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Inicio / Cuenteros Locales / simasima / "El Cura..." IV. Puntos de Vista

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Nota: Estos cuentos, en general, se pueden leer indfependientes unos de otros. Son una especie de serial

“En la vida hay muchos puntos de vista.
Todos merecen respeto” (Sufrín)

Padre curita, me dijo Clemencia. Quiero pedirle que ofrezca un par de misas: Una por mí y otra, por una señora que acaba de morir.
¿Quién murió, Clemencia? ¿Alguien conocido?
No para usted, padre. Vivía allá en la capital. Fue patrona mía.
¿Trabajó usted allá?
Sí, cuando chiquilla. Usted sabe, a veces la juventud se deslumbra con la capital y a una se le mete en la cabeza ir a conquistar vida nueva. La cuestión es que...

Y me contó la historia. Fue a parar a una “picada” más o menos central. “La Picá del Ojo”, se llamaba. Horario de 10 a 22 o 23 horas, sueldo bajo, trampeando la patrona las imposiciones. Cuando se atrevió a reclamar, la echó acusándola de haberle robado, para evitarse también el desahucio. No supo ni pudo defenderse de esto.
Viendo la injusticia dijo a su patrona al despedirse: Usted me trampeó sueldos, imposiciones, sobre tiempos. Y para terminar, me calumnió para zafarse de mí sin pagar. No entiendo de leyes y abogados, y el Inspector del Trabajo es amigo y cliente suyo. Pero, le advierto: Todo lo que usted gane y ha ganado se le irá en médico y remedios. Adiós.
Agarró sus pilchas y regreso al terruño.

La cuestión es que regresé aquí derrotada. Mi mamá me había advertido, porque ella tenía sus “puntos de vista”. Cuando regresé temerosa, como el hijo pródigo, me dijo: “Te lo dije, tontorrona”. Pero me abrazó y me hizo cariño como a cabra chica, y lloramos juntas. La cuestión es que muchas veces conversamos de mi vida en Santiago, pero nunca más me llamó la atención. Sabía que yo había aprendido con dolor una valiosa lección.

Clemencia, como vemos, tenía una muletilla: “La cuestión”. La repetía mucho. Cierta vez se lo hice notar con mucho tacto y ella, sin soberbia pero con seguridad y filosofía me respondió:
¡Ay, padre! También el padre Rosales me lo criticó. Es que yo no sé hablar con bonituras, como otros. Algunos hablan bien y florido, pero no se les entienda nada. Y a veces no se entienden ni con su mujer o su marido. La cuestión es que todos a mí me entienden, y eso es lo que vale. ¿No le parece, padre curita?
Pensé que ni Aristóteles ni Descartes habrían conjugado mejor las diversas acepciones de la palabra entender o entenderse.
¿Sabe, señora Clemencia? Le encuentro toda la razón. Lo importante es entendernos”. Y nunca más le volví a “cuestionarle la cuestión”.

Como le iba contando, padre curita, me comentó, más tarde debido a una interrupción, me fui a confesar con el padre Rosales, con quien había hecho bien “guaina” mi Primera Comunión Porque en Santiago nunca había ido a misa, y para confesarme de lo que había dicho a mi patrona al despedirme. El padre Rosales me tranquilizó: Mira, Clemencia: Cuando uno cambia de lugar para vivir, llega sin raíces, porque estas quedan en su pueblo. Y allá lejos, sobre todo en la capital, uno ni siquiera sabe donde quedan los templos y capillas y, cuando llega a saberlo, uno se siente allí como pollo en corral ajeno. Y si es tímido como tú, no se atreve ni a entrar. ¿Te pasó eso?
Ni que usted fuera adivino, padre Rosales, le dije.
Bueno, no creo que hayas cometido pecado, entonces. Te daré la absolución por las demás leseras chicas que hiciste.
¿Y por la maldición que le lancé a la vieja, perdón,... a mi patrona?
Según tu mamá, me dijo el padre Rosales, al llegar a la ciudad se te fue despertando un punto de vista: Ver el futuro de algunas personas. ¿Es así Clemencia? Sí, padre. Ojalá hubiese sido antes de irme a Santiago. Me habría ahorrado muchos problemas.
¿Tú la amenazaste como una maldición tuya o estabas viendo en ese momento el futuro de la patrona?
Yo la vi enferma crónica en ese momento. Pero se lo dije con alegría y como si la estuviese maldiciendo.
Eso estuvo mal... Sí padre. ¿Qué puedo hacer?
Pídele perdón al Señor. Bueno, para eso estás aquí… Y como no fue una maldición tuya sino una previsión, reza por ella y quédate tranquila.

La cuestión es que ahora, padre curita, después de un montón de años de enfermedad, la señora falleció. Los últimos meses los pasó en la UTI, y gastaron todo lo que tenía, menos el negocio, que ahora lo trabaja su hijo. Eso me hizo sentirme mal, y por eso le pido una misa por ella, padre curita, y otra por mí, para que el Señor me dé la paz también.
Con mucho gusto, señora Clemencia, le dije. Y me puse de acuerdo con ella para celebrar las misas esa misma semana. Sin estipendios, como de costumbre, porque ese asunto no me gusta.

Tener su “punto de vista” acá llaman al don que cada brujulano posee. La mamá de Clemencia tenía el “punto de vista” de ver el futuro de algunas personas, y Clemencia lo había heredado, porque “la cuestión” parece ser asuntos de genes.

