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SACRAMENTO STATION

Haberme mirado de aquella manera fue la peor decisión de su vida. De hecho, fue la última.
Hice lo que tenía que hacer y salí de ese maldito infierno en medio de tímidas miradas y un silencio sepulcral.

No sé que habrá sucedido al salir de aquella pocilga, lo que si te puedo contar fue lo que pasó después de haber metido mis botas de piel de serpiente en esa cueva de ratas.

No era demasiado tarde pero la mitad del "Cactus" ya estaba borracho. En un pueblo de mierda la diversión se reduce a emborracharse en su cantina de mierda.

El bullicio se fue convirtiendo en silencio a medida que mis botas avanzaban sobre sangre reseca de pistoleros sin fortuna. Al acercarme a la barra lo único que se lograba escuchar era el taconeo de las botas que le quité al cadaver del Sheriff de Manzano. Un pequeño souvenir, de esos que infunden respeto, un símbolo de poder.

Sobre mí se han contado mil historias, te diría que la mitad de ellas son ciertas pero la otra mitad ... la otra mitad ... vaya, si que se han quedado cortos. Gracias a ellas es que debo cargar sobre mi espalda cada una de sus temerosas miradas. La del cantinero fue la mas patética. Le temblaban las pelotas cuando me quedé mirando una a una cada botella de tequila dispuesta sobre la barra.
Me gusta tomarme mi tiempo, había elegido el trago desde antes de bajarme de mi caballo pero en eso consiste el juego, en destemplar las cuerdas.

Señalé la botella de Blasfemia. Es un tequila de muerte y además lleva el nombre de mi purasangre.

La destapó. Quiso servirme una copa pero le arrebaté la botella. Odio las copas, odio los intermediarios. Los hombres bebemos directamente de la botella.

La puta de Katherine se bajó de las piernas del carnicero. Me guiñó el ojo y me lanzó un beso. Ignoré su bienvenida. Besos con olor a carne cruda no eran el motivo de mi visita.

Tomé la botella y me dirigí al sitio donde se celebraría una corta reunión. Una hilera de vidrios rotos y sangre seca me condujo a mi mesa. Acomodé mi Blasfemia frente a la única silla vacía y les hice compañía.

Los cuatro se llevaron la mano al ala del sombrero a manera de saludo. Yo respondí bebiendo un sorbo de 45 grados de alcohol.

Guardaron silencio, esperaban a que alguien tomara la palabra.
Ese alguien siempre soy yo. Mis chicos saben que modular antes que yo puede costarles la lengua. Por eso me tomé mi tiempo, es la manera en que los pongo nerviosos, en la que despierto sus tics, en la que tensiono sus músculos. Destemplar las cuerdas, en eso consiste el juego.

El sheriff observaba desde su lugar. Sabía que era un asunto en el que no debía intevenir. Es un tipo que valora sus botas. Era una reunión de cinco ratas en la que solo cuatro se pararían de la mesa. Se le iba a ahorrar trabajo al encargado de impartir justicia en este pueblo del infierno.
Una rata menos sin mover un solo dedo.

Bebí otro trago. Repasé una a una sus miradas. Algunos la esquivaron, otros la sostuvieron, pero los cuatro respondieron con el color de sus mejillas a la pregunta que aún no les había formulado.

- Bueno, ya todos saben que tenemos una pequeña situación aquí.

Me gusta utilizar la palabra situación. Problema es una palabra que no intimida.
Así era como hablaba el texano que se ocupó de mí luego de que mi madre decidiera cruzar la frontera.

"Parece que tenemos una pequeña situación aquí", era lo que me decía cada vez que la hacienda se inundaba con su aliento a whiskey.
Pronunciaba esa frase con lentitud mientras se quitaba su correa de cuero italiano antes de dejarme estampadas las marcas de la hebilla a lo largo y ancho de mi espalda.

- Su turno, los escucho.

El silencio no se rompió, ninguno quiso tomar la iniciativa.
Puse la botella sobre las cartas de Otis. Entendió el mensaje, bebió un sorbo y vomitó ocho palabras.

- Te juro que no tuve nada que ver.

Tal vez sí, tal vez no, pensé ¿cómo saberlo? No noté temblor en su voz ni culpa en su mirada.
Me detuve en el diente faltante de Otis, en la naríz torcida de Johny, en las cicatrices de Ringo.
Roté la botella por cada uno de los cuatro puestos. Cuatro sorbos enormes, cuatro respuestas calcadas.

- No tengo velas en ese entierro
- A mi me puedes sacar de la baraja
- Yo no traiciono a mis amigos

Solo Billy se notó algo nervioso pero eso no lo convertía en traidor. Es un chico vulnerable, algo tímido. Me gusta someterlo a este tipo de experiencias, es una de las maneras de hacerse fuerte, no siempre te das el lujo de tener a la muerte enfrente tuyo ofreciendote tequila.

- Por lo visto ninguno estuvo olfateando en el culo equivocado.

Rostros brillantes y sudorosos se miraron unos a otros, levantaron los hombros, pusieron cara de estúpidos.

- Pues yo veo un poco de mierda en una de estas narices.

Bebí otro sorbo.

Me levanté de la silla, metí mi mano en el bolsillo y saqué un paquete de cigarrillos. Lo lancé sobre la mesa.

Solo alguien tan descuidado como el idiota de Johny pudo haber olvidado la cajetilla. Billy no fumaba. Otis y Ringo usaban pipa.

Supe de "Johny 18" cuando aún lo llamaban "Johny siete". Se ganó su apodo después de haber mandado a dormir a los siete animales que custodiaban la joyería de Ed Bailey. Fue cambiando de nombre a medida que sus víctimas iban aumentando. "Johny nueve" tras la riña en el Cactus, "Johny catorce" tras el asalto al tren, "Johny dieciocho" luego de un par de trabajitos que le encargué.
Era un tipo eficiente, lástima que nunca llegar a llamarse "Johny 19".

Miró el paquete de cigarrillos con un gesto de verguenza, de miedo.
Luego dirigió su mirada hacia mi rostro buscando algo de perdón, tal vez.

La verdad yo andaba demasiado ocupado buscando un objeto afilado que guardaba entre mis botas.

Reservo mi cuchillo para acabar con las alimañas. Así lo hice con el texano después de que se nos presentó una pequeña situación y así lo he venido haciendo cada vez que una rata se interpone en mi camino.

No utilizas tu pistola para matar a las ratas, debes hacerlo a la manera apache.
Murió como un maldito indio, con un cuchillo clavado en el corazón. Los blancos nos vamos de viaje con una bala en la cabeza, las sabandijas lo hacen a la manera del carnicero.

Salí del Cactus. Le dí un beso a Blasfemia antes de montarlo. A medida que nos perdiamos en la oscuridad en dirección a la próxima estación escuchamos como la música invadia de nuevo la cantina del infierno.

Texto agregado el 10-07-2010, y leído por 113 visitantes. (0 votos)


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