Tanteando el borde de la mesa, donde se apoyó la copa y la pierna y el encanto. Busca esa línea divisoria entre la realidad y la ilusión, entre París y Montevideo, entre el tacto y el simple aire. Esa línea divisoria que podría ponerle fin a todos los dilemas. Pero al tocar encuentra un corazón parado, quieto, sin pulso, y al volver a rebuscar en la basura, la memoria no quiere acordarse a quién le perteneció. El corazón está muerto y el individuo piensa en qué otra parte lo estarán esperando.
La línea divisoria es ahora un susurro tenue. Podría ser, la verdad que sí, que en Montevideo ya no se dijesen más las mismas cosas, podría ser que decir caldera, decir escalera o decir vaso ya no tenga sentido. Podría ser que de globos de helio se llenara el cielo, que de suavidades se poblaran los dedos, y que de nuevos días fueran presos los sueños de los hombres, que ahora mirarían más lejos que la distancia que hay entre sus pupilas y el ombligo.