Narrar nueva vez la historia de tu rostro,
el norte de tu frente altiva,
la suavidad de aquel trazo de Dios que
conforma tu barbilla,
tu belleza intemporal;
y hacerlo como un pez que mira a quien
absorto le mira, protegidos ambos
por un frágil cristal, sabrá quién
formulando qué preguntas incontestables.
Narrar tu belleza hoy, pero sin palabras;
solo con la vista,
con el olfato, con el sabor indeleble
de cada beso. Narrar tu belleza con mis
dedos temerosos; con mi voz,
apagada como la llama de una vela
que, silenciosa, se traga la oscuridad.
No habrá una letra, ni un vocablo,
ni siquiera arcanas simbologías...
solo el aliento,
tu ardiente aliento en el mío,
tu dulce boca con sabor a pan,
con sabor a juventud;
tu boca de niña y tu sombra de niña,
y tu eterna voz de niña íntimamente
mía en mis orejas añejas de malas horas,
de malas palabras.
Solo nuestro aliento para narrar tu rostro,
querida mía, amada niña mía,
solo el amor en nuestras bocas para
narrarnos.
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