Nadie pudo aun probar si un bebe en su estado de lactante, puede recordar pasajes de su vida, tal vez cómo en un sueño, tal vez cómo en una pesadilla, quizá nunca llegue a probarse.
Lo cierto es, que Carolina, tenía frecuencias incompletas encadenadas a su memoria, imposibles de probar en la vida real, y se preguntaba si alguna vez existieron o sólo fueron sueños confusos que, como un rompecabezas esperaban ser armados correctamente.
Muchas madrugadas, se despertaba transpirada, como en estado de fiebre, su corazón palpitaba con velocidad, y en su boca un sabor espeso, agrio, era en esos momento cuando tenía esas imágenes fantasmagóricas que se esfumaban después del primer café cargado.
Y aunque hacía un esfuerzo sobrehumano para recordar al anochecer los rostros que en la madrugada la aterraban, jamás lo conseguía, y en su lugar, seres sin rostros deambulaban lentamente por su habitación solitaria.
Los misterios, enfurecían a Carolina, que frente a una lámpara apagada, acariciaba su talismán de la suerte, un viejo crucifijo de madera en dónde un tal Jesús no podía descansar en paz.
Su realidad estaba partida, entre los hechos contundentes de su apacible vida y esa indescifrable encrucijada enredada en su cabeza, como esos cables que apenas se los toca, entran en cortocircuito.
Si bien la mayoría de las veces no podía vislumbrar nada de sus sueños, había una imagen muy clara que siempre estaba presente; ella flotando en su habitación, mirando desde arriba una escena repetida, una cuna de madera, una mujer parada frente a ella, las lágrimas de la mujer cayendo sin piedad por el rostro nunca visto, sobre el bebe que también lloraba sin descanso, la mujer, llevaba una mantilla negra sobre su cabeza.
Una noche, ante la imposibilidad de dormir, se levantó a servirse un vaso de leche tibia, había en las paredes una sospechosa y lúgubre sentencia.
Sobre una silla, una mantilla negra descansaba de tiempo y distancia, las lágrimas comenzaron a caer, Carolina era ahora la mujer, la niña, el bebe, recogiendo las lágrimas de su madre en su pequeño y desconocido sueño, lágrimas que con la fuerza de todos los infiernos inundaban el piso obstinadamente, mientras ella rompía la mantilla con toda la fuerza de su cansado corazón…
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