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Inicio / Cuenteros Locales / silviasayago / EL TRAIDOR (Tercera y última parte)

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LA PETICIÓN DE AKIKO
Esa mañana las gotas de rocío refrescaban la vegetación del estanque, ubicado en la parte central del palacio señorial de Hakurai. Al pié del encantador jardín las amplias habitaciones de la princesa Aiko comenzaban a animarse con un discreto ir y venir de la servidumbre. En la parte principal, donde las puertas abiertas permitían ver a la joven sentada sobre el tatami, recién recuperada de sus heridas, entraban por turnos los miembros del clan, dos o tres personas por vez, quienes acudían a tomar las órdenes de la joven convertida en impróvida líder de aquél lugar.
Akiko tomó la responsabilidad de organizar el castillo en ausencia del general Genzai, en quien depositara todas las atribuciones de su padre en espera de su próximo matrimonio. Hacía las entrevistas con gran resolución. Sin embargo, tanto servidumbre como guerreros notaban una sombra de tristeza en sus ojos.
La joven trataba de escuchar con atención lo que todos venían a decirle, pero de vez en cuando sus pensamientos volaban hacia su joven guardián, de quien pronto tendría que alejarse para recibir a su futuro esposo. De alguna manera el deseo de verlo de nuevo se mezclaba con el temor de ver regresar a sus guerreros, pues eso la aproximaba a la indeseable boda. De esas reflexiones emanaba su melancólica expresión y los habitantes de la casa no podían menos que compadecerla. Todos conocían al dedillo la historia de la joven ya que nadie había impuesto silencio sobre el tema. Sin embargo, al verla dirigir la casa desde su lecho de convaleciente les causaba gran admiración aunada a un enorme deseo de complacerla.
El momento temido por Akiko llegó esa mañana. Un par de horas después de recibir a su gente se escuchó el bramido lejano que producen las numerosas tropas a caballo cuando se aproximan. Todos salieron al patio del castillo a recibir a los guerreros fatigados de su expedición. Aunque sólo habían pasado dos días, parecía que el tiempo transcurrido se remontara a un mes por la cantidad de acontecimientos aglutinados.
Genzai llegó al frente de su tropa. Akiko, como todos, había acudido a recibirlos apoyada en una de sus acompañantes. Recibió al guerrero con una sonrisa afectuosa. Mientras agradecía el servicio prestado a su casa, sus ojos buscaban a Hiroshi Takumi entre la tropa. Él estaba justo detrás, montado en el mismo caballo que ella reconocería entre miles por ser siempre el distintivo que en cualquier momento le permitía ubicarlo. A su lado estaban dos hombres portando una gran urna funeraria. El general, siguiendo la mirada de la joven, le dijo entonces:
--En esa urna descansan los restos del hombre que asesinó a su padre, princesa. Nos fue imposible traerlo con vida pues opuso resistencia. La persona encargada de su arresto, el samurái Hiroshi, cumplió su misión al pié de la letra.
El corazón de Akiko latía con fuerza mientras observaba a Takumi erguido en su montura. Los ojos del joven estaban clavados en el suelo permaneciendo obstinadamanente en silencio.
--Agradezco que le trajeran, general. Han hecho muy buen trabajo y es lo que cuenta. Ahora necesito hablarle en privado antes de que se retire a descansar –pidió la princesa al guerrero, mientras con una mirada le señalaba al joven samurái para que lo llevara consigo.
Genzai entonces mandó a todos que se retiraran. Takumi hacía lo propio cuando el general se le acercó y en voz baja le pidió que le acompañara. Como si le despertaran de un sueño, el joven asintió con la cabeza y lo siguió a las habitaciones de la princesa.
Dirigiéndose a Genzai, Akiko le pidió que en cuanto se sintiese descansado iniciara los preparativos para el viaje hacía las tierras de su prometido. Igualmente le solicitó que nombrara a un lugarteniente que se quedara a cargo del castillo en lo que su futuro esposo tomaba posesión del lugar. Takumi escuchaba todo sin aparente interés, fríamente. Sólo un ligero estremecimiento al escuchar la palabra “esposo” lo delató. Entonces el general, tomando el gesto como el momento de salir de la habitación, se despidió de la princesa deseándole que se recuperara muy pronto.
De nuevo solos, Akiko y Takumi se miraron por un momento. Akiko se decidió a hablar.
--Necesitaba decirte algo muy importante… --dijo la joven conteniéndose apenas— Haz cumplido lo que te pedí y te lo agradezco. Ahora tengo que cumplir mi parte haciendo lo que mi padre deseaba para expiar mis errores.
Takumi la miraba fijamente. Sentía como si le estuvieran diciendo su sentencia final. Sin embargo, los acuosos ojos de Akiko lo volvieron a la realidad. Ella se interrumpió porque estaba a punto de llorar.
--De ninguna manera, princesa, veo problema en lo que dices. Ambos debemos cumplir con nuestro deber, aunque sea tarde. Por mi parte, puedo asegurarte que haré todo lo que me mandes --le dijo con ánimo de tranquilizarla.
La joven entonces se tragó las lágrimas y continuó.
--Desde que llegué a este lugar que odié desde el principio, fuiste tú la única persona que me comprendía a la perfección. Durante meses has caminado a mi lado, velando por mi seguridad y alejándome de la soledad. Quiero que sepas que eres y serás siempre, lo más importante para mí.
Takumi, aturdido por las palabras de la joven, se acercó impulsivamente a ella y la abrazó. La joven le correspondió mientras le hablaba.
--Es por eso que voy a pedirte una cosa más. Ven conmigo, sigue siendo mi guardián. Deseo que permanezcas a mi lado a pesar del matrimonio. Sé que tal vez es exigirte más de lo necesario pero no tendré valor para seguir el camino que elegí si no estás ahí.
El joven no sabía que decir. El lugar en el que le colocaba esa petición era de los más penosos. Sin embargo, no vaciló al responderle mientras la estrechaba entre sus brazos.
--Como te dije Akiko, haré todo lo que me pidas. Seré tu guardián, si no puedo ser otra cosa. Velaré por ti y los tuyos hasta que de tu boca salgan las palabras que me den descanso. Estaré donde quieras que esté porque nada cambiara el hecho de que te amo.
Takumi decía esto mientras la miraba a los ojos. Entonces se acercó y la besó por última vez. No había más que decir entre ellos desde que estaban decididos a permanecer juntos.

