Bastara decir, que soy una escritora mediocre, que cansada de su mediocridad, se asesinó, sé perfectamente, que la palabra correcta es suicidio, pero si aún después de muerta, no voy a poder decir alguna palabra libre de estructuras, sin que los críticos digan que, tengo la influencia de Cortazar, por la invención de palabras, y la de los poetas
malditos, por mi melancolía sangrienta.
Comenzar una novela hablando sobre uno mismo, no parece para nada divertido, y obviamente no lo es, pero a estas alturas, no me importa demasiado lo que ustedes piensen de mí, los muertos miramos las cosas desde otra perspectiva.
Comenzaré por decir que, tan solo a la edad de cinco años, conocí el infierno, y estuve a punto de contraer matrimonio con el diablo, pero solo lo bese en la boca y luego me marché.
Después de esa experiencia temprana, seguí mi vida de una forma confusa, desprolija, autómata, nunca iba hacia donde debía, siempre tomaba el camino equivocado, supongo que el diablo nunca olvida,
y también supongo, que desde aquella noche, en que bailamos juntos el vals de la despedida, él jamás contempló la idea de dejarme en libertad.
Cuando cumplí los seis, era una anciana en el cuerpo de una niña; tan pequeña, que parecía desnutrida, mis piernas eran tan flacas, que yo sentía que si me miraban fijo, iba a partirme. Era como si al crearme hubieran equivocado la cabeza, y en el reparto, me tocó la de otro que, claramente, tendría un cuerpo acorde a las dimensiones de mi cara, para que se den una idea, cuando sonrío, mis cachetes podrían
arrasar un continente; bueno, eso fue exagerado, podrían arrasar mi casa, y eso no estaría nada mal, las casas conservan ese antiguo aroma que, muchas veces quisiéramos destruir, pero siguiendo con mi cuerpo, de más esta decir, que mi madre, en su afán de ser una buena ama de casa, (jamás lo consiguió) no tenía ni idea de cómo vestir a un cuerpo con la cara equivocada, así que, me cortaba el flequillo muy corto y me hacía una cola de caballo defectuosa, me compraba guardapolvos cuadrados y portafolios tan grandes que, no podía mas que caminar inclinada, según la mano en que lo llevara, medias tres cuartos; en fin, una verdadera calamidad humana, y así me veo, en las hermosas fotos de la escuela primaria, un absurdo de la naturaleza, de la cual, la mayoría se reían, y como culparlos, si hoy al verme reflejada en esas antiguas imágenes, no puedo mas que reír sin parar.
Llegando a esta confesión de mi grotesca niñez, siento compasión por el diablo, no puede disimular su mal gusto al elegir aliados.
Ahora bien, me detendré en mi madre, una mujer hermosa, hija de un político y una ama de casa italiana, estudiante, tocaba el piano en conciertos soñados, rodeada de flores y con esos vestidos antiguos maravillosos, en donde uno al ver las fotos, puede creer que esta viendo a una princesa y no a una madre.
Sí, ustedes se preguntaran a quién salgo yo? pero eso vendrá después, siguiendo con el vestido, mi abuela era una costurera maravillosa, todo lo hacía bien, tejía, cocinaba, seguramente por eso, mí madre no sabía hacer ninguna de esas cosas, las llevaba del cuello,como quien lleva consigo un ancla pesada, que si no se acostumbraba a sostenerla, la terminaría enterrando definitivamente, tal vez, debajo de alguno de los árboles que adornaban el terreno, aunque para ella,sería más digno el jardín, en donde los jazmines la perfumarían por siempre.
Con apenas quince años, conoció a mi padre, no la deslumbró en el primer acto, en absoluto, él tuvo que luchar de gran manera para obtener su amor, ella no se detuvo en él, hasta que un día, lo vio pasar con una mujer hermosa frente a su casa, misterios de la vanidad, siempre me pregunté aún después de muerta, sobre las incongruencias de los sentimientos. La cuestión es que, gracias a una rubia despampanante, mi madre supo, que mi padre tenía
una cara, de no ser así, yo no existiría y no habría tenido, la obligación absoluta de suicidarme. Volviendo al romance que, es un tanto más divertido que mí muerte, ella pasaba dos veces por semana por un viejo y deteriorado bar para ir a sus clases de piano, él, se juntaba con los amigos del barrio a tomar ginebra y hablar de mujeres, desde ahí la veía pasar, y varias veces había seguido sus pasos, pero ella, molesta por su comportamiento, no le había respondido una sola pregunta, pero ese día, todo había cambiado; jamás entenderé estas conductas femeninas, ¿se llamará esto enamoramiento? ¿O vanidad extrema de mujer hermosa?
