Pienso sentado en mi patio,
cada suceso de mi vida.
Y como si fuera ayer
los recuerdo hipnotizado
por su magia y su encanto.

Las viejas tejas de mi hogar
tenían la sabiduría del anciano,
protegían los sueños de la noche
y cubrían de calor las fantasías de la mañana.
El despertar se hacía una canción de rima.

El fuego de los anhelos se consumía
al sentir el crugir de los leños,
como no dejar de recordar a estos valientes,
aquellos centinelas, que protegían la naturaleza del cariño y el afecto,
sin titubear en su gesta
cuando mamá tenia que preparar la comida.

Con delicadeza y mucho afán
en cada corte había una condición de virtud,
y sin confundirse con vicisitud,
hallaba un rumbo cálido y majestuoso.
Internándose en tanto anhelo maternal.

Verdes, rojas o naranjas,
Duras, blandas o caprichosas, cada una
tenía que compartir su nobleza.
Hacerse inconfundible con el deseo y la desesperación infantil,
que encuentre sendero al final de los gustos,
aquellos que mi buen querer me enseñó.

Como no recordar algo más,
pero es que con tanto pensar
se me abrió el apetito;
y sin dejar de pensar
me senti satisfecho de encontrar en el baúl del tiempo,
un sencillo e inolvidable sabor de recuerdo.