Me preguntarán: ¿Y quién es Clemencia?. Muy sencillo: Es la Asesora del Hogar parroquial. Asesora, catequista, sacristana, campanera. He intentado que deje alguna “pega” de estas pero ella me dice que es parte de su vida. Que ya sacó su tarea de mamá, y tiene tiempo de sobra.
Después que regresó de Santiago el padre Rosales hizo que terminara sus estudios. Y cuando la mamá de Clemencia jubiló en la parroquia, la recibió como la nueva Asesora de la casa parroquial.
Se casó con Elvio, un buen hombre. El “punto de vista “ de Elvio es dar salud y energía de una manera contundente. Por eso, los tres hijos que tuvieron crecieron con salud de roble, fortachines y macizos y han dado a sus padres varios nietos.

A propósito de “fortachines”, altos, macizos y sanos: le pregunté cierta vez a Clemencia por qué me decía “padre curita”. Se puso a reír y no paraba de hacerlo. Le venían unas carcajadas cada vez que empezaba a hablar que nos contagiaba a todos los presentes. Al fin lo logró:
Usted, padre curita, ¿ha visto fotos del padre Rosales? Alto, fuerte, con un vozarrón que nunca necesitó de micrófonos y parlantes. Y ahora llegó usted... ja, ja, ja, ja....

Aún me río cuando recuerdo esta anécdota y la cuento en diversas ocasiones. A todos les hace gracia.
El era el “señor cura” o el “padre Rosales”. Y usted, el “padre curita”, ja, ja, ja, ja...
Y como ella “irradia” bastante, (aunque tiene muy buen criterio para ser muy reservada cuando corresponde), muchos son los que me dicen cariñosamente “padre curita”. Mi estampa, fuerza y salud no dan para más... Ha sido importante su ayuda, como narraré a continuación.

Casi recién llegado a la parroquia:
Padre curita. Hoy le pedirán su punto de vista, me dijo un día martes al terminar el desayuno, ¿Quién? Pedro Arcaya. No lo conoce porque vive lejos, para los lados del Cerro Negro. Lo llaman así por el color del roquerío del lugar.
Me di cuenta de que ellos ve mi sacerdocio como “mi punto de vista”. Un regalo de Dios para servicio de la iglesia, de ellos, la comunidad que pastoreo. Esto me ha servido para valorar más mi vocación.

Los días martes son de mercado en la plaza. Los vecinos bajan y llegan de todas partes.. Compran, venden, truecan el producto de sus trabajos y de la tierra.. Día social, de encuentros, de noticias, armar proyectos, contratos, etc... Aspecto cultural muy valioso e importante en la vida de la gente. Atiendo a muchas personas ese día, que acuden a consultar mi punto de vista.

¿El le dijo que vendría? No. Yo lo sé nomás por mi punto de vista.
Llegó un hombre a caballo y con manta. Me explicó: Padre, en mi casa sucede algo curioso. Cuando estamos adentro, sentimos que llega alguien, a caballo. Caracolea dentro del patio. Cuando salimos a ver, no vemos a nadie. Ha sucedido varias veces al atardecer. Al rato, sentimos el ruido, cuando se va. Y esas mismas noches llueven piedras sobre la casa. Me gustaría que usted fuera a dar una bendición. Hoy no, porque es tarde y queda como a dos horas de aquí a Cerro Negro. ¿Podría ser cuando usted vaya a celebrar misa a la comunidad?
Le contesté que con mucho gusto iría pero, en ese mismo instante, uno de mis dos ángeles custodios me iluminó. Indagué: ¿Cuántas personas viven en su casa?
Somos ocho personas. Tres matrimonios y dos niños. Son trabajadores míos. Vamos a hacer lo siguiente, le dije, y la próxima vez que venga me cuenta cómo le fue y concertamos mi visita. Reúna a toda la gente y pregunte si hay algún problema entre ellos o con otras personas. Si es así, dígales que procuren arreglar esos problemas. ¿Le parece?

Tiempo después regresó el hombre. Yo ni me acordaba cuando empezó a contarme:
Hice lo que usted me dijo, padre, y resultó. Reuní a la gente y pregunté si tenían algún problema con alguien y dos de ellos, que son compadres estaban disgustados por ciertos malentendidos. Les di el recado suyo, que conversaran y se abuenaran. Lo hicieron. Desde entonces no hay más peñascazos ni jinetes invisibles rondando.

Cuando Clemencia me había anunciado la visita de don Pedro, esa mañana yo me encomendé a uno de mis ángeles de la guarda, el que me inspira, y le pedí el don del Espíritu Santo para orientar bien a las personas que ese día se acercaran a este servidor suyo. Este ángel no tiene nombre. El otro ángel es el que cuida de mí y de la casa. Se llama Leonardo.
Si alguno de ustedes me preguntara cómo di tan fácilmente con la solución del caso, ya sabe la respuesta. Otras veces, frente a casos similares, respondo con el dicho: Más sabe el diablo por viejo...
Gracias, Clemencia, porque muchas veces me ha anunciado cosas que pasarán y he podido prepararme o adelantarme a los acontecimientos, con la oración.

Texto agregado el 17-07-2010, y leído por 191 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
18-07-2010 Un relato vital el tuyo y me encanta el doble porque se trata de la labor pastoral de un mensajero de Cristo. Yo estuve cerca de serlo y esos temas me siguen tocando el corazón. En mi parroquia, también soy una especia de Clemencia, pero sin poderes adivinatorios. Te felicito porque tu relato tiene un desarrollo perfecto. Por c ierto, te aclaro que Coralín es mi hija pequeña, que, afortunadamente, ya está bien del todo. La juventud tiene un poder especial. ***** emiliosalamanca
 
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