Sabina disfruta escribiendo palabras en la arena,
palabras que luego borra con el pie.
Y corre, Sabina corre rápido, y hacia ninguna parte.
El viento, que arrastra arena, la golpea una y otra vez en la cara, en los brazos, en toda su piel.
Y Sabina siente, siente fuerte. Y lo siente todo.
Y siente no sentir nada.
Pero ella, ella es así.
Lo siente todo sin sentir.
Sabina es joven y no es bella.
Y se rasca la cabeza cuando piensa.
Y mira por la ventana del tren.
Y cuenta señales.
Sí, a Sabina le gusta contar señales de tráfico. Y matrículas. Y se pone como una fiera cuando se equivoca de número: "1, 2, 3 ... 67, 68... No me hables, que me distraigo... ¿por qué número iba?, Mierda, ya se me ha olvidado..."
A veces también se pone tensa, y a veces grita en exceso. Pero el la perdona siempre, aunque le chille de vez en cuando.
Y Sabina llora.
Llora mucho, y llora casi todos los días. De hecho, cuando era pequeña, pensaba que se le secarían los ojos si no lloraba habitualmente. Y ahora por si acaso, sigue llorando.
Y ríe.
Sí, también ríe. |