El Romántico
“…solamente sonriendo en la oscuridad
las estrellas fugaces envolverán tu corazón;
los sueños brincarán en tu cabeza
puros y sencillos, siempre.
Ahora sollozas mientras duermes
y yo anhelando que nunca hubieses aprendido a llorar.
No te deshagas de los sueños que deberías conservar
puros y sencillos, siempre…”
(Pure , Lightning Seeds)
Fueron quince años de no verlos, recibí un correo de Jacobo, entrañable amigo de mis épocas universitarias, me informaba que vería a los muchachos la próxima semana y deseaba saber si podría encontrarme con ellos. Instantáneamente vino a mí el recuerdo de la imagen de ese restaurante vetusto donde acostumbrábamos reunirnos y en el que sin querer se convirtió en el lugar de una insospechada despedida. Ese día, ya un año luego de terminar los estudios universitarios, hablábamos de los mismos temas de siempre, de los proyectos en conjunto tal como en la épocas universitarias nos arriesgamos a realizar. Jacobo, Giovanni, Luis y yo Francisco, fuimos cuatro jóvenes trasnochadores, embriagados en tertulias interminables; proponiendo ideas, citando la vida de grandes personajes a los que nos atrevíamos querer imitar; les decíamos héroes, término tomado luego de una afiebrada lectura grupal del libro de Thomas Carlyle y por alguna que otra alucinada campaña literaria. Sin embargo, a pesar de nuestra cofradía aparentemente unida por un fin romántico y común, nuestras personalidades eran distantes y particularmente incompatibles debido a que cada uno de nosotros buscábamos objetivos distintos de la vida y otros simplemente no buscaban nada en lo absoluto. Por ejemplo, Jacobo, un joven alto y melenudo, tenía la afición de comprar compulsivamente libros; salía de las librerías del Centro de Lima cargados de ellos, estresado por no hallar aquél texto anotado en su lista -un papel arrugado que siempre portaba en su bolsillo- catalogado como uno de los imprescindibles y que todo intelectual que se respetara debiera poseer. Exigente en el uso del idioma pues se obligaba adquirir libros en alemán e inglés debido a que aspiraba en algún momento ser traductor de novelas y poemarios aunque no hubiera concluido el curso intermedio del idioma Inglés ni culminado el nivel básico del alemán.
Jacobo esperaba ser un filósofo y dramaturgo reconocido, escribía obras de teatro en una pequeña libreta negra que de vez en cuando nos la mostraba luego de haber escrito pequeños diálogos considerados ingeniosos, pasaba horas interminables leyendo libros cuyos títulos aparecían en su pequeña lista esperando conocer todos los libros que el canon literario y filosófico le exigía. Estaba decidido a ello, no paraba de repetirnos los títulos de textos esenciales y de obligatoria lectura, criticándonos si adquiríamos alguno fuera de su lista.
