El primer lugar en volumen de músculos. Además de stripper, campeón de fisicoconstructivismo. Por lo demás, igual a todos, a 100 pesos los 5 minutos. Esta vez no acepté ni siquiera el ofrecimiento gratuito detrás de la cortina de terciopelo azul.
Ralf no es el mejor bailarín, pero sabe de su negocio, sabe seducir. Como ninguno, tiene la fuerza para sujetar por la cintura con un brazo a una mujer sin dejar de contonearse, es capaz de inclinarla hacia atrás y al mismo tiempo acariciar su pecho, todo ello sin que la afortunada ponga un solo pie en el suelo. Acostumbra esposar a la elegida y meter la cabeza por debajo de su blusa, si ella no usa sostén en ese momento, está de más decir lo que sucede en ese diminuto espacio dentro de la blusa. En fin, es lo que observé, la afortunada jamás fui yo.
Siempre tiene el cuidado de hacer colocar una silla en el escenario, al principio creí que para sentar a una mujer del público, pero es para acomodar la ropa que se va quitando, y la coloca con cuidado para que no termine arrugada y sucia. Los demás arrojan su ropa en el suelo.
Descubrí que el rechazar un privado, aumenta mis posibilidades de salir acompañada del bar, o al menos de ir gratis detrás de la cortina azul. A pesar de que no fue mi intención, salí acompañada de Ralf. Comenzamos en el camerino con unos cuantos besos y enseguida me propuso ir a su casa.
Un pequeño departamento, no pude observarlo con detalle puesto que no prendió la luz; fuimos directo a su recámara. Siguieron los besos y después la ropa comenzó a estorbar. Cada prenda tanto de él como mía, la iba acomodando en una silla que se encontrba a un lado de su cama, se tomó la molestia de doblar todo. Entre beso y beso, entre manoseo y manoseo, hasta mis calzones terminaron doblados, y mis zapatos a un lado de la cama, uno a un ladito de otro.
Su poca dedicación y habilidad en maniobras íntimas desvió mi atención hacia lo que había a mi alrededor. Una recamara impecable, ni una sola mancha en las paredes, todos los muebles con el mismo diseño; nada fuera de su lugar, ni una prenda, ni un frasco de perfume, ni un calcetín medio salido del cajón.
Al terminar me pidió levantarme de la cama, con el cuidado de una mucama acomodó las sábanas para acostarnos . En lo que él terminaba la labor fui al baño; un olor agradable, ni un gramo de sarro en las esquinas o en el retrete; como si nadie lo usara. Mientras me lavaba las manos pude observar lo que había en una pequeña repisa: toda suerte de productos depilatorios y suavizantes de piel, preventivos de celulitis y cremas para las estrías; algunos de ellos conservaban la etiqueta del precio y costaban lo que yo gasto en comida una semana entera. Los frascos y envases perfectamente clasificados y formados, como soldaditos, un pequeño ejército de belleza.
Al volver a la recámara, él ya estaba profundamente dormido. Lo estudié de pies a cabeza; lo vi de cerca, no tenía ni un solo vello en ninguna parte del cuerpo, ninguna parte, hasta la espalda tenía perfectamente depilada; para resumir, diré que solamente había pelo en su cabeza. Me acosté a su lado, con la incomodidad de arrugar sus pulcras sábanas.
Por la mañana observé el departamento, parecía la casa muestra de un fraccionamiento nuevo, todo perfecto. Llamaron mi atención un conjunto de recipientes, como cacerolitas con tapa, arriba de la alacena. En un rincón había varias estatuillas con formas extrañas, parecían estar cubiertas con plumas y algo que parecía sangre. Encima del refrigerador había una cacerolita similar a las demás pero más grande y adornada con pequeños collares, esa estaba a mi alcance, pretendí destaparla para ver su contenido, pero en ese momento detuvo mi mano con toda su fuerza: “Ni se te ocurra, él es Xangó, el padre de todos los demás dioses” dijo mientras me señalaba las demás cacerolitas. “Si lo ves lo tomará como una falta de respeto, podrías arrepentirte”.
Lo acompañé a la cocina para buscar algo de desayunar, pero solamente había proteínas, ni siquiera tenía sal, la tenía prohibida semanas antes de una competencia, a la cual me invitó. Salí de ahí con el estómago vacío a la tienda mas cercana para devorarme unas galletas y empinarme un yogurt.
Volví dos semanas después para acompañarlo a la competencia. Al verlo pretendí que me cargara como hacía con las demás mujeres y me colgué de él, ambos caimos estrepitosamente al suelo. “Antes de una competencia debo deshidratarme para que la piel se pegue a los músculos y sean más visibles, llevo dos semanas tomando agua especial para planchas de vapor, llevo dos días sin comer nada más que avena seca, no puedo tomar agua, gelatinas ni nada que contenga hidratantes, estoy debilitado, te la debo”. Realmente él me invitó para conducir hacia la competencia, mientras platicaba con él, vi su cara de cerca, con luz por primera vez; se había maquillado, se había rizado las pestañas y tenia brillo en los labios. En cada semáforo se tomaba el tiempo de “corregir” mi maquillaje: me puso polvo, me rizó las pestañas y me aplicó un labial hidratante de larga duración. ¿Cómo es que él poseía todos esos cosméticos? No lo sé, pero su neceser era mucho más grande que el mío.
Al terminar salí de la competencia con Mr. Músculos del brazo, fuimos a cenar para celebrar y fui testigo de la mayor muestra de hambre; se devoró los platillos como si alguien fuera a quitárselos. Fue la última cita,corté tdo contacto con él, no volví al departamento, pero sí al bar.
Aprendí, simplemetne, que no puedo salir con un hombre que:
-Tiene una religión donde debe sacrificar gatos, pollos y borregos. (No juzgo sus creencias ni soy defensora de animales pero… es asqueroso).
-Es mejor ama de casa que yo.
-Usa maquillaje.
-Se depila más que yo.
Aprendí que lo metrosexuales no son para mí, me gustan los hombres un poco desordenados, de aspecto desenfadado y no tengo nada en contra de los vellos masculinos.
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