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Era un tiempo de ebullición por lo intenso del calor en el batallar político del país. Y con un grupo de amigos de la infancia abríamos senderos en el inicio de la segunda década de nuestra existencia. Ya estudiábamos en serio, pero las condiciones no eran las mejores y, ni siquiera, las básicas. Lo interno, se decía, era una consecuencia directa de la división mundial en dos grandes bandos.

Educarse fungía como una conspiración. Ciertamente era visto como una rebelión en contra del gobierno. Se entendía como un desafío al privilegio de pocos y no como un derecho y deber de la nación. Los estudiantes eran un número que crecía con la facilidad que ofrecía el cuerpo docente y con la reducción de los gastos, pero al, los de arriba, considerar que era alimentar en su contra una enemistad, controlaban la institución con el asignado presupuesto oficial.

Dentro de ese marco de inseguridad, había que abrir la compuerta a inquietudes propias de la juventud. Y una de ellas, fue la de hacer vida nocturna. Teníamos muchas cosas en contra, sin embargo, lo de bailar, tomar unas copas de ron y charlar, era ineludible. Y por adivinación o por un misterioso elemento coincidente, caíamos en un bar donde las jóvenes eran una fuente inagotable de desahogo.

Por esos rumbos y en ese específico lugar concurría una muchacha conocida como Diana. Y ella, al igual que las otras, compartía el trago, nos permitía con sincronía rítmica seguir su cuerpo y dibujar los pasitos típicos del merengue y en el mejor de los casos, prolongar la noche pasando a una sesión privada. Pero, como dije, ella no era excepcional. Todas hacían lo mismo.

Diana sólo era diferente en un punto: y fue que lo que hacía, era ‘ejecutado’ por otro ser. Siempre vestía con colores subidos de tono y sus zapatos los elegía con la intención de extender su estatura, mientras que su piel y la forma de su cara, confirmaban nuestro mestizaje. Su pelo que se elevaba como una corona, después de cierta altura, se desplomaba sobre sus hombros para pasar a ser parte de un juego enfático entre su manera de conversar y su diestra.

Con su mano derecha constantemente removía la porción de pelo que cubría su segundo ojo. Mostrando destellos que eran más grandes en luminosidad conforme el incremento en el conteo de los tragos. Diana se las arreglaba para ser el foco de atención por lo dominante del timbre de su voz y por la intensidad de la fuerza que ella accionaba para desdoblarse. Entonces, sabedora de tener un control absoluto, soltaba la frase que iba intercalando cada vez que se sentía dueña de nuestra total concentración: “no crean lo que ven, …..Yo soy mecanógrafa”.


Texto agregado el 10-07-2010, y leído por 409 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
31-08-2010 Que buen cuento. Se te hace familiar la situación.Esa Diana que describes, pasa de ser una simple fichera a una Diosa. Eres un Mago ditvs
12-08-2010 Excelente descripción. Enhorabuena. Egon
30-07-2010 Oye, Peco, deja que repare un detalle aquí: no es "esilo", es "estilo". Nos vemos. Cox
30-07-2010 Ya comprendí tu esilo, Peco. Yo maquinaba el asunto, pero lo solté un tiempo. Hoy leo "Realidad negada" (título por demás excelente) y regresaron a mí varias características de tu prosa. Una de ellas, y que hoy logro determinar, es el "giro inteligente". Me explico: uno lee el texto y disfruta la buena narración. Hay un deseo por mantenerlo a uno con total atención en el texto, pues no lo niego, hay suspenso (no se sabe hacia dónde está llevándolo a uno el autor). Como siempre, Peco se interesa por dejar constancia de haber vivido en el bando de los buenos (la educación es luz y las tiranías adoran las sombras), pero en esa narración misteriosa uno quiere saber más. ¿Qué hay detrás de todo esto? ¿Cuál es la intención del autor al componer el cuento? No mentiré, hay que leer el trabajo por segunda vez. Pero esto me pasa siempre con los cuentos de Peco. Él no dice las cosas directamente, los mensajes están cifrados. Yo creo que comenzaré analizando a la mecanógrafa. No sé por qué, pero me huele a espía. Además, ese ambiente universitario, de ilegales con libros en manos, divirtiéndose en la noche, ¿no sería bueno enviarle a los muchachos una mujer despampanante como más o menos saber, desde arriba, hacia dónde va el movimiento? Muy bueno tu cuento, Peco. Cox
27-07-2010 Reconozco que al principio me perdí, o ya me sonaba demasiado la historia, pero con la aparición de Diana le diste a este cortometraje un vuelco magistral. Añadiré que el último párrafo es a mi juicio de gran calidad...Hay buen gusto y esmero..Saludos. Pielfria
12-07-2010 Nos llevaste a aquella época, me hiciste ver a esos jóvenes iniciando su segunda década de existencia y las dificultades encontradas en el camino del área formativa. Con ironía repasas el sentir político de los "de arriba", celosos de que sus puestos peligraran por esta generación que apuntaba maneras y tenía las ideas claras y la fuerza necesaria para avanzar y conquistar. La parte en que hablas de Diana es muy entretenida y visual, puede vérsela con esa gran melena y la manera en que despeja sus ojos brillantes. Y para brillante tu final, donde hay cabida para todos, mecanógrafos o no. Excelente en su conjunto, enhorabuena. ***** Claraluz
10-07-2010 Uhmmm... No hay que creer lo que se ve, sino lo que se siente. Me gustó el planteamiento que haces entre lo aparente e ilusorio del ser y lo que –realmente- se es. Un planteamiento filosófico de vida, más común de lo que queremos aceptar, pero que tú has planteado de forma sabia y bien dosificada. Me gustó. Un abrazo. SOFIAMA
 
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