EL DESTINO DE UN GUARDIAN
Una pequeña tropa acompañaba a la princesa Akiko al hogar de su prometido. La componían cinco sirvientes y diez de los más importantes samuráis de Hakurai. Genzai encabezaba el cortejo. Al lado de la silla de viaje de la princesa iba Hiroshi Takumi, silencioso. El general no podía imaginar lo que habrían resuelto los dos jóvenes. Estaba inclinado a compadecer al joven samurái que tan negro futuro se pintara cuando iban tras las huellas de Mukino. Sin embargo, algo en esa fisonomía había cambiado. Serio e impenetrable, el joven parecía haberse transformado en un soldado de sangre fría, cuya única consigna era obedecer órdenes. Genzai no tuvo un viaje aburrido estudiando los cambios de aquel a quien compadeciera tanto.
Su extrañeza creció al observar que la sonrisa aparecía en el rostro de Takumi mientras compartía con los otros samuráis.
Al llegar al hogar del prometido de la princesa, fueron recibidos con gran lujo. El intercambio de formalidades se llevó a cabo sin mayor problema. Mientras anunciaba el deseo de la princesa por conocer a su futuro esposo, miraba de reojo al joven samurái sin percibir cambio alguno en su actitud respetuosa. Intrigado, quiso hablar con él cuando fueron asignados a sus habitaciones, muy próximas a las de la princesa.
--Hiroshi, he visto cambios en tu personalidad que no me explico --soltó a boca jarro el guerrero.
Takumi no se sorprendió por la pregunta. Fue lo suficientemente leal para responder al general.
--La princesa me pidió que siguiera siendo su guardián. He decidido serlo hasta que ella diga lo contrario –dijo con voz neutra el joven.
--Y… ¿Estás bien con eso, Takumi? –inquirió el guerrero con cierto tono paternal.
--No sé. Sin embargo, creo que lo estaré, siempre y cuando pueda permanecer cerca de ella.
El joven sonaba decidido. Genzai, a pesar de sus dudas, quiso confiar. Se fueron a descansar después de asignar turnos para el cuidado de la princesa.
Las bodas se celebraron obedeciendo los cánones de la época. Fue un intercambio frío, muy común para la gente poderosa. Se decía que el general Genzai había llevado las negociaciones a extremos inesperados, todo a instancias de la princesa. Había exigido para concretar la unión que la pareja viviera en Hakurai sin relevar a uno sólo de sus sirvientes y soldados. A la inquietud del contrayente sobre lo que debía pasar con su propia gente, Genzai le comunicó que había espacio suficiente para que los dos clanes convivieran. Fue suficiente para tranquilizarlo, así que no hubo más objeción al tema.
Al volver a Hakurai, el grupo creció considerablemente convirtiéndose en dos comitivas en lugar de una. La princesa iba primero en su propia silla, mientras que su flamante esposo iba en una propia. Ambos llevaban su respectiva tropa.
Genzai seguía con curiosidad la caravana cuando sus ojos se fijaron en Takumi, quien daba órdenes para liberar el paso de la silla a través de un estrecho camino. Al terminar se acercó al joven.
--Te has acostumbrado a la idea, por lo que parece. En verdad estás decidido a seguir adelante con esto –le dijo.
--Sí. No tengo dudas al respecto. Y se lo debo a usted, general Genzai. He aprendido muchas cosas a su lado, más de las que aprendí antes. Se lo agradezco.
--¿De mí? ¿Qué fue lo que aprendiste?
--La obediencia que le debo a mi dueña –respondió sencillamente Takumi.
En aquel momento uno de los sirvientes a caballo se acercó al joven samurái:
--La princesa Akiko solicita que su guardia esté a un lado de su silla.
Por toda respuesta, Takumi sonrió a Genzai, espoleó a su caballo y se dirigió hacia la silla de Akiko donde permaneció el resto del viaje.
Genzai pudo ver que por momentos parecían conversar, pues el rostro impasible de Takumi se tornaba de repente muy amable y reflejaba una discreta sonrisa. El guerrero entonces se acordó de la mirada que Takumi Hiroshi le dirigió cuando se dirigía a la silla. Era la de un guerrero capaz de proteger con su vida a su ama sin la menor vacilación. Recordó también el momento en que, poniendo toda su fuerza en un solo golpe, el joven derribó a Mukino, la tarde que lo encontraron. Sin embargo, de todos esos recordatorios que hacían a ese samurái algo muy especial, se decidió por el momento en que, a un lado del transporte de la princesa Akiko sonriera dulcemente, como la mayor muestra de su resolución inquebrantable.

Texto agregado el 09-07-2010, y leído por 145 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
09-07-2010 Aunque los protagonistas son felices, me parece trágico el final. Me gustó la historia. gamalielvega
09-07-2010 Una lectura que se disfruta.***** susana-del-rosal
 
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