Textos participantes del reto 8 PROSA
Autores :emihdez-josef-kanenas y gmmagdalena
Emihdez
La bella bruja del bosque
Una vez más sus garras se pasean por mi cuerpo como tarántulas se arrastran dejando estelas de vellosidades, su aliento me satura la cara, y su lengua pestilente me llena de baba el rostro, sus colmillos afilados me dan pequeños mordiscos y me succionan sangre y me arrancan trozos de carne, estoy inmóvil, pues su poder hipnótico me tiene atrapado, si acaso percibiera cualquier viso de rechazo se lanzaría sin piedad hacia mi yugular y terminaría conmigo de una sola embestida, tengo que acariciarle las garras con sus normes uñas y ese hedor que inunda mis poros, el hedor que la delata como una bestia entre las bestias, es un espectro repulsivo; un hibrido de bruja y vampiresa, que tiene por costumbre aparearse con hombres lobos y que además tiene una jauría de perros salvajes con los cuales vive como si fueran sus hijos, por eso apesta a orines de ellos, a su humor a su pelambre toda esa gama de olores se conjuga con el terror de sus embestidas sátiras en mi contra, me ha convertido en su juguete y viene todas las noches y madrugadas a torturarme. No acaba conmigo porque mi tolerancia me permite mantenerme cuerdo pero si acaso observara cualquier viso de rechazo de una sola tarascada me aniquilaría.
Peregrino aventurero iba por un bosque encantado desafiando a la leyenda de esta bestia. Una apuesta en la taberna me hizo aventurarme en el bosque donde se decía que una ninfa ofrecía seductoras caricias. El reto era poseerla y regresar con la prueba del acto. La vi sentada entre la niebla y su figura era embelesadora de una belleza tal que de solo mirarla me cautivo al instante, no sabía que estaba frente a la más consumada de las brujas y vampiresas, y que su figura solo era uno más de sus poderes y que el cazador se estaba convirtiendo en cazado, me sedujo de manera tal que fue imposible que me fuera de su lado, pero enseguida regresó a su forma habitual y me di cuenta que estaba atrapado por aquel monstruo horrible y que me había convertido en víctima de mi propio juego y me esclavizo de manera tal, que ahora heme aquí como una piltrafa solo esperando sus visitas nocturnas para volverme a torturar.
Escucho sus pasos, se arrastra hacia mí, me preparo para recibir sus embates. Inmediatamente se lanza sobre su presa y me lame, me acaricia, me satura con su hediondo aliento, me vuelve a morder y me clava sus colmillos está jugando conmigo, su peste se revuelve con mi pánico y tengo que fingir devoción para que no perciba mi terror y repulsión, son los minutos más eternos del día, son horas interminables, nunca queda saciada. Su saliva me queda como huella de su presencia, su olor pegado en la piel y en la nariz y sigue lenta disfrutándome, su poder telepático me tiene atrapado, y recuerdo cómo fue que llegue aquí, engañado por su falsa belleza.
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Josef
El Torreón.
Llegas a una verja. La saltas con dificultad. Te acercas a una puerta, sacas la llave y abres. Dentro no ves nada. Tropiezas con unas escaleras y empiezas a subirlas. No tardas en darte cuenta de hacia donde asciendes. Se trata del torreón de la mansión. Te has fijado en el al llegar y la incoherente decadencia de su arquitectura te ha impresionado. Te sientes inquieto. Te preguntas por qué te ocurren sucesos tan extraños. ¿Por tu ingenuidad?
Te dispones a volver sobre tus pasos cuando un ser abrumador, calvo, y con una argolla sujeta a la ternilla de la nariz, surge de la oscuridad. Tratas de huir pero te das cuenta de que una fuerza misteriosa te paraliza. Con la malicia impresa en su semblante desfigurado, el ser te pregunta hacia donde crees que vas. Le explicas que alguien, no sabes quien, perdió las llaves y un conocido te las dio para que se las devolvieras al propietario. En realidad sólo has entrado a curiosear. El ser entreabre su boca, esboza una mueca, y señala una puerta que hay tras él. Intimidado y sin convicción, te aventuras a penetrar...