En un primer momento, en los años que yo andaba en la búsqueda por asentar mi conocimiento, esta exigencia era gratificante ya que la adquisición de libros la hacía más interesante y cada hallazgo era un evento merecedor de un brindis. Aunque no todos compartíamos el interés por la lectura y ese era el caso de Giovanni, caracterizado por opinar sobre todo aunque con ciertos matices apocalípticos debido a su esfuerzo por ser negativo al extremo de creerse un anciano desencantado de 80 años, casi un cadáver al que la vida no le hallaba algún sentido. Pero dicha actitud era antojadiza, su locura personal impedía consumar su personaje pues aún tenía mucha energía dentro, gozaba bailar con soltura en las discotecas siendo irascible con aquello que no le agradaba, como la vez en que golpeó en el rostro a un Dj por no programar I Wanna Be Adored de The Stone Roses. Era un talentoso dibujante, aunque estimaba poco su trabajo pues faltándole algunos trazos para culminarlos los desechaba a pesar de mis protestas o los regalaba a cualquiera y en contraste con Jacobo, poseía mucha humildad de carácter y poca ambición, sólo quería tener dinero en el bolsillo para pasar las horas sin tener motivos de disgusto: una cerveza en la mano y un cigarrillo en la otra parecían ser suficiente para él. Lamentablemente sus palabras contenían resentimiento, sus cabellos rubios, la tez blanca y los ojos azules le impedían aceptar la existencia de otras personas que pudieran obtener todo aquello que él anhelaba sin tener las características de su linaje, como él siempre nos lo había recordado -su abuelo fue un inmigrante alemán, natural del la ciudad de Bonn que perdió todo el dinero heredado de su familia en las mesas de póker del Club Nacional- cuando andaba ebrio se expresaba en un supuesto idioma alemán a los meseros del bar que tenían la desdicha de atenderlo esa noche, pero fuera de esas actitudes su elocuencia se mantenía firme cuando había que explicar algún desatino social de un político desenfocado haciendo de cada charla un evento por momentos reconfortante. Y como lo mencionaba al principio, nuestras personalidades eran incompatibles, él mantenían cierta naturalidad que Luis detestaba, criticando ferozmente cada interpretación que Giovanni se atrevía a proponer, recordándole que todo aquello que exigía no era más que una majadería de un hombre enamorado de un pasado que nunca conoció.
No obstante, Giovanni mantenía silencio ante tales agresiones, después, a solas, enunciaba expresiones desconcertantes, en una oportunidad me dijo: “Sabes Paco, lo que Luis desea es destruir mi ego pero lo que no sabe es que yo ya no lo tengo”, tal relación entre ambos era contradictoria porque a la vez eran confidentes, enterados de detalles secretos de sus vidas a los que Jacobo ni yo teníamos acceso, pactaban recorridos por burdeles y casas de masajes; aventuras de las que luego nos contaban sus peripecias con la elemental malicia de un niño que narra su travesura. Luis, era un lector compulsivo, pasaba largas tardes en la biblioteca de la universidad devorando y anotando libros, parecía tener un culo de fierro, leía con frenesí en una esquina de los salones de lectura fielmente encorvado, yo imaginaba que sus verdaderos deseos era adentrarse en los argumentos de los libros leídos, un sujeto muy enterado de filosofía y literatura, apasionado lector de autores homosexuales o deprimentes como Genet, Gidé y Knut Hamsum. Su particular forma de hablar –citando a un autor renombrado (o al menos eso nos decía) luego de cada idea expuesta- hizo que se ganara mi confianza (y la desconfianza de muchos). Cuando charlábamos por las tardes -sentados en una banca al lado de una tienda de madera construido dentro del campus universitario- nos comentaba lo leído el día anterior o esa misma tarde, extrayendo de su maletín marrón de lona interminables hojas de papel bulki, donde anotaba cientos de citas; una mañana me podía hablar de la literatura existencial para horas después exponer sobre historia griega o romana o una anécdota literaria. La influencia que ejercía sobre Jacobo y yo era muy fuerte, él nos proporcionaba información de títulos y autores para después adquirirlos en las ferias de libro de viejo. Jacobo era un asiduo oyente de sus historias, anotaba en una de sus libretas los nombres y citas que Luis declamaba con tanto apasionamiento, notas que yo se las pedía (aunque me los daba con recelo) cuando íbamos a comprar libros al Centro de Lima. Luis, nunca demostró objetivo alguno con respecto a los conocimientos adquiridos, estaba muy convencido que uno no debe leer para escribir y más aún, el fin de la trascendencia mediante la escritura carecía de sentido y aborrecía a todo aquél que leyera para escribir.
