Un rayo azotó la tierra y con un tambor resonante la tempestad comenzó dentro y fuera de la opera.
La música era tan hermosa, las sopranos cantaban desde la profundidad de sus entrañas, cada sonido estridente del timbal percutía en sus corazones como los truenos del poderoso Thor en el nocturno cielo, la hermosa mujer a su lado permanecía callada, solo escuchando la dulce melodía mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa serena, Miguel Ángel obervó claramente un brillo incontenible que brotaba de sus ojos, cada nota interpretada por la filarmónica le llenaba de gocijo el corazón, había aprendido en Mozart a olvidar su tristeza y saborear su soledad ineludible.
El maestro dirigía con perfecta y sobrehumana soberbia el concierto completo de la Misa de Réquiem, obervó detalladamente al hombre calvo que limpiaba con un pañuelo sus pesadas gafas de fondo de botella, le causaba gracia la mujer con semblante pueril que lloraba conmovida por el triste canto de los tenores. Cada nota le acercaba más al paraíso, sentía que desde ese balcón podría volar más allá de las estrellas y encontrar la felicidad que hasta ese instante solo le había podido brindar la música. Sus piernas temblaban con cada re menor entonado por los chelos, en su cara se apreciaba el encanto de las musas que antes abrían inspirado al mismísimo Wolfgang.
Giró nuevamente su cabeza para encontrarse de frente con el rostro de la pálida señorita sentada a su lado, se observaron fijamente, se leyeron los pensamientos mutuamente, intuyeron sus designios reciprocamente, se ruborizaron juntamente, se transformaron en una sola mente, la mente de un demente...
La oscuridad difuminaba de manera sutil sus siluetas flacas, parecían dos cadáveres sepultados uno frente al otro, sus pieles lechosas respladecían como el pálido brillo de la luna llena, la música se hacía cada vez más poderosa, el sonido de los violines les conmovía en una orgía de sentimientos melancólicos y funerarios con cada nota, él recordaba su alegría con las memorias de su triste pasado, ella sepultaba su futuro atrapada en la mirada de Miguel Ángel.
Un hombre caminó frente a ellos sin notar más que de roeojo a la pareja de desconocidos que se devoraban de manera mutua con la mirada extraviada. Miguel Ángel no podía recordar cómo había llegado hasta ese lugar, tampoco le importaba, solo sabía que mientras estuviese esa mujer a su diestra y mentras pudiera seguir escuchando ese conmovedor réquiem no sentiría jamás la necesidad espiritual de salir de allí.
La melodía rebotaba en un eco himpnotizante a través de los muros de la opera, los fantasmales músicos le envolvieron en una cobija invisible incluso para el mismo Miguel Ángel, ella volteó nuevamente sus ojos hacia donde los intérpretes dilucidaban la última creación del gran Maestro casicista.
El cierre de Lux Aeterna fulminó el corazón del joven y con un estridente aplauso el lugar abandonado se llenó de vida, solo él aplaudía, pues solo Miguel Ángel estaba allí, no abía músicos en el escenario, ni un maestro dirigiendo la orquesta, no había un millar de personas degustando sus tímpanos, tampoco una mujer sentada junto a él, su aplauso rebotaba interminablemente solitario en los muros de la opera, y con lágrimas en los ojos voceaba el nombre de su amante fallecida dos años antes, mientras, con sus miradas dementes recorría la silueta inexistente de una mujer que también lloraba a su lado. |