Pero tenés que tener un poco más de calle, Julito. No podés caminar por el barrio fumando un cigarrillo lo más campante. Mirá, te la hago fácil: los rolingas son psicólogos, cagáte de risa; son unos cabeza de mierda, pero tienen calle. Y claro, man, un boludo fumando representa una oportunidad. Te dicen “eh, vieja, ¿no te sobra un cigarro eh?”. Te lo dicen para psicoanalizarte. Estudian cómo les contestás, si te asustaste, si sos pulenta y les decís “no, loco” a secas o si sos cagón y les regalás el paquete. Está el juego de miradas, viste, el juego de comportamiento, Julito. Mi abuela tenía un gallo en el patio. A ella la respetaba. El pollo relojeaba y si ibas de gil, distraído, te cagaba a picotazos; si le hacías el aguante empezaba a los gritos. Algo así es esta gente. No les importa el pucho; quieren ver cómo la llevás para saber si pueden chorearte o sacarte unos mangos a lo guapo, si pueden sacarte ventaja. Son ventajeros estos negros de mierda. El cigarro es la oportunidad justa para el abordaje. Si pasás sin nada tienen que pensar. A veces te preguntan la hora. Vas de mangas cortas sin reloj y zafás, ¿entendés? Porque son idiotas, Julito, no les da. Yo lo que hago es encararlos: cuando están en la esquina, paso y les pido una moneda para el bondi: “eh loco tené una moneda”. Con ésa los cagás porque ellos no están acostumbrados a que se los manguee. Sí, soy un groso, ya sé. Y qué va a pasar, Julito, que la abuela le retorció el cogote. Un guisito, sí. Estos infelices son así porque nunca vieron un gallo retorcido, che.
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