CONMIGO NO, CARMELA. (Un cuento del tío).
¡No sé cómo puede ser tan re tonta la Carmela!
Siempre se lo digo:
-¡Llegai a ser tonta de buena!
Lo que pasa es que mi amiga Carmela no sé de dónde sacó que si no reparte el diez por ciento de lo que gana cada día, le puede empezar a ir mal en su negocio.
Esta sacrificada amiga que tengo, se la puede encontrar día a día, de lunes a viernes desde la siete de la mañana en Providencia con Salvador, donde sobre un rústico chal expone en esta temporada un variado surtido de suéteres y chalecos americanos, esos de la ropa usada que venden por fardos. En el verano vende poleras y ya por abril, se dedica a las blusas.
La Carmela es muy simpática, tiene una sonrisa amable y una cara de abuelita cariñosa. Pero no sólo tiene cara de abuelita, también lo es su corazón.
Ya es antigua en ese mini comercio. Su clientela establecida son las nanas que bajan del Metro a comprarle sus “todo a mil” para después dirigirse a sus trabajos en el barrio alto.
Ni siquiera tiene necesidad de sacar cuentas, ya sabe, que son diez mil pesos los que diariamente, va a donar, entre los que pasan pidiendo por el sector.
Parece que la estuvieran vigilando, termina de vender su última chaleca y comienza el desfile de pedigüeños y al final la pobre termina tomándose frío el café que trae en su termito.
-“Conmigo no, Carmela” le digo. ¡No estoy para que me cuentéen!
La reto siempre, yo.
El miércoles pasado pasé a saludarla y me contó que estaba ayudando a una abuelita que la había llamado a su celular, solicitándole veinte mil pesos para comprarle unas inyecciones que se tiene que colocar todas las semanas su hija que está con cáncer en el Hospital Salvador. De pasada me sugirió que yo también la ayudara, como soy muy desconfiada; le volví a recitar mi versito:
-“Conmigo no ,Carmela” el cáncer está en el A.U.G.E… ella sólo se rió.
-Si es cierto oye, me dijo. ¿Cómo se te ocurre que va a estar engañando al lado del mismo hospital?... Además la hija es joven, por eso no tiene ese beneficio
Moviendo la cabeza, con desconfianza, me fui a comprar el diario. Desde el kiosko miré que se le acercó una viejita; la Carmela le pasó las diez lucas. La abuela le dio las gracias y hasta de beso se despidió de ella, luego se fue caminando por la avenida Providencia y dobló por Salvador, seguramente hacia el hospital.
Disimuladamente comencé a seguirla.
Al llegar a la entrada de una calle corta, se le acercó un hombre maduro que le dijo:
-¿Volvió a soltar guita, l` eñora?
-Si, poh niño, le respondió ella.
- ¡Me datearon el cuatro en la sesta!...¿A cuál querís que te juegue pa`vos, vieja?
No alcancé a escuchar la respuesta, no me atreví a parar, para que no me pillaran.
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