Dentro tropiezas con unas escaleras, y al subirlas, resbalas con unos guijarros te desequilibras y una de tus piernas queda en el vacío. Descubres que no hay nada al otro extremo. Coges un pequeño guijarro y lo arrojas, transcurren unos segundos, no oyes nada. Te das cuenta de que asciendes unas escaleras al borde de una profunda sima. Y continúas... No puedes hacer más.
En eso escuchas exhalaciones. Prestas atención y te das cuenta, alguien gime. Parece el llanto de una mujer. Intrigado, decides continuar mientras el llanto se transfigura en el de una niña y luego otra vez en el de una mujer. Hasta que en un repecho, sentada en una banqueta ves a la niña. Sus brazos, sobre la cara, son de una BELLEZA inquietante. Se seca las lágrimas. Le preguntas por qué llora. Se enjuga y contesta que por ti. Luego añade con voz de mujer.
- Te esperaba.
Sorprendido, te señalas en el pecho, y preguntas.
- ¿No te habrás equivocado de persona?
Se va incorporando mientras dice.
- He dado orden a mi servidor de que te enviase.
- Querrás decir a ese individuo espantoso que estaba allá abajo, aclaras.
Ella se aproxima. Y según se acerca te fijas en su BELLEZA. De pronto, los contornos de su cuerpo se deforman, se extienden y desarrollan hasta convertirse en los de una mujer. Alza la cabeza por primera vez te mira de frente y te pregunta.
- ¿Sabes quién soy?
En un principio no aciertas a responder y de repente... ¡Lo intuyes! E inquieres.
- ¿Eres... BELLEZA?
En ese mismo instante reconoces la peculiaridad de su indumentaria. Descubres el brillo de sus ojos y su mirada cautivadora y sanguinolenta. Y así permaneces, inmovilizado por el horror. Te basta dejarte acariciar por sus sutiles estiletes mientras agonizas de puro placer...
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kanenas
Clara Bruna
Ciertas personas llevan nombres que no se avienen a su personalidad y aspecto. A Clara Bruna su nombre la retrataba. Era la hija menor de una pareja singular: sensible y creativa, la madre, taciturno y sombrío el padre.
Los escasos ingresos de su profesión de veterinario lo obligaron a ejercer otro trabajo en el sótano de la casa. Embalsamaba animales.
Sus principales clientes eran los Museos de Historia Natural y mientras convertía a los animales en estatuas paralizadas en un gesto eterno, vivía en morbosa excitación.El contacto con la sangre y la muerte lo embriagaban.
La familia vivía en un viejo castillo en las afueras de Londres. La torre era el reino de la madre. Allí pasaba las tardes escribiendo poesías,cuidando sus plantas... dibujaba o escuchaba música... y cuando la pequeña Clara Bruna subía para hacer sus tareas, madre e hija solían improvisar danzas vistiendo velos, plumas y encajes. Bailaban como vestales de un rito jubiloso.
La parte luminosa del espíritu de Clara Bruna disfrutaba esos momentos tanto cuanto con su lado sombrío se sentía subyugada por el taller del padre. La niña era alegre en la torre y tenebrosa a la vista de la sangre y la presencia de la muerte en el sótano. El padre viendo su entusiasmo le enseñó su trabajo.
Tenía quince años cuando la madre se arrojó desde un ventanal de la torre. Su espíritu sensible no pudo sobreponerse al conocimiento de lo que hacían su marido y su pequeña en el taller. La hija mayor culpó al padre de la tragedia y abandonó la casa.
Desde entonces Clara Bruna subió muy de tarde en tarde a la torre donde el polvo se apoderaba de los muebles, las arañas rellenaban los ángulos y las plantas morían de sed..
El veterinario murió poco después afectado por una extraña hemorragia y Clara bruna no titubeó en asumir todo el trabajo. Se sentía como encadenada por la vista de la sangre, el olor a formol y la presencia de la muerte.Ignoró los ruegos de la hermana que la exhortaban a irse con ella.
