U N E L E F A N T E… D O S E L E F A N T E S…T R E S E L E F A N T E S.
Mientras sentada en mi living tejo un pantaloncito de guagua, para la nietecita de una amiga, halagada escucho un programa radial con la música de mi tiempo, y se van sucediendo mis predilectos; Sandro, Julio Iglesia, Raphael, cada tres canciones dan publicidad y me entero que está ad/portas “el día del niño”, luego dan consejos y direcciones para adquirir los presentes para los reyes de la casa.
Comienza el cabalgar de mis recuerdos… me detengo, estoy acostada; la habitación es minúscula, pegada a la pared posterior hay sólo dos camas. Adelante y cerca de la puerta está nuestro comedor y en frente está el ropero, en fila con él, otro armario con víveres y enceres de cocina, bien apegado al rincón el peinador con el espejo grande.
Aprieto mis ojos y me vuelvo a ver tendida con mis manos debajo de la nuca contemplando “mi elefante” montado sobre una plataforma con cuatro rueditas, todo pintado de un gris clarito, y donde debía haber sombras, se difumaba un azul radiante.
Sobre su lomo tenía dibujada una pañoleta en rojo y dorado que cubría lo que debería ser una montura en la que según mi imaginación se montaba el sultán, la princesa o la mismísima reina que un par de súbditos sacaba a pasear .
Mamá nos leía cuentos casi todos los días…ahora sé por qué se demoraba tanto en elegir los que aparecían en “Las mil y una noches”, pero en ese tiempo le reclamaba:
_¡Ya pues mamá, léanos uno de Aladino- otras veces le exigía de Simbad.
En ese tiempo creía que ambos personajes eran una misma persona y variaba su nombre según estuviera en tierra o en alta mar.
Lo concreto o es que cuando Simbad se bajaba del barco montaba a mi elefante que siempre lo esperaba en la playa y de inmediato se dirigía a palacio a ver a la princesa y se convertía en Aladino. Después de varias aventuras, usando ahora su alfombra mágica; al terminarlas volvía a montar mi elefante que lo iba a dejar a su barco…eran innumerable las odiseas que les inventaba a mis héroes mientras observaba a mi lindo elefante que me miraba desde arriba del ropero.
Un día vino una amiga con su hijito de cuatro años, a indagar, por qué mamá se había reducido a esa vivienda tan incomoda siendo que la casona de los abuelos era amplia y sobraban habitaciones…
Mientras las mayores conversaban el niño en un dos por tres recorrió todo el pequeño aposento, talvés de aburrido comenzó a mirar el cielo raso…descubriendo mi preciado juguete y no paró de llorar hasta que mamá me tomo en brazos para que lo sacara y de una sola mirada me obligó a pasárselo al chiquillo. Lo terrible para mí, fue que, cuando se despidieron no me lo quiso devolver; ante mi insistencia por recuperarlo mamá me reprendió argumentando que yo era más grande. Lloré infinitas noches por mi elefante azulino y gris.
Ya adulta, siempre en tiempos de Navidad entraba a las jugueterías buscándolo y nunca encontré uno igual a él. Luego me casé tuve tres hijos. Por ese tiempo arrendábamos una casa en el barrio estación, una de mis vecinas y amigas también tenía tres niños que se avinieron de inmediato y nosotros, los dos matrimonios, también.
Alfredo era jinete y fue llevado a USA, para correr un famoso caballo. Cuando volvió victorioso nos trajo regalos a todos, pero del único que me acuerdo es del elefantito a pilas; gris con mantilla rojo y dorado que le trajo a mi hija menor.
Pasaron trece años; ella se casó con un norteamericano, viven en Salem (Oregon). Cuando nacieron sus trillizos volé a ayudarles. Después de todas la emociones por el reencuentro y conocer a mis nietecitos me puse a recorrer la habitación y descubrí una vitrina dónde mi hija guarda su colección de elefantes.
En pocos días llegará mi hija que viene a vernos y a reunirse con sus amigos del liceo, sus hermanos y con todos sus primos.
Yo le tengo de regalo, una cartera de terciopelo, que tiene adherido un elefante de peltre.
U N E L E FA N T E… D O S E L E F A N T E S…T R
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