Desperté de súbito en algo que si no era el mismísimo infierno perfectamente podría ser su antesala. El escozor sufrido por cadenas atadas a presión en mis muñecas estaban a milímetros de luxar las articulaciones. Apenas lograba enfocar la visión y los párpados inflamados dificultaban aún más la tarea. Un aire viciado y repugnante dominaba el emplazamiento y la iluminación era escasa. Una ampolleta vieja y sucia colgaba de un cable amarillo. A ratos la luz parpadea y vibra con ruido chirriante impidiendo ver los limites de aquel lugar dejando solo oscuridad en el horizonte. Todo mí cuerpo acusaba el dolor de reiteradas golpizas y calcule que llevaba varios días allí colgado. La piel de mí cara estaba tirante; rígida de tanta sangre seca. Era evidente, me habían golpeado hasta la inconsciencia.
¿Qué rayos hacía yo ahí? ¿me habré pegado en la cabeza?, recuerdo haber corrido por mi vida. No tiene sentido. Quizás este es el infierno y estoy muerto. ¡No!, ¡no puede ser!. Nadaba vertiginosamente perdido en mis pensamientos casi al borde del delirio, la locura, cuando el estridente sonido proveniente de una pesada puerta de acero perturbo mí trance. Quedé paralizado al escuchar el segundo impacto de la puerta. Advertí una silueta caminando lenta pero amenazante en mí dirección. El corazón daba señales de taquicardia y desde mi frente un sudor marrón surcaba mis facciones. En su brazo derecho empuñaba algo parecido a una Sig Sauer 9 mm. que luego enterró en mí sien en un movimiento seco y enérgico.
-¡Se acabó! -soltó esas palabras tan cerca de mí oído que por poco lo revienta. Su aliento soltaba un olor a nicotina desagradable. Jaló el gatillo y se fue del lugar de la misma forma en que entró para luego caminar hacia la siguiente habitación contigua.