Hay una Alicia en el país de las atrocidades comiendo un pedazo de torta gigante. Oh, qué delicia, dice con satisfacción y se quita de los labios un par de migas olvidadas. El individuo a su lado usa un gran gorro y una corbata, nada más. Todo su cuerpo está libre de vestiduras. Alicia bebe un sorbo de té caliente y extremadamente dulce y lo mira de reojo, pensando.
Vous voulez un morceau de gâteau? O una taza de té. O un manjar cualquiera, a su elección. Ne soyez pas timide. Lo único que podemos hacer con toda esta soledad y estas ganas de arrancarnos la piel a tirones es disfrutar. Porque, sí, se aprende a disfrutar lo que es bien macabro.
Usted no es Alicia, dice el individuo desnudo mientras, con refinados ademanes, procede a servirse una taza de té. Yo a Alicia la conozco, y no es como usted. Todo ese pelo negro enrulado... no, no se parece. Alicia, además, es una niña. Y usted... nada que una mujer que no aparente. Lies pour des imbéciles, pas pour moi.
La torta está incompleta, perfecta para la foto. Alicia está sonrojada, perfecta para rendirse. El individuo estuvo siempre desnudo, perfecto para vencer. Se acomoda el gorro, susurra un canto de media tarde, toma un sorbo de té con el meñique extendido, se acerca al oído de esta Alicia crecida y maleducada y le dice, bajito: Il est temps de se réveiller. |