El caso es que, ese día, mi madre, o mi futura madre por ese entonces, pudo darse cuenta que, podía darle a ese hombre que, hasta el día anterior era muy poco para ella, una oportunidad, también pudo
darse cuenta, que mi padre o futuro padre, estaba lleno de granitos, cosas de la edad, por ese entonces el tendría, 19 años.
Desde ese día, nunca más se separaron, solo lo hacían, cuando mi padre iba de pesca.
Que extraña conjunción de personalidades, que extraño rompecabezas es a veces el amor, el destino, o la fatalidad.
Mi padre, era un hombre más bien rústico, había comenzado a trabajar a los diez años, había cursado solo hasta cuarto grado, y trabajaba como operario en una fabrica de chocolates, quizá ese era el
punto, puede que a mi madre le gustara mucho el chocolate.
Ahora, volviendo a mi niñez, (aunque les resulte denso) en mí incompetencia total de conectarme con los otros, en cualquier examen oral, llegaba para sacar un diez y salía sacando cero, solo el hecho,
de pasar al frente y ver todas esas caras regordetas atacándome con vehemencia, con sus burlas y su estúpida niñez normal que tanto detestaba, supongo ahora, al contarles esto a ustedes, que no se quienes son, y si acaso les importe lo que escribo, que la “normalidad” de ellos, me reflejaba incompleta, la cuestión es que, me quedaba muda y todo lo aprendido se me escapaba por los ojos, que se escondían en el guardapolvo blanco, en la mano adentro del bolsillo, en un ojal o en un botón. Volvía a mi casa, como esas prendas desteñidas, ambiguamente confundida. La leche chocolatada, me devolvía apenas la sonrisa, esa que arrasaba con mi casa y tiraba abajo las paredes con sus hoyuelos gigantes.
Era la hora de enfrentarme a mi soledad, de golpear con fuerza la pelota contra el paredón inmenso que daba a la casa del vecino, de completar la escena con fantasmas imaginarios que, adoraban ser mis amigos y amaban mi cuerpo desnutrido y mi cara de luna llena, era la hora de correr desenfrenadamente con mi perra, que no preguntaba nada, no decía nada, tal vez, era la hora de aprender a callar, o aprender a ladrar, lo que estaba claro es, que era la hora de la soledad.
Con los años, todo se puso un poco peor, mi cabello, caía de costado, como una catarata quieta, mis ojos, se volvieron tristes, inseguros,inciertos, me sentía cansada, con un agotamiento poco normal, para una niña de diez años, lo extraño era, que nadie parecía notarlo, la gente pasaba junto a mí placidamente, nadie veía la tempestuosa tormenta que se había iniciado en mí.
Recuerdo que, comencé con la música, estudiaba guitarra, la cual era más grande que yo, mi apodo en la escuela era pigmea, entenderán que era muy pequeña, (esto delata mi oficio nulo en la escritura explicar todo, como si el lector fuera un imbécil, lo cual tal vez sea verdad.)
Volviendo a mis siniestros diez años, amaba tocar las partituras clásicas, mi profesora era muy joven, con lo cual, también me enseñaba algunas canciones de la época. Mi mundo, transcurría entre la música, el paredón, y la pelota, que golpeaba y volvía, algunas veces, era atrapada por mi perra, se llamaba Loba y era marrón claro, con algunas manchas oscuras en su lomo, amigable y corredora incansable.
