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Cecilia y sus dos Leonardos

1
Mira qué casualidad. Te llamas Cecilia, pero no eres Valdés y yo Leonardo, y no soy un Gamboa.

Y a mi madre que se llama Rosario le dicen Charo y tu padre también se llama Leonardo como el de la novela de Villaverde.

¡No me vayas a decir que también te crió tu abuelita porque tu mamá desde que naciste estaba en Mazorra.

Por favor, no exageremos, aunque en verdad pasé la mayor parte de mi infancia con mi abuela, que no se llamaba Chepilla.

2
Supo lo del embarazo cuando Leonardo ya había vuelto a La Habana. De todas formas, eso no era un problema. No pensaba decírselo. Ese sería su hijo o hija, de ella o una producción independiente como se dice ahora. El hombre no tenía por qué enterarse. Después de todo, ella lo había querido así. Leonardo había ido a Camaguey a la famosa zafra del 70. Habían tenido aquel romance con ella. Él era casado, lo sabía. Su mujer se llamada Rosa y, según él, pero no tenía nada de la estirpe de los Sandoval ; tenían tres hijos: un varón y dos hembras. No tenía interés de alterar la paz de aquel hogar. Si era niña la llamaría Cecilia como la de la novela

3
No, no tengo casi familia en La Habana. Sólo esa tía de la que te hablé y está loca por que me vaya de su casa. El día menos pensado me voy a vivir a un albergue. A Camaguey no vuelvo. Me queda chiquita. ¿Y mi novio? Ya te dije que no es precisamente mi novio. Pimienta, y ése si se llama como el eterno enamorado de Cecilia en la novela, es más bien un amigo de la infancia, de esos de los que una no se desprende a pesar del decursar del tiempo. Nos sentábamos juntos en la primaria, en la secundaria y en el pre. Sólo nos faltó la universidad a donde yo no fui, él sí: a estudiar arquitectura, nada de música (tiene el oído cuadrao). Total, que ahora se metió a artesano y gana el triple de lo que gana un arquitecto. Y como yo, salió echando de los tinajones y ahora lo puedes ver en la feria de Malecón. Eso sí, desde niño vive enamorado de mí. Pasión que yo considero a veces algo enfermiza. Me atrevo a asegurar que sería hasta capaz de matar por mí... sí, como el de la novela, pero a mi no me gusta aunque está bueno en cantidad.

- Me gustas, ¿sabes? Eres bella. Debería rescribirse la novela para que fueras la protagonista de la obra cumbre de la literatura cubana del período especial...



--Tú también me gustas. Eres tremendo ejemplar de hombre. Nada , que estás muy bueno.
--Ninguna me había dicho un piropo tan directo.
-- Ya ves, me di el lujo de ser la primera.
Y la mirada que despidió el ébano de sus ojos caló muy hondo en aquel Leonardo.

4
Lo que más me gusta de ti, a parte de lo bueno que estás, es el cuarto que tienes en Obrapía donde vives solo.

5
Sí, la heredé de mi madrina que siempre estuvo enamorada de mí. Fue una bendición zafarse de las ataduras de una madre dominante cuando uno es hijo único.

6
Cecilia salió de detrás de la mampara. Estaba completamente desnuda. Leonardo, que la esperaba tirado en la cama, quedó maravillado ante aquel cuerpo terso. Llevaba el pelo negro ensortijado cubriendo los hombros y parte de la espalda. Era tal como la imaginaba: senos perfectos para su gusto. Clásicos. En su justa medida. Pezones oscuros. Bien erectos y listos para la ocasión. Vientre plano, como las llanuras de su Camaguey. Ombligo como mandado a hacer por manos de ángeles. Pelvis triangular habitada por una selva umbría que escondía la entrada al camino de lo que provocará, estoy seguro, los mejores orgasmos de mi vida. Muslos firmes. Y las piernas mejores torneadas del mundo. Acércate, le dijo. Ella obedeció. De pronto, él se incorporó, sentándose al borde de la cama cuando ya sus labios estaban al alcance del perfecto ombligo. Ella lo miró con traviesa provocación. Se puso de pie, todo él convertido en un cuerpo erotizado listo para los más atrevidos juegos sexuales. Le besó cada uno de los poros del rostro. Mordió los carnosos labios. Recorrió todo su cuerpo. Palpó su húmedo sexo, mientras ellas ella oprimía con manos que parecían no ser muy expertas su pene endurecido pidiendo una pronta penetración. Y más que eso, llegaron a una compenetración física de sus cuerpos profundamente atraídos como pocas veces me ha sucedido, pensaba ella, pensaba él, cuando la ternura le cedió espacio a una pasión primitiva. Esto sí que es un cuerpo a cuerpo le decía él con voz jadeante, entrecortada. Síii, decía ella, tu cuerpo en el mío. Másss. El clímax a punto de consumarse. Consumado. Luego, en la cama, dos cuerpos desfallecidos










7
Se veían desde hacía algún tiempo. Él, después de algunas mentiras convencionales, como que se había recibido de abogado cuando, en verdad había desertado en primer año, le había confesado que estaba envuelto en negocios algo turbios. En estos tiempos de crisis hay que ganarse la vida como se pueda, no como uno quiera, había sido su justificación . Sin fulas ya uno no es nadie. Ella sonreía mientras contemplaba su rostro de Adonis en versión tropicalizada. Yo también tengo que ponerme a hacer algo, decía ella. No puedo vivir siempre recostada a ti. Sí, respondió él como a quien se le ocurre una idea. Tú y yo hacemos un buen team. Podemos levantar cabeza juntos. Y así lo hicieron.