Este convencimiento le generó recelo al temperamento de Jacobo, ya que Luis temía que escribiera sobre él y se mofara de sus manías y defectos que estaba muy seguro de poseer; no deseaba años después verse reflejado en alguna de sus obras dramáticas. Este tema era muy recurrente en nuestras conversaciones, la trascendencia y el reconocimiento en y por la escritura le generaba ansiedad, paranoia y siempre intentaba negarla y convencernos de claudicar a seguir escribiendo, detalle por el que yo tampoco estaba libre de sus críticas debido a que en esa época escribía poemas. Pues, al igual que Jacobo, yo también anhelaba publicar, ser entrevistado por diarios de circulación nacional e importantes revistas. Así, escribí poemarios que inmediatamente se los mostraba a Luis para obtener una opinión, trabajos que por cierto eran muy cuestionados, actitud incómoda para mí sobre todo porque me costaba mucho elaborarlos.
Entre nosotros, este tipo de relación fue una constante y en esos años de ocio estudiantil dedicados a excluirnos de los otros compañeros, decidimos publicar varias revistas para plasmar todas aquellas ideas tratadas en nuestras conversaciones. Aunque yo no perdí la fe cuando se concibió este proyecto imaginé que con tal interés por el conocimiento y el arte podíamos lograr algún cambio social y cultural, idílicamente hablábamos que era nuestra tarea ser la prehistoria de un nuevo renacimiento o los reformadores de nuestro tiempo.
Nuestras vidas -alrededor de la ignorada carrera de Derecho- se desarrollaban en este ejercicio de compromiso intelectual mantenido hasta poco tiempo después de culminar nuestros estudios, sin ser conscientes de haber echado a perder muchos años de carrera universitaria, cosa que la realidad me lo hizo comprender años después. Aún no sé cómo acabó todo, el desinterés por nuestras ideas de universidad fue lento e imperceptible al que ninguno de nosotros reclamamos vigencia.
Esa tarde, la última que nos reunimos, éramos los mismos, decíamos las mismas cosas de siempre pero la ausencia de la seguridad de antaño era más evidente, veía en cada rostro un descreimiento pero a pesar de dicha sensación, ellos no cambiaban de parecer o se negaban hacerlo. Jacobo nos decía que había culminado una obra más, Giovanni sólo hablaba de música y de que deberíamos ir a un lugar donde programen a mejores músicos, Luis intentaba convencer a Jacobo de lo innecesario que era la publicación de sus obras y que Giovanni no exigiera tanto sobre el cambio de la música porque no sabía nada de ella. Por mi parte, aún les hablaba del próximo número de nuestra revista literaria, sobre temas interesantes hallados en una reciente lectura y que sería genial desarrollarlos en nuevos artículos.
Pasadas las horas y ya cuando los meseros les daban la vuelta a las sillas sobre las mesas, el escenario era ver a Jacobo durmiente y embriagado, Luis y Giovanni continuaban hablando de música con los vasos de cerveza semi vacíos y yo, sujetando un cigarrillo entre los dedos, escuchándolos con desinterés. Al percatarme de que ya no había más cerveza en la botella ni dinero en los bolsillos, les dije que era momento de retirarnos, ellos estuvieron de acuerdo y los tres levantamos a Jacobo del asiento; lo despertamos y salimos del bar para luego despedirnos. Al regresar a mi casa en esa madrugada tuve el presentimiento que pasaría mucho tiempo para volver a encontrarnos, ya que tuve la certeza de que todo lo dicho esa noche era fantástico e irreal, convenciéndome de que los necesitaba a ellos sólo para saber hasta dónde podía imaginar mi vida futura y aferrarme al sueño de la trascendencia. Ya eran muchísimas las jornadas que terminaban así y de las cuáles no resultaba nada tanto para ellos como para mí y por eso no tenía motivo para dudar de ese presentimiento.
Ahora me preguntaba, luego de leer el mensaje de Jacobo: ¿qué había sido de ellos? yo estaba enterado algunos detalles de sus vidas, pero, ¿cuánto más podíamos hablar?, si lo dicho por tantos años cayó en un agujero sin fondo y esas causas e ideales que formó nuestra personalidad ahora era una olvidada anécdota estudiantil, disponía de poco tiempo para pensar y decidí ir a esa reunión.
