Eres como esos vinos en enero, cuando la noche es tibia y clara. El sabor agridulce de una espera, la fatal despedida en la ventana. Eres la sombra que sepulta mis sentidos, el manto sagrado, con el que no me envuelvo. Nombrarte es, crucificar al paraíso, por eso voy sangrando; muñecas y tobillos me delatan.
Eres la hoguera, que un viento leve apaga, el veneno, en la taza de un te recién servido,
la melodía sin ritmo de mi almohada, y la paloma, que cayó en mi patio sin sus alas.
Eres todo eso, pero también, eres la mala estrofa en este verso incierto, la consonante muda, en mi lírica obscena, y eres, el hilo que bordado va en mis letras, y la lengua que mi carne reclama.
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