MILONGA DE BUENOS AIRES
CUENTO FANTASÍA
AUTOR: JORGE CUENTERO
Llegué hace un par de días a esta ciudad que me fascinó toda vida, aunque nunca la conocí antes.
Vengo por negocios y solo estaré tres días, aunque con uno solo arreglaré las cosas.
No dejaré de ir a conocer un lugar de tangos, donde se baile bien el tango, donde lo canten bien, y si supiera bailar, también a bailarlo.
En el hotel me recomendaron que tomara un coche de los que trabajan para Ellos.
Me presentaron al chofer que me llevaría.
Después de recorrer varios minutos llegamos a la “Milonga.”
La calle empedrada, los edificios antiguos muy parecidos a Paris por esa zona.
Una puerta muy alta a la entrada y un foquito de luz muy pobre dejaba leer el nombre del lugar: “MILONGA PA’ RECORDARTE”.
Entramos, ya en la barra el chofer me presentó a un hombre fornido, peinado a la gomina hacia atrás.
-Aquí estará seguro -me dijo en un inglés aceptable. Diviértase.
Pero ahí estaba Ella en la otra punta de la barra. Joven, bella, rubia, alta...
Me acerqué y la saludé en Español.
Me contestó en perfecto francés.
-Como sabes que hablo francés –pregunté tímidamente.
No me contestó. Si me regaló una sonrisa que más que eso era un encantamiento.
La invité a tomar una mesa y beber algo.
La orquesta arrancó con un tango muy sentido, de los que me gustan a mi, muy marcado, muy lento, muy sugestivo.
-¿Que quieres beber? – le pregunté.
-Pernod – contestó sin vacilar, y agregó: Como a ti te gusta.
Su piel era muy blanca, demasiado blanca, su boca roja, grande, carnosa, sus ojos todo un misterio, grises, verdes, celestes, azules.
Su mirada irradiaba una gran dulzura.
No podía dejar de mirar esos ojos. Ella también me miraba…
-¿Cómo sabes que me gusta el pernod –pregunté tímidamente por segunda vez.
No contestó entonces. Sonrió, me tomó una mano. –Vamos a bailar -dijo.
-No se bailar. –supliqué. No se bailar…
La timidez no ganó esta vez…
Dejé de ser Yo.
Me abrazó. Su abrazo era amoroso, distinto, tibio.
Su mejilla… ¡Ho!.. Su mejilla…
¡Y aquel perfume!..
Algo me decía ese perfume…
Ahí estaba Yo bailando a la perfección. Como si lo hubiese hecho toda la vida.
Me sentía liviano, casi sin cuerpo.
Y también como si hiciéramos el amor sin desvestirnos.
Al terminar el tango, la sala estalló en un largo aplauso.
Buscaba salir del embelezo pero era imposible…
Su departamento era pequeño, muy bien decorado, con una linda vista al río.
Mandó a buscar comida francesa, un diario de Paris, algunas botellas de Don Perignon.
-¿Como sabes que me gustan estas cosas? –preguntaba Yo tímidamente una vez más.
Y Ella sonreía, sonreía… Y Yo volvía a ser otro. Dejaba de ser aquel solterón de Paris que soñaba con una mujer así, con un hogar así.
-¿Cuando es tu exposición? - me preguntó.
-¿Pero qué sabes de eso?.. – Volvía Yo a preguntar con timidez otra vez más.
-¿Cómo sabes que soy pintor y que voy a exponer en Buenos Aires?
Tampoco contestó a esto.
Luego aquella sonrisa y volver a bailar ese tango, a sentir ese abrazo.
Mientras bailábamos sentí mi rostro húmedo, sus lágrimas me mojaban.
-Michel, Michel… -Pronunciaba mi nombre…
-¿Como sabía mi nombre?.. Aún no se lo había dicho.
-¿Como era el suyo? Si aún no lo conocía.
Todo había sido tan dulcemente hermoso que no nos dijimos nuestros nombres.
Sin embargo Ella pronunciaba el mío.
Pasé dos días maravillosos, como siempre lo había soñado.
Al tercer día debí de ocuparme de mis cosas y fui en busca de la galería de arte.
Al anochecer regresé al departamento. Toqué el timbre un buen rato y nadie contestó.
Llamé al portero y pregunté por la señorita del 5° 3l.
El hombre me miró extrañado. Me miró un instante muy extrañado.
-El 5° 31 está en venta señor… Ahí hace casi un año que no vive nadie. Vivía antes una señorita Francesa, muy bella, pero se fue ya hace tiempo. Creo que era modelo…
Todo cambió en mi. Volví a sentir mi cuerpo.
Mi memoria dio un vuelco entonces. Un regreso…
-Lulú, Lulú… -Era su nombre. Yo lo estaba pronunciando mientras me retiraba.
Se positivamente que en mi estudio de París debe estar ese retrato de Ella que yo pinté ya hace un tiempo. Que nunca quise exponer y mucho menos vender.
¡Aquella mi modelo!
La que tanto amé…
El día que siguió al accidente aquel yo envolví la tela en los diarios que daban esa noticia. La coloqué en una caja y la atesoré en algún lugar de mi estudio.
Era demasiado blanca, demasiado blanca…
¡Como reconocerla en aquel ámbito!
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