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Inicio / Cuenteros Locales / jorgerodriguez / Capítulo 4

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La única ruta confiable del camino por las amazonas es la realizada por Francisco de Orellana en mil quinientos cuarenta y dos, esto nos sitúa en el comienzo de la espesura en el Perú. Nuestra segunda parte del viaje se acomoda un poco más a mis viajes.
Creo reconocer los viejos caminos cuando era joven y tardé un par de años en dar con la civilización nuevamente, en ese entonces las piernas eran firmes y la vista aguda por lo que siempre pude escapar airoso ante cualquier peligro.
Mientras más pequeña la compañía, resulta mejor la exploración. Grandes grupos tienden a destruir el equilibrio en la fauna de la selva confundiéndose con una amenaza tanto para animales como para tribus hostiles. Además sería una mejor oportunidad de que el chico aprendiera algo alejado de su soberbia.

El primer día de expedición al interior de las espesuras amazónicas pude notar como la inexperiencia de mi acompañante se entrelazaba con su ansiedad por disparar lo antes posible su nueva Rémington 7400, rifle semiautomático, no por nada una de las grandes exportaciones yankees para el deporte de la caza. Sin embargo, la ventaja de la rapidez para una seguidilla de disparos que ofrece el arma, puede ser fatal según la experiencia del cazador, ya que al tener una capacidad de sólo tres balas es común que los principiantes malgasten municiones antes de dar muerte a una presa.
No cambiaría por nada mi fiel Winchester 94. Aún así me causaba simpatía verle cómo se las arregla para no parecer un niño a mi lado, intentando mostrarse alerta frente a cualquier ruido.

Avanzamos con sigilo, familiarizándonos con todo alrededor. Extrañaba mezclarme con tanto verde, nunca antes respiré un aire tan puro como aquél. Con la noche preparamos un campamento y finalmente hubo oportunidad de charlar:

-Ha de ser una mujer muy importante para ti, ¿pero estás seguro de encontrarla en este lugar?
-No dudo de mi corazón, somos el uno para el otro- respondió, mientras su mano jugaba con un pequeño tesoro de madera que colgaba alrededor de su cuello. No lo había notado antes.

-Juramos reunirnos sin importar donde nos llevara nuestra vocación. Igual me sorprendí al enterarme que mientras mi mente se acostumbraba al trabajo citadino, ella se sumergía en explorar las viejas etnias… lo leí en el artículo de un periódico-

Buscó en su cartera un papel doblado con cuidado, y me lo entregó. La fecha databa de hace unos tres años y se apreciaba la fotografía de una joven con el mismo collar de madera. El recorte se titulaba “Antropología nacional a pasos gigantescos”
Sólo reaccioné en sonreír, y mientras devolvía el trozo de papel, nuevamente me encaró preguntando “¿ha conocido a alguien así?”.
Me disponía a contestar pero algo estaba mal en el ambiente. Por un momento las aves nocturnas guardaron silencio y en la espesura un sonido liviano de pasos se acercaba. Sin titubear alcé mi Winchester en dirección al chico.

-Hey, espere, no era para tanto…- reaccionó alzando sus manos y palideciendo el tono en su cara.
-Silencio. No te muevas- susurré.
Quince metros adelante, sólo uno, pero sin intenciones de atacar. Moviéndose con curiosidad ante el fuego y las nuevas voces, observé la sombra del jaguar en su ronda nocturna.
Por su caminar, rodeando el campamento, se trataba de una hembra, cerciorándose si acaso existía algún peligro para sus crías. Tras su retirada, bajé el rifle.
-¿Qué fue eso? ¿Un león?, porque no ha disparado, puede volver- preguntó agitado.
-Ten un poco de respeto, chico, aquí los extraños somos nosotros. Mejor duerme, mañana nos espera una larga jornada.


Cabeceira do Rio Acre, una vía de escape de las manos de cronos ubicada al noreste de Brasil, donde aún es posible encontrar las maravillas vírgenes del nuevo mundo y observarlas con ojos de conquistador. Todos ellos desaparecidos hace ya siglos al sucumbir por la codicia y los vicios en sus almas.
Algunas tribus Jaminawas viven aún dispersas en comunidades en la orilla norte del río. A la distancia unos pequeños advirtieron nuestra llegada y corrieron a una de las tiendas con una cruz pintada en la entrada.
Sorpresa para nosotros fue reconocer una mujer de estatura promedio, que alguna vez fuese de nuestro color de piel que acercándose nos exigió que bajáramos las armas.
Con un gesto le indiqué al chico que lo hiciera antes de buscar problemas, quien accedió de mala manera a entregar su rifle nuevo, sin uso, para inmediatamente preguntar por su amiga.
El rostro de la mujer se asombró e impaciente nos invitó al interior de la tienda. A medida nos acercábamos, familias curiosas salían a nuestro encuentro balbuceando en pano, su lengua, el proceder de los invasores.

Una vez dentro, el chico reconoció entre algunas fotografías sobre un rústico mueble a la quien sería su esposa. Su fugaz ilusión se vio truncada al abrir una caja de metal que la anfitriona le entregó sin decir palabras. Dentro de esta, una carta con su nombre, una fotografía de ambos en tiempos de colegios y el collar de madera señal de la promesa que ya no se cumpliría. Poco a poco el muchacho descubrió que la muerte también es parte de la vida.

-Ocurrió hace ya un año, no soportó la enfermedad que casi acaba con toda la tribu y la medicina al final ya no tenía efecto. Siempre defendió el mantener con vida a los Jaminawa. En el aislamiento entregó sus dosis de medicina a los más jóvenes y ancianos de la tribu. Continuó también, con sus anotaciones hasta que el cuerpo cediera. Fue muy querida entre los Jaminawa. Si hoy esta tribu existe fue únicamente gracias a sus atenciones. La despidieron con altos honores…- el chico no reaccionaba a las palabras de ella quien proseguía con su monólogo.
-Las cosas de la caja eran según ella sus más grandes tesoros. Cuanto lo siento en verdad, pero la fiebre se…-
-¿Donde está enterrada?- interrumpió con la voz ahogada.
-Los guiaré- dijo la mujer.

Por su entrega con los Jaminawas, éstos le concedieron un espacio para su descanso, donde hoy una cruz de madera adorna con humildad la tumba entre los demás líderes recordados. Ahí estaba de pie el chico despertando de un sueño que lo trajo de bruces frente a una verdad que nunca se termina de aceptar: “Nada es para siempre”.
Mantuve la distancia como señal de respeto, sin duda será una herida que tarde en cicatrizar, pero que sólo a él le corresponde lograrlo y mientras lo miraba paternalmente la mujer me interrumpió.

-Pobre joven, ahora más que nunca su hijo requerirá de su apoyo-.
Sonreí.

Texto agregado el 19-07-2010, y leído por 100 visitantes. (0 votos)


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