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Acera del Louvre. Entre el hotel Inglaterra y el recién reconstruido Hotel Telégrafo está ubicada la pastelería (donde también se expende cerveza). En la parte exterior del establecimiento, en una de las mesas están Cecilia y Leonardo. Se han sentado allí a refrescar con una Cristal pagada con dólares salidos de los negocios turbios bastante peligrosos del joven porque están relacionados con el comercio ilegal de obras de arte. Se entretienen mirando la concurrida Habana llena de turistas que vienen y van a la parte vieja de la ciudad.
El taxi se detiene poco antes de la entrada principal del Inglaterra, específicamente frente a la pastelería. El viajero desciende del carro luego de haberle pagado al chofer. Sus ojos son vivaces, se mueven de forma traviesa; sus labios demostrarán que saben esbozar una bella sonrisa que hace placentero su rostro. Aunque joven todavía , su vientre, visiblemente abultado, es sostenido por dos cortas extremidades inferiores que hacen de él un hombre de baja estatura y gordito. Nada tiene que ver su físico con el de Leonardo: trigueño de 1,65 metros, cuerpo esbelto y facciones regulares, pero no importa, se trata, sin dudas, de un extranjero y eso es lo importante.
El recién llegado tiene intenciones de dirigirse a su hotel antes de posar su vista en la armoniosa pareja. La Habana está llena de mujeres bellas, pero Cecilia lo ha cautivado. Cambia de parecer. Busca de pronto donde sentarse y tiene suerte de encontrar mesa vacía. Llama al camarero y con z en el acento pide una cerveza, también Cristal.

Te come con la mirada, dice Leonardo.¿Lo invitamos a compartir con nosotros? Sí, responde Cecilia, pero esperamos un poco más.
Pasado un tiempo prudencial se hace la invitación. Está bien, responde el supuesto extranjero. Acepto pero sólo a condición que yo pague la cuenta. La pareja se mira y se sonríe. ¡Ah! Eso no es problema, responde Leonardo.






¡Oh, cuántos Leonardos de un sólo golpe! Exclama la muchacha. Leonardo mi padre, Leonardo tú –y señala a su pareja- y ahora usted.
Pues bien, Leonardo, el cubano, yo y ¿usted? Leonardo, el español. O mejor Leonardo, el gallego como le llaman ustedes a todos los españoles, aunque en verdad nací en Galicia si bien vivo y tengo casi todos mis negocios en Madrid.
Esta es mi hermana Cecilia, dice, desde ahora, Leonardo, el cubano, para terminar con las presentaciones.

9
La descubrió entre la multitud de la feria de D y Malecón. La siguió sin que ella se percatara para sorprenderla en el estaquillo de Pimienta en lo que parecía ser una querella de enamorados que él no pudo constatar. Al verlo, y luego de sentirse momentáneamente sorprendida, Cecilia le dio a entender con la mirada que no le convenía que Pimienta supiera que se conocían , que por la noche le explicaría. Leonardo, el gallego, simuló entonces no conocerla mientras que ella le decía al artesano atiende al señor y éste, comprendiendo que era más rentable hacer lo que ella decía, decidió ignorarla y brindarle todas sus atenciones al extranjero que, maravillado por sus bellezas artesanales, le dejó más de cincuenta dólares por concepto de regalos que fueron a parar a mano su amante. Pero Cecilia ni Leonardo, el gallego, supieron que Pimienta no se había tragado aquello de que eran ajenos el uno al otro.

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De pronto pierde la confianza en Cecilia. Después de todo, no era mucho lo que sabia de aquella muchacha que él creía haber conquistado en un santiamén. Tenía un hermano que parecía el guía de todos sus pasos. Que no le perdía ni pie ni pisada y parecía ejercer en ella un feroz control que él no entendía, y para colmo, la había sorprendido con aquel artesano que le tenia montado una escenita de celos vaya usted a saber por qué. Por lo tanto, quería saber más, pero ¿cómo? Ya lo tenía. Se apoyaría en el negro Fulgencio, su suministrador de Montecristos y hasta de Cohibas, seguramente robados de la fábrica, pero eso no le importaba con tal que fueran auténticos y no adulterados como se vendían por ahí. Necesito que me averigües todo sobre ella. Te doy esto. Y le enseñó unos cuantos dólares, los suficientes para que el improvisado detective hiciera aquello y mucho más. Luego casi se arrepiente de haberle dado al negro aquella misión. Eran demasiadas verdades amargas de una sola vez: aquellos dos se habían burlado de él impunemente y para colmo, se enteraba que con el dinero suyo habían sufragado una boda que se celebraría en la iglesia La Merced, pero no, la mataría antes, frente al altar si era preciso. Sin embargo, no tenía valor para hacerlo con sus propias manos. Entonces apareció Pimienta. Te doy dos de los grande, lo que me pidas. Lo haré con gusto, dijo el potencial asesino, que con navaja afilada ya iba camino a destrozarle el hígado a su víctima más querida cuando una voz, como salida de ultratumba gritó: a ella no, a él.


Y de repente, Leonardo, el gallego, despierta de aquella horrible pesadilla, empapado en sudor y con ojos desorbitados busca a Cecilia, que todavía yace dormida placidamente a su lado, en posición provocativamente sexual.

11
¡Qué tarrúo es tu gallego! exclamó Leonardo, el cubano, luego del orgasmo más exitoso que jamás tuvieron y que el otro se fuera a España por asuntos de negocios para pronto volver y seguir viviendo un feliz ménage à trois, abundantes en fulas hasta que al gallego se le agotara la ingenuidad el día que ellos se cansaran de pagarle a Fulgencio por el chantaje que les corría por saber lo que nunca le ha revelado su fiel comprador de tabacos cubanos.


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Texto agregado el 02-07-2004, y leído por 199 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
24-09-2004 Que te puedo decir! Está bien narrado, es una bella historia... Me quedé con ganas de más... orlandoteran
 
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