Sabes que siempre necesito decir. Y hoy más que nunca, con una cosa tan loca, tan rara, tan difícil de nombrar. No me gusta la palabra aborto. Porque no siento que sea así.
Necesito nombrar a mi hijo que no fue, al fruto del desamor que yo creí envolvente. Necesito poder expresarlo en voz alta, tranquila, ya comprendiendo todo lo que paso en una sola palabra.
Esa vida que apareció como si nada, la belleza de su corta visita en mi vientre. El movimiento y el ruido, la dureza y suavidad de su presencia.
La conciencia de saberla moviéndose en ese lecho corto y lánguido que la acunó.
Si, cambió a femenino. Porque estoy segura que no puede haber sido otra cosa que mujer. Que no mereció nacer por ser mujer, que por mujer no pudo decidir, y como mujer no tenía lugar en este mundo.
Que aparece de vez en cuando para oscurecer mi memoria, como tantas sombras que pesan sobre mi conciencia, pero a la vez distinta de todas ellas, mas profunda, mas visible.
Esta emoción rara que no termino de comprender. Tuve una hija y ella no me tuvo. Ella pasó. Existió, dejando muy poquitas huellas. Pero atraviesan mi vida de par en par.
Tuve una hija un momento y la perdí al siguiente. Fue languideciendo, no puedo entender bien como, ni porqué. Me oscurece no tenerla, me alumbra de ternura el recordarla, me llena el pensar que está en algún lado, en otra existencia.
Fue redonda cuando la conocí. Pero ella no me conoció.
Necesito nombrarla. No como aborto, que fue lo que yo le hice. No como bebé, que fue lo que no la dejé ser. Lo que no la dejamos que sea.
Como palidez redonda, que me alumbra y me oscurece. Como luna que siempre está, aunque a veces la luminosidad propia de la vida me alumbre tanto que la oculte por un momento.
Ahora no te tengo cerca, pero puedo mirarte siempre desde abajo, desde lejos, para siempre. Mi luna.
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