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LA BRÚJULA
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Ignoro por qué mi padre me regalaría una brújula.

Sin duda al elegir un regalo para su pequeña niña de piernitas largas y delgadas, que apenas podían alcanzar su cintura, con mis trencitas rubias y lacias (que hacíanme parecer aún más menuda) pensó en mí tiernamente durante una gira de viaje. Y como todo viajero encantóse con productos exóticos, con los cuales sorprenderme… Eligiendo un obsequio fabuloso que él hubiera deseado recibir a mi edad.

Lo cierto es que mi padre me regaló, a mí, mujer, niña y gurisa... ¡una brújula!

Era una miniatura de porcelana en color celeste muy pálido, con forma de reloj, cuya aguja diminuta marcaba letras que yo no sabía aún leer. Dos patitas en los extremos le permitían mantenerse en pie, luciendo su belleza esmaltada. La brujulita fue para mí un reloj de juguete que habría de ingresar en mi casa de muñecas.

Todavía recuerdo su sonrisa inolvidable de padre cariñoso, al transponer la puerta de mi dormitorio y entregarme aquel obsequio exótico, que guardé encantada. Quizás, hoy me parece, yo esperaba algún regalo especial en aquel regreso de su viaje, porque constituyóse este presente… en un objeto mágico. Tuve la sensación cierta de que era algo precioso para él y que yo debía cuidarlo como a un tesoro.

En aquella dimensión donde el mundo real desaparecía, para convertir en ensueño la materia rústica insuflada de alma nueva, la imaginación superaba lo existente. Y dentro de ello, aquel reloj-brújula de porcelana que me regalara mi padre (cuyo uso yo desconocía por completo) tuvo su lugar elegido entre los muebles pequeños de mi casa de muñecas. Sobre un minúsculo aparador de madera (igual sitio al que ocupaba el reloj del comedor en nuestra casa) yo lo coloqué con todo el amor que es posible de una niña a su papá. Jugué con él todo un invierno en la penumbra pálida de tardes nubladas, cuando el río helado escarchaba la sierra y nos estaba prohibido a los niños de la casa, correr por los montes.

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Una mañana de sol —ya en pleno verano— seco el paisaje por escasez de lluvias, árido el escenario … los dos primitos (gurí y gurisa) nos hallábamos veraneando en cierta Estancia pampeana perteneciente a una familia amiga. Y estábamos allí confundidos con ese escenario plano ¡Tan diferente a nuestro espacio serrano!

Desconocíamos aquel terreno vacío hasta el horizonte, con su falta de quebradas en esa monotonía pampeana, habituados como estábamos siempre, a los detalles y accidentes que otorga la serranía abrupta. Muy fácil de perderse y extraviarse en la pampa inconmensurable. Compungido ante esto, nuestro invitante, el Estanciero incansable y dinámico, habíase hecho cargo de la marcha juguetona de chiquillos que conformábamos. Pues él nos creía en cualquier momento, sin retorno posible.

Siendo yo muy pequeña aún, causaba penurias con mi retraso en los caminantes. El sol caía a pique sobre las cabezas incendiando nuestros rostros y la sequedad asfixiaba el aliento a pesar de nuestros sombreros de paja. El Estanciero exigía que jugásemos corriendo a campo abierto, para sacudir la inercia dejada por el invierno. En aquella longitud lisa y plana, las extensiones se perfilaban homogéneas, hacia cualquier extremo de la visión. El nos acompañaba empero, ese día en caminata. De pronto detuvo la marcha del grupo preguntándose en voz alta (como para sí mismo) la orientación que llevábamos, dónde estaría el norte, este, oeste, sur. Pues como todo ganadero que se precie, era un hombre de a caballo, un gran jinete, y el caminar por la pampa también a él lo había confundido.

De improviso mi primito intervino, metiendo la mano en su bolsillo y sacó de él un objeto pequeño, mirándolo y volviéndolo a guardar.

–“El este está para allá y para allá el norte”– dijo entonces con gran seriedad

El sol abrasante que tenía ya a todos mudos y enceguecidos, nos obligó al retorno hacia nuestra casa, bajo la dirección que indicada.

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Durante la cena de hospitalidad expansiva con que nos homenajeaba el buen anfitrión, preguntó nuevamente otra referencia de dirección. Sacó mi primo nuevamente del bolsillo su objeto-guía, indicando el sur o el norte, y como había puesto la esfera sobre la mesa … ¡yo la reconocí ¡

—¡Eso es mío! ¡Me lo robaste!— grité enfurecida

Mi reloj en miniatura no tenía ya la forma de antes. Lo había tallado por completo quitándole las patitas y redondeándole toda la cobertura para que nadie lo reconociese. Pero no pudo evitar que yo lo advirtiera. Y presumiendo que lo haría, antes de que gritara nuevamente ya lo había guardado en su bolsillo.

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El pleito por mi relojito-brújula nos iba a durar toda la infancia, hasta que crecimos. Yo lo reclamaría siempre desde aquella edad en adelante. Nunca me lo devolvió…..

Mi primo hermano habíame construido un mundo de juguetes hechos por sus manos, era un niño hacedor de casitas, muñecos, carritos, etc ... ¡Pero había robado la brújula de porcelana que me trajera de regalo mi padre! Su magnitud mágica advertida cuando eligió durante un viaje un regalo para mí, había captado la fascinación del niño varón (como era lógico). Y la brujulita tuvo el dueño final que le correspondía realmente, por esencia y por arriba de la decisión de mi padre : era para un niño varón.

Pero nada habría de evitar nuestra querella, el escándalo que se originó en la mesa y la hilaridad del señor Estanciero ante el hecho, cuando conoció las causas. Mi pataleo dolido estaba cargado de gruesas lágrimas. De modo que todos iban a recordar este hecho, más adelante, como un hito recurrente que siempre me molestaría.

Hoy que también yo río de aquella anécdota y me causa gracia recordarlo, pienso más que nada en la calidad artística de mi talentoso primito. La forma como encubrió mi juguete. El secreto con que lo disimuló, pasando inadvertido para todos, incluso para mi padre. Y yo me enteré ¡recién en ese momento! de que era dueña de una brújula, cuando ya no la poseía. Debido al incidente (que fue comentado de boca en boca) todos en la familia asombráronse de la ocurrencia de mi padre… quien me había regalado a mí, niñita pequeña, un objeto semejante. Una brújula.

Mi pequeño primo, mi compinche, me regaló siempre infinita cantidad de obsequios, tanto siendo niño como después. Pero nunca me devolvió “mi brújula”. Además de ello, jamás volví a verla. Ni los adultos en ese tiempo, exigieron su devolución y yo no comprendí entonces sus razones.

Imagino que mi brújula fue para él, una de sus primeras fascinaciones, y llegó hasta ella sigiloso, aunque estaba a su alcance, con duda y temor. La talló en secreto, como escondiendo un tesoro… Y abrió con ello un pleito sonoro (larguísimo) que fue parte emotiva y vital de nuestra colorida infancia.

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Alejandra Correas Vázquez
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Texto agregado el 09-07-2010, y leído por 95 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
09-07-2010 Me encantó. Un frelato muy bien logrado de un detalle-acontecimiento importante en la vida de una niña. Lo leí con mucho agrado. ¡Gracias! simasima
 
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