Creo recordar que, tenía una amiguita del barrio, pero a ella le gustaba jugar con muñecas, y yo, lo máximo que hacía con las muñecas, era destrozarlas para ver que tenían por dentro. Esto me recuerda que las personas siempre me decían muñeca, creo entender, que sería por mi cara de galleta, como esas muñecas peponas antiguas, horrendas. Hasta hace algún tiempo, antes de que desapareciera de este mundo, seguían haciéndolo, algunos pobres diablos que pasaban con sus autos importados, suponiendo que al oír la palabra “muñeca” de manera violenta y descontrolada, una se fuera a subir a sus autos para hacer el amor salvajemente; el asunto es que, yo odiaba a las muñecas, más aún, al encontrar solo nada en su interior, me asustaba la idea de que en mi interior, yo también estuviera vacía.
Las muñecas y su inmovilidad siniestra.
Hace apenas unas horas, en un precipicio de palabras gastadas, me volví a recostar, en la enorme higuera que me cubría del sol en las tardes de verano, cuando podía mirar al cielo y hacerme preguntas existenciales, pero el cielo esta borroso, y los mensajes llegan por correo electrónico, la higuera se secó, en su lugar, hay una casa inmensa y lúgubre, que cubre los restos de animales amigos, que un día corrieron conmigo y hoy son solo cenizas, debajo de la tierra fría, debajo de las raíces muertas de aquel viejo limonero, al que mi padre absurdamente, le colgaba una botella para alejar a las hormigas, jamás supe que tenía la botella por dentro, pero era lindo sentarse, (aun con la presencia del diablo), con una pequeña llama en el corazón, una pequeña luz hacia un futuro incierto, pero futuro al fin.
Con ese presente, mordiéndome los talones sin dejarme caminar, ese presente, que se parecía a un perro con rabia, que no podía soltar a su presa, busque, casi obsesivamente, un árbol donde recostarme, para encontrar respuestas, pero las respuestas, se quedaron varadas en un puente, en donde la gente se mata por pasar del otro lado, ante la agresividad de hombres y mujeres similares, pero distintos.
Mejor será volver a mi niñez, a mi danza mortal, a mis amigos invisibles. Entre los seis y siete años, una incomprensible lucha me invadía, era como un regimiento de soldados frenéticos acampando
entre mis piernas, se obstinaban en hacerme cosquillas y no podía más que apretarlas, imaginaba que si las abría algo terrible caería de ellas, como si un gran túnel oscuro y ajeno, se hubiera adueñado de mi cuerpo, luego, al transcurrir los años comprendí que, aquello que avergonzaba tanto a mi madre, eran orgasmos, tan inocentes y puros como mi cuerpo virgen a pesar de las tragedias.
Ayer, en la penumbra de mi habitación, seguía tejiendo mi trama, extraña para unos pocos(o quizá muchos) completamente natural, para mi concepción de las cosas. Mi inocencia, aun perdura intacta, a pesar de mi breve paso por la vida de los otros, por la calle que pisan los otros, a pesar de mi breve experiencia sexual, arrolladora por cierto, aterradora, aun más, que hacía estremecer cada centímetro de piel de mi cansado y dolorido cuerpo.
Como decía, la inocencia permanece, nadie en todo este tiempo pudo acercarse siquiera a tocarla, lleva consigo el precio de mí soledad, de las paredes húmedas, que van poco a poco, apagando los recuerdos de mi breve pasó por la vida de los otros.
Mientras un cigarrillo se consumía, descansando en mi cenicero roto, yo, desaparecía, tragándome las palabras que no pude escupir a tiempo.
Sería tan simple calcular con una sonrisa cómplice, la cara y las palabras de los otros.
hace apenas unas horas, pude ver rebotar mi rabia, en el cielo raso de esta habitación salpicada de esperma, rebotaba como la pelota contra el paredón que creí inmenso y hoy, es tan pequeño, como mis costillas, que sangran de impaciencia.
Escucho mi soledad, saliendo de la boca amada, gritando sin voz, llorando sin lágrimas, como ayer, como hace un siglo.
Hoy, ahogada en este charco de sangre que me ahoga, puedo ver que, el corazón ya no late, sin embargo, los pensamientos siguen, frenéticamente alrededor de este cuerpo, que pronto será alimento de gusanos. Hoy se que, habían venas dentro de mí, no estaba vacía, como la muñeca que tanto odié, y que hoy, por decisión de mis seres queridos, descansa junto a mi corazón silencioso y vacío,
enredada debajo, de mis brazos en X…
(Se aceptan sugerencias, aun no esta limpio)
Nikita
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