
-¡No seas burra, mujer! ¿Cómo va a estar muerta?... ¿No ves que la llevan al dormitorio?
-Pues el forense va tras ellos...
-No es el forense, es el doctor de la policía, creo...
-El forense, ya lo dije, y esa mujer está tan muerta como el que mató.
-Ella no lo mató.
-Se ha hecho justicia.
-No lo mató, ¡no digas barbaridades!
-El que siembra...
En la salita donde se hallaba la madrecita del difunto, un anciano de barba grisácea y chaqueta de cuero viejo, se abalanzó sobre la señora madre y le lloró:”Madre, ¿qué ocurrió?” Y ella, levantando la mirada con gran esfuerzo, fijó sus enrojecidos ojos en su interlocutor y dijo:” ¡Nos lo mataron, Padre, nos lo mataron!” De los ojos de ambos surgieron torrentes de lágrimas... Como hombres entre dioses... moraron las penas de los vivos entre los muertos. Y afuera un grillo gritó...
Un portazo. En la habitación contigua la mujer del difunto había muerto. Pronto, como aquellas hormiguitas que químicamente descubren un manjar a sus semejantes, corrieron los chismes y cotilleos en las almas de la comunidad..."
La noticia corrió desbocada, como potro salvaje persiguiendo al viento... Cada quien le agregaba un poco de sal y otro poco de ají para convertirla en un tema que no podía evitarse en la conversación callejera, dentro del hogar, en el hospital, en la iglesia, la comisaría y hasta en la cárcel. Ningún habitante de la comunidad se salvó de escuchar y de decir algo en esta historia que, por sí sola, ganaba dramatismo y se nutría de ferocidad pueblerina.
-Dicen, pues, que a la mujer la encontraron semimuerta, llena de heridas y con el rostro ensangrentado de la brutal paliza que le propinó el marido, antes de matarse.
-Eso no es verdad. Yo vi cuando el forense la ingresó a la habitación. Su cara estaba limpia y blanquita como si acabara de comulgar.
-A mi me han dicho que la policía la encontró ahorcada, desnudita, tal como la encontró con el amante
-Lo cierto es que ella no estaba muerta cuando llegó la policía. Murió en manos del forense.
-Todo lo que ustedes dicen son puras babas. Ella se murió infartada del purito susto porque su marido se suicidó.
-Hay, hija, a mi me da mucha pena lo ocurrido. El hombre ha dejado una carta.
-¿Y qué dice la carta? Ahora vas a decir que tú la leíste.
- No se qué dice la carta. Tal vez allí está la verdad…Me parece, repito me parece… haber escuchado que él, creyendo que la había ahorcado con sus propias manos, terminó metiéndose un tiro.
-Lo que yo sé es que la mujer tuvo antes otro marido. Parece que apareció de pronto y, ahora, se ha hecho humo. La policía está tras de él.
Y la noche con las hormigas en el hervidero, hacía su propio camino. La gente en el velatorio se movía con lentitud, mirando a uno y otro lado. Unos trataban de descubrir alguna novedad que contar; otros, rezaban respetuosos al pie de las cajas mortuorias gemelas presidiendo en paralelo la ceremonia. De cuando en cuando…se escuchaban lastimeros quejidos salidos de las honduras de la anciana madre que iba masticando sus penas envueltas en suspiros.
En los días posteriores las noticias que llegaban a la comunidad no justificaron los atroces acontecimientos. Todo el mare mágnum de dichos, expresiones y cotilleos fue tal, que incluso los familiares cayeron en tales enredos.
-¡Ay, mi hijo, el pobre! tan poca vida disfrutada, tan poca...y mi querida nuera...tan joven...¡ay!
-Pues al fin se dice que su nuera quizás no muriera de forma natural –le dijo la vecina.
-¿Y cómo es eso? –dijo otra
-Por lo visto fue envenenada...
-¡Ay, Dios de mi alma! –sollozó la madre del difunto.
-Así es, dicen que alguien vertió arsénico en su vaso de vino, justito después de que encontraran al muerto.
-Pero cómo... ¿Qué hacía ella bebiendo vino, si se medicaba? –preguntó la pobre mujer.
-Estaba alcoholizada, ese era su tratamiento, lo mató a él y luego su exmarido la mató a ella...eso se dice.
-O eso, o ella se suicidó...no se sabrá, aunque vuelven a decir de lo del hombre extraño...
En la calle, dos ancianos apoyaban sus cuerpos en mecedoras plantadas en pared...Noche bochornosa, grillos cantando.
-Parece que se supo la verdad ¿no?
-Parece...
-Ya ves, estaba clarito agüita desde el principio
-Ya ves...
-Me decía a mí un pálpito lo del forense.
-Te lo decía, así es...
-Ese puto y asqueroso que se folló a la mujer y mató al marido. Y al final se cargó a la mujer...
-¡Qué puto!
-Ahora, sí que le va a caer toito el peso ahora. Dicen que la madre le dará fuerte...
-Toito el peso, cierto mucho...
La comunidad se levantó silenciosa y contenida, en una implosión controlada se vistió, se lamió sus manos y vistió sus agrestes cuerpos...La comunidad llegó a una plaza en la que una plataforma sostenía una torrecilla de diez metros de altura...bajo esta, un hombre de mentón alargado, manos finas y pelo encanado estaba inmovilizado en el suelo, sin capacidad alguna de movimiento. Grilletes le ataban al suelo de las manos y los pies mediante picotas...Así miraba al cielo, o más bien miraba a lo alto de la torrecilla, donde la madre del hijo asesinado lo miraba con turbia mirada...desde allí arriba. Todo el cuerpo de la madre había sido desnudado y embetunado, todo su cuerpo despedía olor a venganza.
Cuando la comunidad gritó, la vengativa madre saltó y cayó en postura amorfa entre la masa del otrora forense...La comunidad gritó, y todos sacaron navajas de dichos y cuchillos agoreros y empezaron a descuartizar cotillamente los cuerpos de la contienda...En el jolgorio, una voz se encontró con otra:
-Toito el peso, dijo el otro ¿eh?
-Déjate de decir, coge ese ojo y come mientras puedas, que pronto no dejarán nada y poco encontraremos...
Y así comen y comen los dichos, los decires, los cotilleos, las cacatuas de la eterna comunidad parlante, los chismes y las medias tintas...Y los hombres enganchados a estos prolegómenos de aquellas vidas vacías, aletargan su existencia en las ajenas...¡Ay! ¡Qué pena!
Y la comunidad engorda..."
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