Quedamos en encontrarnos un jueves por la tarde, yo -que tenía una empresa de turismo, exactamente una destartalada combi koreana que conducía, adaptada con asientos de plástico para ser tours al Centro de Lima- me comprometí recogerlos a cada uno para luego ir a nuestro bar que según me había enterado seguía abierto.
Primero fui por Luis, me mencionó que estaría por el Palacio de Justicia. Él era un abogado civilista que todas las mañanas esperaba -cargando su medalla de cinta celeste del Colegio de Abogados- algún cliente que le pagara 30 soles por escrito. Demoró unos minutos en salir de aquel edificio, al divisarlo, subí y bajé la intensidad de las luces de mis faros, me vio y levantó la mano en señal de saludo y caminó en mi dirección, le dije que abriera la puerta y con torpeza abrió la puertezuela algo desencajada de la combi: “Hola Paquito, qué es de tu vida, … disculpa la tardanza, tenía un cliente, negocios son negocios”, él se acomodó en el fondo del vehículo, por el espejo vi que vestía un terno azul marino algo desgastado y la camisa desordenada sujetando con fervor un cartapacio de cuerina. “¿Y ahora, a dónde vamos?, ¿dónde anda el resto?”, le explique la ruta a seguir, que pasaríamos por Jacobo a su oficina y después al café teatro donde Giovanni trabajaba.
Jacobo era ahora un hombre de negocios, era un corredor de bolsa con no mucha suerte, pero el camino que lo llevó hasta esa elección no fue muy claro, ni tampoco daba la certeza de que la actual ocupación sería la última de su vida. De tiempo en tiempo recibía alguna noticia de él narrándome sus proyectos, así,él fue entre las líneas de sus correos electrónicos y mensajes telefónicos: dramaturgo, novelista, escritor de guiones, dueño de una editorial, crítico de música clásica, experto en filología, estudiante de un MBA, de un Máster en Filosofía, un diseñador gráfico, un publicista, y no recuerdo más; lo que no sé es si en alguna de estas actividades habrá ejercido porque al saber de él tiempo después, jamás se refería a su anterior afición y me contaba con entusiasmo sus nuevos proyectos. De tal manera, el que ahora sea corredor de bolsa no me sorprendía en absoluto ni a Luis, que en vez de asombro no le preocupaba en lo más mínimo ya que para él, Jacobo hace mucho que había dejado de ser su amigo, no porque haya sucedido algún desacuerdo (ambos era muy haraganes para armar uno), sino la falta de comunicación entre ellos hizo que en estos 15 años ambos se olvidaran mutuamente.
Ya íbamos por la avenida Brasil, y yo tomaba el volante con ambas manos, una costumbre perdida entre tantos años de furibundo tráfico limeño, calles en donde uno perdía la confianza en el prójimo a punta de bocinazos. Al conversar con Luis, el pasado retornaba a mi mente con tanto frenesí que temía perderme en los recuerdos e incrustarme en algún puesto ambulante de periódicos, sin haber concluido de hablarle de Jacobo, Luis me interrumpió preguntándome sobre Giovanni y a diferencia de la vida de Jacobo, por aquél prestó mucho interés; le conté que tuvo un cambio dramático en su vida.
