Cataclismos azules rebotaban en su carne. Secretas piedras se amontonaban en su sucia región deshabitada, y murmullos inciertos, la dejaban anclada en su profunda melancolía. Sus miserias, las de él, habían quedado pegadas a su piel, como un estigma del demonio. Los párpados ensangrentados de llanto, perduraban en un rincón oscuro de sus huesos, y perros salvajes, encerrados en su corazón ladraban, como huéspedes eternos. No obstante, ella saltaba las sombras con su sangre, en el naufragio eterno de su realidad. Había sido borrada, como se borra un puñado de versos en un poema marchito, igualmente, los espejos reflejaban su contorno desdibujado.
Desproporción y desorden eran su desayuno.
Intrusa en todo reino, deambulaba con su corazón en carne viva por las calles del silencio.
-¿Qué diferencia entre la carne y el reflejo?-
Por una hendija del ataúd, la lluvia mojaba su rostro, y ella, sin poder moverse…
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