El tiempo ha transcurrido lento, demasiado lento para él. Frente al ventanal Ezequiel observa la nieve, el viento la levanta formando remolinos, la eleva y la deja caer, juega con ella. Es un paisaje hermoso ver los pinos con sus ramas cargadas de nieve y más allá, el lago, el Lacar es una seda celeste.
Al despedirse aquel día, juraron volver en agosto al mismo lugar, sin embargo ella no ha llegado. Ningún aviso que diga una disculpa, un motivo de ausencia, el olvido es total.
Ezequiel camina dentro de la casa, mirando que todo este en orden. Sus pensamientos vuelan y comprende que su vida ha sido en el último tiempo como la nieve a merced del viento. Subidas y bajadas. Vuelos vertiginosos para al fin caer de nuevo.
¿Le habrá sucedido a ella igual?
¿Quién puede saber la verdad?
Enciende un cigarrillo. Se sirve una copa de vino y piensa: Volver a comenzar con el trabajo, con los sueños, se puede lograr. Pero recomenzar y amar a otra mujer, imposible. Después de tantas quimeras, va a ser difícil para sus sentimientos.
Sentado en el sillón se queda dormido y sueña, sueña que ella regresa tan dulce y morena como antes.
Mañana al despertar, comprenderá que todo ha sido un sueño. Cerrará la casa y regresará a Buenos Aires. El próximo año al llegar agosto volverá. Como siempre en los últimos veinte años.
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