Después de unos años de terminar la carrera de Derecho y obtener su título de abogado, tuvo como clientes a una asociación de bailarines travestis que iban a ser desalojados de un local Miraflorino, él se enteró y tomó el caso pero lamentablemente después de varios meses de proceso lo perdió. Conmovido (sin descartar un sentimiento de culpa) por la situación de estos bailarines –ya que ellos también vivían en ese lugar- les dio alojamiento en su departamento heredado de sus padres. Ahí convivió con ellos por varios meses llamándole la atención esa parafernalia teatral que todos los fines de semana los bailarines preparaban antes de partir algún lugar a realizar su show. De esta manera, tal vez harto de la vida -como siempre le gustaba expresarse- decidió ser un bailarín, usaba vestidos con lentejuelas carmesí, enormes plumas multicolores que adornaban su cabeza, pestañas enormes y párpados pintarrajeados con una sombra azulada intensa y el rostro brillante por haber espolvoreado la escarcha sobre su piel. Le conté también que una vez lo vi hacer su espectáculo, me envió una invitación para un musical donde bailaba por primera vez en una coreografía, y le dije que era uno de los que bailarines que acompañaban a la estrella de ese noche llamada “Tita Pastor”, una Drag Queen muy famosa entre los conocedores. Giovanni con esos atuendos lucía irreconocible, aunque su esbelta figura destacaba entre el resto que eran algo regordetes, me resultaba sorprendente este gran cambio, me hice muchas preguntas al verlo salir entre las cortinas púrpuras de aquél lugar. Cuando miré a Luis nuevamente por el espejo del auto, tenía la boca abierta, sus ojos miraban a los míos y después me dio una palmada en el hombro “sí, claro, jaja, tienes mucha imaginación paquito”, - en serio, así…, bueno ya te contará él mismo-, le repliqué, nos quedamos en silencio hasta llegar a la oficina de Jacobo, lo llamé y bajó del piso 13 donde quedaba la empresa donde trabajaba. Al vernos abrazó efusivamente a Luis: “Habla, ¿cómo andas?, a los años”, luego nos saludamos con un apretón de manos, me enderecé en mi lugar, giré la llave de encendido del motor y continuamos en busca de Giovanni.
Al llegar, nos detuvimos al frente de un pequeño teatro; era una casona pintarrajeada de muchos colores, la entrada era una gran puerta de madera, así que bajé del auto indicándoles a Jacobo y Luis que esperaran dentro del vehículo, caminé por un largo pasillo similar a un callejón -comunes en las casonas del Centro de Lima- al final de este, había una boletería donde pregunté por Giovanni a una señora obesa y desgarbada que se encontraba dentro de él, “Ahh, está adentro, en los camerinos, se está cambiando, hubo una función en la tarde”, segundos después, él apareció vestido de ropa formal con el maquillaje en el rostro, “déjame quitarme estas pestañas y salgo”, sin haber terminado de quitarse el rímel y la base color rosa salimos preguntándome si ya estaban todos, y caminando le dije entre otras cosas que Luis no me creyó sobre su nueva afición, Giovanni se rió “quiero verle la cara, por eso no me he quitado la pintura,” y nos reímos, al cruzar la puerta de entrada se divisaba a través de la luna de la combi a un Luis perplejo al ver a su amigo con esa apariencia pintarrajeada. Subimos al auto, volví a poner en marcha el automóvil y veía por el retrovisor como los tres escuchaban con atención la historia de Giovanni y su transformación.
Rato después llegamos al bar, seguían las mismas viejas mesas quiñadas de madera y el mesero -que con tanta displicencia nos atendía en esa época- lucía ya viejo y encorvado, no nos recordó y mirándonos con desdén y desconfianza señaló hacia el fondo del local en donde se ubicaba una mesa vacía, coincidentemente era aquella que ocupamos durante tantos años. Quise pedir cerveza pero tanto Luis como Giovanni se negaron, prefirieron un Cuba Libre y un Chilcano, mientras que Jacobo y yo pedimos un litro de cerveza bien helada. La atracción era Giovanni, Luis no dejaba de hacerle preguntas, Jacobo no estaba muy sorprendido ya que en una de nuestras periódicas conversaciones se lo había contado, además no le gustaba parecer desinformado, cuando uno deseaba sorprenderlo con noticias nuevas o interesantes siempre reflejaba en su expresión como si lo dicho ya lo conociera de antemano.
Luis, fue el único al que le apeteció continuar con la profesión de abogado, lamentablemente su historia era la menos afortunada, su padre, un hombre adinerado, le financió la creación de un estudio jurídico, lo inició con buen pie obteniendo importantes clientes, asumiendo casos complicados y hasta alguna vez fue entrevistado en un canal de televisión hablando de cuestiones técnicas.
