Como siempre mi padre, mi madre, mi hermano y yo estábamos sentados en el comedor, todos comiendo lo mismo de ayer y ellos hablando de política y sociedad, lo mismo de ayer, haciendo los mismos gesto y discutiendo por las mimas cosas de ayer. Como mi edad no me permite opinar sobre el tema… el mismo de ayer, siempre soy la que termino antes de comer, ya que el tiempo que ellos ocupan para hablar, yo lo ocupo para comer, lo mismo de ayer.
Siempre me sucede. Hay un punto en el que ya no escucho con claridad las palabras y me quedo tirada en el respaldo de la silla cabeceando del sueño y del aburrimiento. En ese entonces mi brazo se desliza hasta quedar colgando de la silla (ayer también me pasó) balanceándose de allá para acá y lo que me despertó en ese momento fue una sensación húmeda y tibia entre los dedos de mi mano, miro hacia abajo y veo a mi perro lamiendo mis dedos y meneando el rabo. Empiezo a darle pequeñas y suaves palmadas en el cráneo, después deslizo mi dedo por su tabique hasta su húmeda nariz pasando así hasta las orejas y luego al cuello acariciándole apaciblemente y haciendo semicírculos con mis palmas en su pequeño y blanco perfil. Empiezo a juguetear con él tirándole suavemente de los cabellos de las orejas. Luego palmeo mis muslos para subirlo a mi regazo y así acariciarle el lomo, desde la cabeza hasta la cola una y otra vez. Ahí es cuando mi madre dice con voz exaltada ‘¡Baja a ese perro de la mesa!’ y es así como siempre lo hago.
Devuelta al mundo de la mudez y el aburrimiento, pues, ahora a escuchar de nuevo la conversación, la misma de ayer, haciendo de oyente y nada más, como siempre. Vuelvo a comer, lo mismo de ayer y hace un rato y así el aburrimiento se hace nuevamente presente, luego me adormezco, cabeceo y mi mano se desliza suavemente y así queda colgando de la silla, balanceándose de allá para acá hasta de nuevo sentir esa humedad tibia entre los dedos de la mano que hacen que nuevamente despierte. Al igual que ayer.
¿Hasta dónde puede llegar la monotonía?
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