De pronto comenzamos a sentir la brisa helada entrando por la ventana. Si la cerramos, quedará todo pasado a humo, a cerveza, a decepción. Ambos consideramos tal disyuntiva y optamos por dejarla abierta y capear el frío con más cerveza, más humo, más decepción. El reloj se disparó y nosotros también, entre risas, la música chicharreando y los planteamientos filosóficos que inevitablemente florecen al ritmo de la cerveza, del humo y la decepción.
Cuando se apagó el último cigarro, se acabó el último vaso espumante y finalizaron los lamentos retorcidos de nuestras mentes, todo volvió a la normalidad. El humo se hizo parte de la habitación; la cerveza se hizo parte de nuestros organismos; y las decepciones conformaron lo que hoy nos hace personas.
Repentinamente, surgió la posiblidad de continuar con la ajetreada jornada, pero en otro lugar. La idea era buena, la disposición estaba latente, mas los rostros advertían que, quizás, era ya suficiente de humo, de cerveza y de decepciones.
Finalmente decidimos, luego de una ardua discusión, quedarnos acá y acoplarnos a la noche desafiante; cenizas quedaron de nosotros, se nos fue el gas y repactamos una nueva cita con la mayor decepción de todas: despertar junto a un nuevo día.- |