Hola Pompi, te escribo porque me has dicho que no puedo quitarte el tiempo pero mi duda es si puedo quitarte el hambre. No me refiero a la sensación de satisfacción que produce el alimento. No. Necesito la clave para satisfacer otra necesidad. ¿Cómo elimino el “bicho” de mis pensamientos? Leí a Jordi Soler y me hice suya una frase: “Deje el revólver donde antes estaba mi corazón” pero no sé si mi corazón aún me pertenece. No sé, citándolo aún, si mi corazón “fue un perro que se tiro por la ventana” en una tarde de argonáutica. Bajé por la escalera de emergencias, donde casi me rompo la madre, debido, irónicamente, a una emergencia: llegar a mi apartamento antes de que las pupilas se dilaten y se aletarguen los movimientos. Fume un porro. Pura caquita de chango de Acapulco. Antes de que me reclames, quiero decirte que fue por motivos meramente terapéuticos. Se me termino el prozac y estoy muy deprimido. Entré a la cocina y abrí la nevera. Solo hay medio litro de leche, una barra de mantequilla y hielos, muchos hielos. ¿Qué se puede preparar con esto? ¿Hielos a la mantequilla? O mejor, utilizando la leche: ¡Crema de mantequilla helada! Son muchos hielos, así que espere un poco e hice unas ricas paletas de mantequilla. Tampoco te quitan el hambre, aunque, con un poco de azúcar, son tolerables. Estoy en la eriza y demasiado herido… ¿o al revés? Huyo en un momento crucial, cuando más cerca parecía estar, se alejo cuando estaba en mis pensamientos más decentes, cuando estaba involucrada en todo mí ser. Huyo, salto por la ventana, se llevó el revólver y mi corazón. Extraño su inocencia, sus ojos verdes que necesitan madurar, sus muecas de niña mimada, su “como decirte que lo último que quiero es ser tu amigo”… Se fue. Y sin embargo, sigo buscándola por el hueco de lo que ya no está y que antes estuvo, por el sórdido estancamiento para escribir, en la promesa de no volver a fumar… Solo quedó una ventana cerrada y un perro ladrando porque quiere volver a saltar.