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Venía bastante metido en mi manejo. Eran las 8 de la mañana y el tránsito se presentaba muy congestionado. La gente que entraba a trabajar, los chicos a la escuela, autos en doble fila y a mí que se me hacía tarde para llegar a cursar. Es por eso que cuando empezó a sonar en la radio “El sueño del pibe” ni me percaté, seguí atento al tráfico hasta que la luz roja del semáforo me obligó a detenerme. Mientras escuchaba el tema sin prestar demasiada atención, una extraña sensación me invadió y un sentimiento de nostalgia se apoderó de mí…

“Golpearon la puerta de la humilde casa,
la voz del cartero muy clara se oyó,
y el pibe corriendo con todas sus ansias
al perrito blanco sin querer pisó.

"Mamita, mamita" se acercó gritando;
la madre extrañada dejo el piletón
y el pibe le dijo riendo y llorando:
"El club me ha mandado hoy la citación."

Mamita querida,
ganaré dinero,
seré un Baldonedo,
un Martino, un Boyé;
dicen los muchachos
de Oeste Argentino
que tengo más tiro
que el gran Bernabé.
Vas a ver que lindo
cuando allá en la cancha
mis goles aplaudan;
seré un triunfador.
Jugaré en la quinta
después en primera,
yo sé que me espera
la consagración

Dormía el muchacho y tuvo esa noche
el sueño más lindo que pudo tener;
El estadio lleno, glorioso domingo
por fin en primera lo iban a ver.

Faltando un minuto están cero a cero;
tomó la pelota, sereno en su acción,
gambeteando a todos se enfrentó al arquero
y con fuerte tiro quebró el marcador.

(¡¡El sueño del Pibe!!…dedicada para el nieto de nuestro fiel oyente Julito de la calle 67, un amigazo de las tardes de “Solo Tango” de FM novent…)


Fue un recuerdo de esos que tenemos archivados y que no sabemos que están, pero que algún aroma, un cuento o una canción catapultan a una dimensión de realidad asombrosa.

Yo era chico, no entendía mucho que era eso del tango, cosa de viejos nostálgicos pensaba. Mi abuelo trataba de generarme interés por sus pasiones y que mejor modo que hacerlo a través del tema compuesto por Reinaldo Yiso a sabiendas de lo que me gustaba el fútbol.

En aquellos días mi lista de prioridades era otra y mi abuelo no comprendía (o yo no lo comprendía a él). Yo esperaba un abuelo que me vaya a ver jugar al fútbol los sábados, que me pase a buscar y me lleve a jugar a la plaza o me regale eso que tanto anhelaba para mi cumpleaños.

Esperaba otra cosa de él, como por ejemplo cuando me enseño a silbar. Yo estaba entusiasmado, quería aprender ese arte para poder abuchear en la cancha a los rivales de mi querido Estudiantes de La Plata. Recuerdo con nitidez sus instrucciones: “Hacé con la lengua una bolita y poné los dedos en forma de gancho, el dedo gordo junto con el índice (mientras tanto yo imitaba los movimientos sin perder detalle). Sin abrir mucho la boca meté los dedos y los apoyalos sobre la lengua, aclaró. Y ahora soplá fuerte!!”
Está demás aclarar que durante una semana (o más) me la pasé intentando. Cuando iba para su casa le mostraba mis avances mientras él me corregía pequeños detalles para mejorar mi silbido.

Mientras fui creciendo noté que había algo en mi abuelo que me hacía sentirlo más cerca.

En la secundaria había una profe de química que era jodidísima, la vieja Ferreyra, de esas que mandaban a Diciembre al 80% de la división. Yo no entendía nada, encima para las materias en que había números y fórmulas siempre fui un burro.

El abuelo había estudiado química, es más, había trabajado toda su vida en una petroquímica hasta que durante la década menemista lo echaron como a tantos otros. Entonces que mejor que él para explicarme. Me iba a la tarde para su casa y me quedaba hasta la nochecita entre libros viejísimos de química inorgánica y la tabla periódica de los elementos, mientras el abuelo me trataba de hacer entender qué era la “valencia” de un elemento químico. “Vos tenés que acordarte la valencia, me repetía una y otra vez, con eso vas a poder solucionar todos los problemas que te tome esa vieja hija de p...”
Era un viejo puteador, pero de esos cabrones que no matan ni una mosca.

De todos modos yo no entendía nada, ni la valencia, ni los libros, es más, cuando llegaba a mi casa me tenía que poner a estudiar todo de vuelta. Igualmente me hacía el que entendía, me parecía que eso lo hacía sentir bien. Incluso quiero confesar que creo que él sabía que yo me iba más perdido de lo que llegaba, pero era como un acuerdo implícito entre los dos, a fin de cuentas la pasábamos bien.

No muchas eran las tardes que iba para su casa, y de éstas la mayoría iba para que me arreglara la bici ya que se daba maña para arreglar de todo. Cuando llegaba me iba derecho para el quincho que estaba en el fondo de la casa donde guardaba todas sus herramientas y otros cacharros. Era de esas personas que le gustaba guardar cosas inservibles por la dudas.

Como con tantas otras cuestiones intentaba generarme inquietudes. Se las ingeniaba para enseñarme a usar herramientas, me contaba para qué servía cada una y hasta a veces me venía con alguna de regalo para mi casa, como cuando me regaló el juego de llaves Allen para ajustar el manubrio de la playera.


Recordando estas memorables anécdotas puedo revivir y disfrutar aquello que en su momento por un pecado de juventud no pude entender. Hoy me puedo conectar con esos recuerdos y darme cuenta cuán importantes fueron y son. Descubro que son muchas las cosas que me dejó y con el paso de los años puedo darme cuenta que lo extraño, quizá por haber aceptado que no fue el estereotipo de abuelo “ídolo” que un niño anhela tener, pero sí el abuelo que un hombre podría disfrutar.

Me imagino cómo sería tomarnos un Gancia con una picadita hablando de política, escuchándolo atentamente hablando de historia, de Perón, de Yrigoyen…Momentos que antes no supe entender y que hoy me enriquecerían mucho, ya que no sólo aprendería de historia argentina sino de historia de vida.

A 6 años de su muerte, desempolvando todos estos recuerdos e imaginando estas charlas que no nos pudimos regalar, me permito homenajear y poder llorar (de alegría) por primera vez al Abuelo Julio.


Con lágrimas en los ojos y una pequeña sonrisa, escucho un bocinazo, pongo primera y doblo por la avenida rumbo a la facultad…

Texto agregado el 17-07-2010, y leído por 142 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
18-07-2010 Aunque parezca una tontería,me sigo sorprendiendo por el hecho mágico que significa el estallido de los recuerdos.Un aroma,un sonido,una canción,como en tu caso,nos sumerge en ese mundo sin tiempo.Tu texto es muy bueno y transmite calidez. trochemoche
17-07-2010 Bonito texto, lleno de sentimientos y recuerdos. Esos espejos que son los viejos para uno, interminables! nan_do
17-07-2010 Gracias por este hermoso viaje que comparto y siento como propio. El barco de los recuerdos nos lleva a, veces, a navegar por las aguas de la vieja y querida nostalgia que ayer nos fue enriqueciendo y hoy tenemos la capacidad de valorar en su justa medida. Un abrazo y mis ***** macema
17-07-2010 El mejor postre para mi cena fue leer tu relato. Felicitaciones!. Está de más decirte que me encantó, lo sentí muy cercano. Un abrazo y mis estrellas. Magda gmmagdalena
 
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