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Inicio / Cuenteros Locales / jorgerodriguez / Capítulo 3

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El chico no tardó más de una media hora en recuperar la conciencia, pero aún al final del día se sentía mareado por el golpe.
La impaciencia por comenzar a cargar el barco con el botín no nos dejó dormir. Buenaventura desapareció un momento de la cubierta para regresar con un par de botellas y un pequeño acordeón. Quien iba a pensar la inclinación de ese hombre por el arte, sin duda se trataba de un tipo de sorpresas bien guardadas. Nuevamente el aguardiente sirvió de compañero hasta que el sentido se perdió entre la borrachera y los cantos del mar.

El calor del mediodía me despertó pero ahora con un dolor insoportable en la cabeza y mal humor. Tanto el chico como Buenaventura se encontraban a babor cargando la nave con sólo una pequeña fracción del tesoro, pero capaz de cubrir buena parte de la cubierta con doblones y piedras preciosas, pero las ansias de oro no tardaron en nublar el juicio. No tomaron en cuenta que el peso significaría un mayor gasto de combustible.
-¡Deténganse un momento!- grité pero ambos no respondieron y continuaban cargando la barcaza. -Es demasiado peso, nunca llegaremos a tierra firme-.
El chico se detuvo mirando a su alrededor midiendo si era suficiente con el botín y donde habría más espacio por llenar. Era mi única oportunidad para detenerle. Lo sujeté fuerte del brazo y antes de decir cualquier cosa notamos a lo lejos, por estribor, otra embarcación acercándose. Buenaventura gritó desesperado “¡Piratas!” y volvió a desaparecer en su habitación corriendo con dificultad por el peso de las monedas en sus bolsillos.
-¡Vuelve cobarde!- grité pero sin recibir respuesta. Volví la mirada al chico y le ordené que me ayudara a levar el ancla y empezar la huída.
-No pienso dejar lo que por derecho nos corresponde… ¡Me corresponde!-
-No seas terco, si acaso el pescador tiene razón, estamos en problemas. No te hagas el valiente, mira que he visto a muchos más fuertes que tú morir llorando por cosas menos importantes-
-No me compares con lo que has visto. Viejo estúpido. Sino hubiera llegado donde estabas sentado en la barra de aquel bar, de seguro el muerto de hambre serías tú… - No lo soporté y un golpe certero en su cara bastó para calmar los ánimos de grandeza, sin embargo el orgullo no se derriba tan fuerte, y yo ya estoy viejo.
-No eres mi padre- sentenció con la cara firme soportando el dolor y las lágrimas.
-Si no quieres compartir lo que conseguiste, entonces te ayudaré al menos a esconderlo- Diciendo esto empujé con mi pie uno de los cofres que se encontraban más cercanos a la borda.
El chico estaba estático junto a mí, y como no mencionaba ni una palabra perturbado por lo que hacía, le recalque que –Ya sabes donde encontrarlo y demostraste que estabas en lo correcto, que eso sea suficiente por ahora. Además si tu idea era transportarlo todo, necesitarás más que una simple barcaza de pescador.
Logré calmarlo pero se negó a botar uno de los bultos –Que sea una pequeña recompensa de esta aventura-. Lo tapó con unas viejas mantas, escondiéndolo de cualquier mirada.

Cuando la nueva nave ya estaba a unos cuantos metros, fue posible distinguir que no se trataba de piratas sino de algo mucho peor, un carguero.
El acceso marítimo a Rapa Nui está restringido a un barco de carga que parte desde el puerto chileno de Valparaíso. Viaje que se realiza cada tres o cuatro meses y que coincidentemente ese resultó ser el día.
Al percatarse de nuestro barco a la distancia, creyó estaríamos con algún problema, puesto que no es común ver a pescadores en esta zona. Puede que el destino nos lo haya puesto en el camino como para despertar de la codicia y evitar más tarde el hundimiento de nuestra misma embarcación.
El tipo a cargo era un hombre alto y sereno, con una postura firme y correcta en los ojos. Parecía conocer el mar casi tan bien como Buenaventura, sin embargo, su rectitud se debía a que toda su vida habría seguido las reglas.
Es lógico sentirse sospechoso siendo parte de un grupo de tres hombres en medio de la nada. Era necesario mantener la calma, puesto que al no abandonar el protocolo, se hacía acompañar por otros sujetos que no dudarían en ocupar sus armas en caso de notar algo extraño. Noté que el chico estaba inquieto, no parecía tan seguro como hace un par de minutos, pero a un gesto mío lo obligué a moverse lentamente y con naturalidad.
-Buenas tardes- comentó el oficial -tratamos de comunicarnos durante el día, sin embargo nadie contestaba el radio-. Dichas estas palabras salió Buenaventura de su escondite, maldiciendo, cargando una escopeta y con unos tragos en el cuerpo para armarse de valor. El chico logró controlarlo sin causar mayor revuelo llevándolo nuevamente a su habitación, mientras yo continuaba charlando con el capitán.
Uno de los sujetos apuntaba directamente donde se encontraba el joven a un simple movimiento de manos y la orden no dudaría en inmovilizar al muchacho o al pescador.
-Disculpe a mi hermano, se le ha subido un poco los tragos, hace un par de días que no se sentía muy bien y decidimos despejarlo con la brisa marina. He escuchado que resulta una buena medicina y que ayuda al olvido- Dije estas palabras para mantener la atención del oficial y evitar más problemas.
-Nos desviamos un poco de la ruta, nuestra intención era la de explorar la vieja isla de Gómez y Salas y ahora nos dirigíamos en dirección a Juan Fernández- continué diciendo antes de levantar cualquier sospecha –Quien sabe si en el camino nos topamos con algún tesoro. Ja ja ja-
-Espero no tengan inconvenientes con el regreso, sino tuviéramos que cumplir con nuestra diligencia, me llevaría a su hermano, no sería responsable dejar un hombre así en altamar. Pero usted parece un hombre sensato, espero no equivocarme al respecto. Le recomiendo capitán, que encienda su radio, nunca se sabe- y mientras se retiraba señaló que el nombre de la isla es Salas y Gómez, diciendo esto se alejó, convencido de que éramos un caso sin importancia y que no había necesidad de reportarnos a la costa.
Al regresar con el resto de la tripulación les expliqué lo ocurrido y que debíamos partir enseguida.
-¡Malditos piratas se han llevado nuestro botín!- decía el pobre de Buenaventura entre lágrimas y aguardiente -Pero no pudieron con el bueno de Pedro, que susto se habrán llevado para que nos dejaran en paz- acto seguido cayó inconciente en su cama e inmediatamente el cuarto se estremeció por un ronquido similar al de una bestia marina al reclamar lo suyo.

Reiniciamos el viaje de vuelta, sin antes pactar que ninguno de los tres volvería al lugar sin el consentimiento de las otras partes. Es necesario valerse de la superstición de los navegantes para calmar cualquier estafa en las aguas.

Texto agregado el 19-07-2010, y leído por 77 visitantes. (0 votos)


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