El día abrió hinchado de nubarrones grises, humedad flotante que deja ver al sol como una cicatriz amarga en el cielo.

La mañana deja el vaho en la ventana cerrada que encierra los ecos de la noche recién arrumbada debajo de la cama.

Contemplo la rancia luz mientras en el corazón se coagulan los recuerdos de mejores y coloridos días. Es por esa razón que hoy, me aburren las tardes sin caricias de viento, las noches que se agitan con el frio inútil eyaculando larvas del insomnio, los pasos aletargados de la soledad que va invadiéndome por los ojos hasta enroscárseme entre las costillas, los aullidos despavoridos de viejos sueños que son circuncidados por la realidad pálida en insípida, la ebriedad que adolece de gracia y la sobriedad desabrida que le precede.

Hoy tengo un yo desconocido que amenaza con recuerdos guardados en la memoria más recóndita, un yo que no me deja ser presente mientras el pasado me asalte y desaliente escondido entre la lluvia, entre los nubarrones. El tragaluz es un ojo en blanco que no deja de mirarme como a un extraño, como si le debiera una explicación por la enorme y abrumadora tristeza.

Algún día, la lluvia fue el danzante estelar del día, pero hoy, solo es una nostalgia atroz que ha plagiado al sol dejando como única evidencia una cicatriz punzante en el cielo.

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