Había una vez, en parque de juegos, un niño pequeño que lloraba. Su tristeza era tan grande…que los pajaritos dejaron de cantar. El sonido de su llanto era tan desconsolado…que el sol se había cubierto de nubes. De pronto, una figura se acercó al niño. Tan nublados estaban sus ojos por las lágrimas, que no la vio. – Por qué lloras pequeño?- le preguntó la figura. – Me perdí y no encuentro a mi mami – sollozó el niño. – Nunca podrás encontrarla con los ojos tapados por esas lágrimas. Sécatelas-. Le ordenó la figura con ternura. El niño pequeño se fregó sus ojitos alzando la vista. Cuando miró a la figura, vio a una hermosa mujer de aspecto maduro y mirada maternal. – Eres un ángel? – preguntó el pequeño. Como había dejado de llorar, las nubes se habían ido del cielo haciendo que el sol volviera a brillar. – No pequeño, no soy un ángel – le respondió la mujer con ternura. – Entonces, quien eres? La mujer le tendió los brazos al pequeño. El niño extendió sus bracitos y la mujer lo alzó. Se miraron cara a cara por un momento. –Quien eres?-volvió a preguntar. La mujer sonrió. – Soy tu madre. Al escuchar estas palabras, el rostro del niño se iluminó de alegría y los pajaritos volvieron a cantar. Madre e hijo se abrazaron con todo el cariño que sentían por el otro. -Por qué me dejaste solito? –Nunca te dejé solo hijo mío, siempre te estuve observando. Dejaste de verme cuando creíste que estabas solo. Mi niño lindo, nunca estarás solo. Yo siempre te cuidaré. Y con el niño riendo de alegría y envuelto en sus brazos, se fueron del parque.