El tiempo se detiene, la noche, el deseo moribundo, la luna en su afán lúgubre, irradia su magia ancestral, a lo lejos, un pedacito de tierra sostenido por el mar, sostenido melancólicamente, suave, tranquilo, la muerte hoy descansa, en la morada del sueño.
La sombra refleja su lagrimas, el deseo, destruye su fe entre, de soledad, le atan, amordazan el corazón hechizado, entre salitre y olvido, no es hoy, ni mañana, solo su espíritu, deja, volar su amor al son del oleaje, escribe versos, funestos, queriendo traer a su amor, con cada letra.
Mi alma ausente, la observa, desde mis cumbres aladas, luz nocturna me debela mi intención, de abalanzarme a la nada, en busca de su ser, pero anclado en mi satélite, desolado, solo cayo, medito sobre morir, por ella, en la inmensidad del tiempo.
Lagrimas plutoniana, caen del firmamento, sus largos destinos, le cubre su pecho, sentada, la mar golpea una y mil veces, destruyendo su paz, el bálsamo, perenne, hipnótico le canta al oído, y la brisa, le besa el rostro, perfumado a ese amor, humano, le consume su vida, elemental, desvanecerse ante la muerte del sol.
En la distancia, se escucha su ser, en noches, cuando la luna, se convierte, en locura, y poemas para la soledad, el viento en los oídos canta, su balada preferida, la inmensidad del ser busca entre la nada el refugio, del corazón…
Desde mi cumbre alada, me sumerge, sueño del dios pagano, renacer de nuevo…
Aun sigo en mi cámara de gas, observando a la inmortal sirena, en su ritual nocturno, y la luna llorar por ella, mis alas aun destruidas… y el sol nos calentara el cuerpo, por la eternidad. |