Mantuvo por cinco años lo tantas veces buscado sin mucho interés y tal vez por el vicio de los burdeles y el alcohol lo llevó a prolongar más esa exitosa vida, recuerdo sus idas y venidas, me escribía contándome sobre la relación con mujeres que derrocharon su dinero sin él hacer nada al respecto, cada semana era un correo electrónico en el cual narraba sus pesares con burla y a pesar de mis consejos de monaguillo, él mantenía el sarcasmo. Luis heredó la fortuna de su padre y la invirtió en inmuebles (en la época de la crisis inmobiliaria) y en adquirir acciones de empresas que luego quebraron. La vida, al final vino a cobrarle su descuido; sus socios del estudio lo expulsaron por su problema con la bebida y se quedó sin un centavo ya que el dinero dado por sus participaciones los dilapidó en sus vicios. Sin embargo, Luis nunca se arrepintió de lo hecho, siempre hablaba de ser un personaje literario, lleno de excesos y contradicciones y tal vez era lo más admirable de esa vida miserable. Ahora tenía una oficina cerca de Palacio de Justicia, por el Jirón Azángaro, y de vez en cuando iba a los pasillos del Poder Judicial en busca de algún cliente. Parecía satisfecho y su elección no admitía, al menos para mí, ninguna crítica.
Ellos fueron mis amigos a los que siempre les tuve fe y confianza a su manera de asumir el destino, confiando en que tal elección los encaminaría hacia un rumbo exitoso, sin buscar el significado exacto de aquella palabra tan manoseada por la ansiedad juvenil.
Después de habernos bebido varias rondas del trago elegido, nacía en mí la necesidad de proyectarme con ellos, imaginaba una nueva publicación donde cada uno escribiría sobre su experiencia de vida, mejor un libro o un corto cinematográfico, sería genial contar una historia sobre el mundo de la bolsa de valores y encargarlo a Jacobo, y Luis hablaría de los burdeles y tal vez llamar algunas de estas mujeres para que asuman un papel y que Giovanni nos presente a sus colegas para introducir en nuestro documental el elemento Kitch. Divagando en intervalos para siempre volver sobre el presunto proyecto, excusa siempre usada por mí para justificar las borracheras. Así pasaron las horas, Luis sacó una hoja de papel y comenzó a interrogar a Jacobo sobre algunos términos de la Bolsa de Valores, al otro lado de la mesa, Giovanni me explicaba el orden escenas de las representaciones de teatro travesti proponiendo que sería una buena idea colocar de fondo, algo de New Order o ser más patético eligiendo alguna pieza de Joy Division, Luis interrumpía para mencionar a Tom Waits o Leonard Cohen. Yo asumía que todo iba tomando forma, ellos se comprometía a asumir algunas responsabilidades diciendo: “yo me encargo”, “de eso no te preocupes” o “conseguir eso no es problema”, les recordé los frustrados planes anteriores pero ellos me callaron y juraron que esta vez todo lo conversado se iba a concretar.
La mesa se llenó de botellas y copas, Jacobo con la cabeza gacha se había dormido hace más de media hora, Giovanni, aún con el maquillaje en los parpados y algo de rubor en las mejillas no dejaba de ganarse las miradas y groserías de algunos borrachines, hecho que para los meseros les era indiferente –tantas cosas abran visto, pensé- de pronto, cuando uno de nosotros fue al baño -ubicado en la parte posterior del bar- escuché gritos e insultos, al asomarme por el pasillo que conducía al baño pude ver a Giovanni agarrar del cuello a un hombre que según él, le había dado una nalgada “¡Yo no soy maricón!, maricón será tu padre” y le dio un golpe en la nariz haciéndolo sangrar profusamente, fui a su encuentro con Luis, le quité las manos del cuello del desafortunado sujeto y le dije que volviera a la mesa. El hombre no hizo más problemas y se retiró luego asustado, pero tal evento fue determinante esa noche. Giovanni, no dejó de decir que no era un maricón, retomó sus argumentos fascistas y coléricos de juventud, y de la transformación reciente para nuestros ojos ya no quedaba nada, era el mismo solo con maquillaje, Luis empezó a burlarse nuevamente de todo lo dicho y Jacobo, imperturbable, dormía sentado con la cabeza inclinada hacia la pared.