Cumplía puntualmente con los pedidos, pero el atrabajo la agobiaba al punto que debía recostarse en pleno día para descansar. Se adormecía inmediatamente. Solía soñar que un joven rubio, muy parecido al repartidor del pan que pasaba por la casa cada mañana, golpeaba cuatro veces a su puerta. Ella lo invitaba a entrar y visitar la torre. Allí se ataviaba con los tules de la madre y bailaban hasta que él caía muerto.
El sueño se repetía con variantes, pero el personaje era siempre el mismo .
Cuando el joven real pasaba a dejar el pan ella se sentía turbada.
Cierta vez soñó que el joven la miraba fijo con ojos relucientes, rígido e inmóvil.
El morboso deseo afloró finalmente a su conciencia y se sintió invadida por una extraña excitación.
A la mañana siguiente el joven repartidor golpeó cuatro veces a su puerta y Clara Bruna lo invitó a entrar.
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Gmmagdalena
Las victimas
No podía acallar las voces que martillaban mi cerebro.
- No tiembles, no temas, mantén la serenidad o él lo percibirá – decía una.
- ¡Idiota! ¿acaso crees que eso te salvará? – decía otra.
- ¡Ruega! ¡ruega por tu vida! – me aconsejaba una voz cobarde y lastimera.
Pero esas voces no lograban acallar las otras, las que no venían de mi interior; las de las otras víctimas, las de aquellas que ya habían sido sacrificadas.
Mis jóvenes amigas y hermanas enloquecidas de terror, revolcándose en sus propias heces, suplicando por sus vidas; asesinadas sin piedad.
- No rogaré – me decía –no rogaré - repetía, y sin embargo sabía que lo haría.
¿Cuánto tiempo hacía que estaba allí? ¿Cuántas horas, cuantas noches, cuantos días? Hacía mucho que había perdido las esperanzas de sobrevivir. Tenía la seguridad de no volver a ver la BELLEZA del rostro de mi madre.
El hombre nos había encerrado, clausurando cualquier vía de escape. Una a una nos fue inmolando quien sabe a qué oscuros dioses; gozaba con ello, gozaba asesinándonos.
No comíamos; cada tanto abría la puerta para arrojarnos pedazos de carne sanguinolentos; trozos de miembros de aquellas que ya había sacrificado. Preferíamos morir de inanición antes de alimentarnos de nuestras propias compañeras. El olor a sangre y a entrañas malolientes enrarecía el aire de nuestra prisión.
El olor de su odio también infectaba el ambiente ¡cuánto nos odiaba!
Algunas, las más pequeñas, ni siquiera intentaron defenderse cuando vino en su búsqueda, sólo se dejaron apresar, resignadas a su suerte, prefiriendo que todo terminara, que la pesadilla acabara.
Yo no, yo no quería morir así.
Intentamos mimetizarnos con las sombras del sótano. Fue en vano, él nos descubría y así nos fue matando.
- No se escondan mis BELLEZAS – decía – Papá las va a encontrar - y festejaba su ocurrencia con estruendosas carcajadas.
Pasado un tiempo, del grupo juguetón y bullanguero que equivocó su lugar de juegos, sólo yo sobrevivía.
Sabía que pronto vendría en mi búsqueda y cuando todo acabara, iría por más víctimas, lo sabía, nunca acabaría su necesidad de matar.
Por un instante sentí que la razón volvía a mí, entonces supe que debía hacer. …
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El sujeto abrió la pesada puerta del sótano e iluminándose con una linterna comenzó a bajar los escalones. Riéndose entre dientes se agachó e iluminó cada rincón en busca de su víctima, disfrutaba de lo que para él era el mejor momento, había esperado al final para sacrificar a la mejor, la más fuerte, una auténtica BELLEZA, si así podía decirse.
De pronto, desde las sombras, surgió un chillido aterrador y el hombre cayó como un fardo al ser alcanzado en el cuello por una enorme rata que, con furia demencial, le hincó sus colmillos en la yugular hasta que una explosión de sangre los ahogó a los dos.
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