Al pasar algunos minutos y calmarse ambos, decidí que era hora de irnos, “Vámonos al Cerro San Cristóbal, hay un mirador, compramos un Vodka y jugo de naranja y esperamos hasta las seis, así también hacemos que Jacobo se despierte”, ellos menearon la cabeza sin decir nada en señal de aprobación, Luis llamó al mesero y con la mano hizo la señal de la cuenta.
Todos subimos a mi camioneta, Luis y yo metimos con dificultad el cuerpo casi inerte de Jacobo, digo casi porque cuando le quitamos la billetera para retirar el dinero con el que pagaría parte de la cuenta se resistió con mucha energía. Se acomodaron atrás, Giovanni ni Luis se hablaban, dije “vamos a buscar un grifo, ahí encontraremos algo de trago”, los miraba por el retrovisor y seguían sin verse, tan sólo observaban por la ventana las calles nocturnas. Al llegar a la gasolinera estacioné, pero antes de bajarme coloqué en el reproductor de CD un viejo disco de Talk Talk, supuse que así volverían hablarse y no me equivoqué, al retornar vi a lo lejos que ellos conversaban nuevamente.
Al conducir en busca del cerro San Cristóbal, vi como durante todo el trayecto tanto Giovanni como Luis hablaban en voz baja y era imposible identificar alguna palabra de toda esa conversación enrarecida, sin embargo vi lágrimas en sus ojos, de repente Luis alzó la voz vociferando: “mi vida es un asco, soy un pobre diablo, váyanse a la mierda toda esa sarta de perdedores” y Giovanni lo secundó, gritando lo mismo de siempre, el mismo discurso que antes nos fascinaba pero ahora sonaba a un reclamo desesperado de un individuo disfrazado de mujer. Así estuvieron largo rato, llorando y maldiciendo cada instante vivido. Es en ese momento que todo aquello de nuestra época universitaria -como la ambición de cambiar el mundo, de proclamar nuevas ideas, proponer una visión rebelde sobre la cultura de nuestro país, y cuántos otro delirios más- lo sentí patético, ideales absurdos devoradores de nuestra juventud, convencido finalmente que los otros siempre tuvieron la razón, aquellos bombarderos de “peros”, considerados por nosotros traidores e infames a nuestra causa, eran ahora la voz sensata. ¿Si aquellos oyentes y lectores de esas épocas, en donde el tono fiero de nuestras palabras argumentaba cualquier idea nos vieran ahora?… a un abogado en la ruina, borracho, fracasado convertido en un detestable tinterillo, a otro, un individuo irresuelto e inacabado que nunca pudo comprometerse con nada, con el alma vacía como una concha abandonada de caracol, y a un maricón amargado haciendo el ridículo en lugares de mala muerte mientras viejos pervertidos se masturban al verlo menearse, y yo, un mediocre conductor de combi sin ambición, sin el valor suficiente para mandar todo al caño que regalo su destino, antes de ese triste día en el que renuncié a ser un escritor por pagar deudas de un televisor de plasma finalmente embargado, y portador de una juventud desperdiciada, en la que dio todas su esperanzas de rebelión en un grupo de personas tan carentes de sentido común como uno. ¡Y es que tanta lectura y locura, tanto respeto por aquellos personajes de los que tomamos sus nombres, vidas e ideas para terminar así!, siendo nuestra existencia el reflejo del descrédito de sus ideales, la prueba del éxito de toda aquella mediocridad siempre criticada. Era imposible permitir tal infamia. Por eso, ya con la brillantez de un joven sol naciente a través de mi cabina decidí pisar con energía el acelerador cerca de la cima del Cerro, llevándome tras de sí un intento fatigado de rebelión deformada, sintiendo con esta caída una liberación y que algún favor le estaría haciendo a aquellos románticos del siglo XIX.
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